Bafici 2019 – Diario de festival (9)

Por Federico Karstulovich

Correr, Correr

Por Federico Karstulovich


No sé si es el viejazo o qué corno, pero este Bafici me lo he pasado a las corridas (no quiero pensar qué lectura hará un español de esto, pero aclararé que me lo pasé corriendo entre películas). Vi muy poco por demasiados compromisos de trabajo, por responsabilidades personales varias y porque muchos de los integrantes de la revista hicieron su trabajo mejor que yo (trabajo que, como siempre, desdoblemos entre las coberturas durante el festival y el post-festival, que vendrá en el mes siguiente al del número de abril). La realidad es que elegí muchas cosas para ver en videoteca (los beneficios de ser crítico no tienen límites, eh) y me quedé con ganas de ver bastante más. Pero no me quedé disconforme, para nada.

Bamboo Dogs Perro Blanco

Una de las primeras y grandes sorpresas me la llevé (no porque no conociera su filmografía, sino por lo apabullante) con la película del filipino Kavhn De La Cruz. Hablo de Bamboo Dogs que es el ingreso lateral a una pesadilla, precisamente porque adapta un caso real de ejecuciones sumarias por parte de la policía de Manila a personas detenidas por crímenes diversos. La originalidad del planteo del director es localizar en lo formal todo aquello que el lenguaje verbal calla. De hecho toda la película (o al menos un 95%) está concentrada en el traslado de los presos en una camioneta de mala muerte, a lo largo de un par de horas. Pero todo ese traslado está atravesado de charlas sobre estupideces, calor sofocante, burlas y cuestiones varias, absolutamente laterales a la inminencia de la muerte (algo que no es difícil de presuponer dados algunos datos que se nos brindan en los primeros minutos de película). De esta manera el espectador queda plenamente disociado entre ese devenir entre los últimos momentos de vida y la llegada de la ejecución (que casi todos los presos que son trasladados desconocen) y la plena conciencia de que ese traslado, esa comida a medianoche que incluye cuidados que la policía jamás daría a los presos, es la antesala de los fusilamientos. Pero, tal como venía diciendo, lo que De La Cruz no expresa por un lado lo hace por otro. Por eso sus decisiones formales son de una precisión quirúrgica: un plano secuencia que conecta el mundo de los criminales y la policía como una misma cosa; una iluminación mugrosa, subexpuesta, como antesala del horror por venir; el uso del reencuadre determinado por las ventanas a modo de encierro; las aceleraciones por montaje y el colorismo exacerbado de la ciudad como evidencia de un mundo que los personajes que son trasladados creen controlar (de hecho ellos piensan que van a ser liberados en el trayecto y no que van a ser ejecutados). Pero posiblemente el momento de mayor libertad sobrevenga con los créditos finales y el hermoso momento musical, que rompe toda expectativa creada por los fusilamientos. Intenten verla como puedan.

Captura De Pantalla 2019 04 25 A Las 12.54.03 P. M.

Por la tarde del domingo vi la decepcionante Vanitas de Paulo Rocha. Era lo primero que veía del director en toda mi vida. Y más allá del soporte en el que fue filmada (que tenía una terminación similar a la del video, pero con una calidad degradada) me encontré con una decepción mayúscula (aunque otros integrantes de esta revista me indican que estoy loco y que las otras películas de Rocha son geniales). Una suerte de sátira con un tono que recuerda a Manoel de Oliveira pero también a Raul Ruiz. Pero a diferencia de ambos, en Rocha el humor no fluye, la sofisticación del estilo distante y autómata del centenario director portugués no construye nada verdaderamente destacable. Me atrevería a decir, la visión del mundo de la moda (incluso con algún imaginativo segmento de reclamos obreros en el medio) no solo es chata y aburrida, sino especialmente convencional. No llegué a ver el cortometraje previo a la proyección, pero me fui con un malhumor que pedía alguna clase de reparación. Por suerte esta llegó más tarde, pero sobre esa película hablaré en la cobertura post-festival.

Maya Perro Blanco

En el último día de festival, en cambio, Maya, la película más reciente de Mia Hansen Love, me dejó completamente frío. No porque la directora carezca de elementos narrativos, no porque sus películas no sean artefactos que se van armando capa a capa para luego asestarnos el golpe definitivo. El problema que me sospecho que sucede con esta película es el del idioma, que a la vez que funciona como dispositivo dramático que deja suspendida la comunicación plena (los dos protagonistas pertenecen a culturas distintas y pese a que manejen el inglés sus correspondientes lenguas madre no son compartidas) es también la excusa perfecta para establecer un melodrama frío. Pero Hansen Love no es Sautet. Y este melodrama en tono low fi no es tampoco uno de esos melos burgueses tan afrancesados que pueden enfriar una torta en pocos minutos. No: lo de Hansen Love fue siempre la estructura de la espera, la contemplación, el detalle y luego si, la toma de distancia y la visión completa del cosmos creado. Esa relación de acercamiento distancia sigue estando acá, pero el factor de empatía y acercamiento se hace más complicado. Insisto: el idioma no es un dato menor porque afecta el verosímil (y eso que no soy partidario de las cruzadas verosimilistas, aclaro) y genera una sensación de estar ante pasiones frías e incompletas todo el tiempo. No, no es Breve encuentro (David Lean, 1945), ni tiene la intensidad de los melodramas contenidos. En esta historia de dos personas que no logran encontrar su punto de encuentro adecuado hay un problema de encuadre dramático. Y creo que por eso la película es adecuada en su ejecución formal (como siempre en la directora la presencia de los planos medios supone una ética frente a sus personajes: no revelar sus emociones plenamente) pero limitada en su capacidad emocional. Insisto: a mi me dejó helado y listo para ir a reclamar mi cuarto de kilo con menta granizada, frambuesa y chocolate amargo a la primer heladería que nos cruzáramos (con mi novia no podemos evitar la ingesta animal de helados durante el festival).

