Bafici 2019 – Diario de festival (8)

Por Marcos Rodríguez

Bailar hasta morir

Por Marcos Rodriguez

Lo digo en este momento y con total convicción: toda película debería contener por lo menos una secuencia con música de David Bowie y todo festival de cine debería cerrar con una película coreana. O, dicho de otra forma, todo espectador que precie en algo su salud mental y cinéfila debería intentar cerrar su festival viendo una película coreana. Y no me refiero a ninguna película delicada, sutil y de autor (de esas que Corea del Sur produce tanto y tan pero tan bien) sino a una película genérica, bien diseñada para público masivo, de ser posible con alguna estrella del k-pop o demás galancitos juveniles, y, en el mejor de los casos, con algo de música y baile, aunque esto es facultativo.

Swing Kids Perro Blanco 4

Ya alguna vez cerré un Festival de Mar del Plata con la película A Taxi Driver, que no tenía estrella del k-pop pero lo tenía a Song Kang-ho. Es posible incluso que A Taxi Driverno fuera la última película que vi en aquel festival, pero sí puedo decir que mi corazón bajó el telón con ese melodrama (¿existe película coreana que no lo sea?) basado en hechos reales (¿tienen el más mínimo reparo los coreanos en extraer material para su cine de las canteras traumáticas de su historia reciente?) y cargado con todas las tintas que se podrían cargar.

En uno de los tantos momentos verbales brillantes de What She Said: The Art of Pauline Kaelse escucha una entrevista (¿o sería un programa de radio?) en el que están hablando sobre Charlie Chaplin y un hombre le pregunta a Kael si no la conmueven las películas de Chaplin. Ella contesta: “Claro que me conmueven. ¡Por eso no me gustan! No me gusta que me manipulen así”. Quienes disfrutamos de ser manipulados sabemos que nadie lo hace mejor que un coreano. Sospecho, en parte, que porque los coreanos no manejan la menor noción de pudor a la hora de revolverte las tripas. Todo recurso vale en la guerra y en el cine coreano y justo cuando uno creía que ya habían explotado todos los golpes bajos que permitía esta historia, pam, te saltan con una nueva trama frente a la que (estoy seguro) cualquier productor occidental daría medio paso atrás y diría: “Pará, no podemos meter esto”. Y sí, y funciona, funciona porque lo entregan todo, sin que les tiemble el pulso, y vamos para adelante, seguí golpeando abajo que me gusta. Dame más.

Swing Kids Perro Blanco 2

En este caso, mi 21 BAFICI cierra con Swing Kids, una de esas películas cuya sinopsis parece imposible (musical ambientado en campo de detención de prisioneros durante la Guerra de Corea) hasta que uno ve el país de origen y sabe que hay que ver eso. Y hay que verlo en pantalla grande, en sala grande, rodeado por cuanta gente sea posible, esas experiencias que te recuerdan lo que puede ser el cine. En este caso, me vengo a enterar mientras entro a la sala, resulta que esta película está efectivamente protagonizada por una estrella del K-pop, lo cual aporta una dosis extra especial de hormonas y colores de pelos raros y muñequitos de peluche y selfies y vestuarios muy específicos y suspiros durante la proyección. Y encima, me vengo a enterar a medida que avanza la película, la pequeña estrella K-pop con labios que parece que van a explotar baila como los dioses. Gene Kelly tal vez haya muerto, pero reencarnó en Corea. Qué bueno que a ese pibe le vaya bien con su carrera, ¡que baile, que siga bailando!

Mientras, de este lado del globo, de este lado de la pantalla, rodeados por más y más espectadores que ríen y que desearían poder levantarse y bailar un poco (si supieran cómo), vamos entrando más y más en una película que te juega la estrategia perfecta: una primera mitad a pura comedia de timing impecable (sí, en un campo de prisioneros, ni te importa, entraste con el primer chiste) y, de pronto, la cosa se va poniendo terrible y para cuando te querés dar cuenta ya es demasiado tarde: vas a llorar.

Una de las cosas más deliciosas del cine industrial coreano es que supo aprender las técnicas de la narración sin ripios del cine de Hollywood, pero no carga con sus prejuicios dramáticos: el malo puede ganar, el hijo de puta puede ser el más simpático de todos y ese personaje que nunca se les iba a ocurrir matarlo… preparate.

Swing Kids Perro Blanco 3

Incluso la violenta ideología post-ideológica que explicita en más de una ocasiónSwing Kids(“Fuck ideology”) no termina de ser un verdadero lastre porque en el fondo lo que defiende la película (más allá de esa dudosa idea de “dejemos atrás la discusión entre capitalistas y comunistas, somos todos hermanos”) es, básicamente, la gratuidad del arte. ¿Por qué bailás? Estás en un campo de detención, estamos en guerra, los cerdos imperialistas están matando a toda tu familia. ¿Por qué bailás? Si la gratuidad del baile choca de frente con el adoctrinamiento comunista, que exige sacrificio y solo sacrificio, no es menos cierto que del lado yanqui (donde sí se puede bailar) el ejército termina por demostrar su auténtico desprecio por la vida humana y por todo lo ajeno.

En el medio está el tap. Sí, no hay nada en Swing Kidsque no hayamos visto antes. Sí, otra vez caemos a los pies de la enésima historia de un pequeño grupo de inadaptados