Captura De Pantalla 2019 04 25 A Las 12.57.09 P. M.

Algo decepcionante también resultó ser el último largometraje de Nanni Moretti, Santiago, Italia. Hablábamos con el amigo, crítico de esta revista y programador del festival, David Obarrio, que el estreno de un Moretti siempre vale la pena. El tema es que en este caso estamos ante un documental hecho con un pie en el oficio (entrevistas, indagación de un hecho poco conocido, uso correcto del material de archivo) pero con otro mirando la tribuna. Durante buena parte del documental Moretti mantiene un pudoroso silencio, una pudorosa distancia de los materiales, precisamente para que sean estos los que hablan y cuenten los hechos, que en gran medida debieron haber sido desconocidos para los asistentes a la función. Por eso el problema de la película no está en el armado de un documental hecho profesionalmente (pero sin demasiada pasión, algo que uno extraña en Moretti), sino que, a la hora de contar cómo la embajada italiana en Santiago de Chile se convirtió en un alojamiento político para un montón de ciudadanos que pretendían escapar de la sangrienta dictadura de Pinochet, Moretti comete un error. El error es mirar a la tribuna. No es casual que la mayor parte de los assitentes de la última función del festival, que atestaban el cine Gaumont, festejaran ese momento tribunero al que me voy a referir. En un determinado momento, luego de concentrarse en los supervivientes de la dictadura, luego de entrevistar a los exiliados chilenos en Italia, Moretti decide entrevistar a dos militares acusados (y juzgados, con pena en cumplimiento, en diversas causas) de crímenes. Es un momento extraño, porque el director decide darle voz a quien no la precisa, justamente porque el documental no estriba en si la dictadura estuvo justificada o no (de ser así estaríamos hablando de otra cosa, seguramente un horror), sino en narrar un hecho asombroso e inusual como el cautiverio y escape de los asesinos. Por eso al elegir Moretti darle voz a los asesinos en cuestión, ingresa en un terreno no solo innecesario sino poco ético con las víctimas a las que venía entrevistando. Pero esos no son los únicos problemas. Sobreviene un tercero, acaso más grave, que tiene que ver con su propia marca como sujeto en una película que lo tenía funcionando en las sombras. En un determinado momento (festejado por casi todo el cine) uno de los militares acusados y juzgados increpa a Moretti, indicando que la aceptación previa para hablar frente a cámara (y sostener la defensa barbárica de la dictadura, con toda la jerga eufemística del terrorismo de estado, algo que conocemos muy bien en latinoamérica) estaba supeditada a la imparcialidad del entrevistador. A partir de ese momento el director mira a la tribuna. Y decide aparecer frente a cámara. Confrontando a su entrevistado le dice “Yo no soy imparcial”. Y la tribuna festeja. El problema es que uno puede acordar ideológicamente con una y mil cosas de las que habla Moretti. Pero si es honesto intelectualmente no puede acompañarlo en esta. Sencillamente porque: 1.Al ingresar un testimonio que no sirve para nada termina desvirtuando a los demás testimonios de las víctimas 2. Al humillar a un asesino, acusado y condenado se posiciona en un lugar de poder canalla (si, humillar a un asesesino no te hace más progresista ni mejor persona, porque no habla de él sino de vos y tu necesidad narcisista) e innecesario. Lo que hace Moretti es patear hacia cualquier lado y mirar a la tribuna porque sabe que va a ser festejado. Pero en ese pequeño movimiento (Nanni, si sabemos que no vas a ser imparcial, para qué mierda invitar a dos asesinos y humillarlos, solo para nosotros? Qué clase de circo romano patético es ese?) el director pierde el norte, porque nos desconcentra, porque desarticula esa mirada pudorosa de al menos 3/4 partes de lo que venía narrándose, para ponerse de vuelta en el centro. El problema es que este Moretti no es el de Aprile. Y esta decisión afecta terriblemente al sistema propuesto por la película.

Con cierto malhumor con Moretti (porque no quiero que me digan qué pensar, sino que sean honestos conmigo como espectador) se me terminó el Bafici. Pero solo se terminó el Bafici de los diarios para mi, porque del resto se enterarán en nuestra cobertura post festival. Para compensar hubo que ir a buscar pizza a Guerrín (qué cara que está!) y luego helado. La ética gastronómica no te abandona. Incluso cuando el cine lo hace.

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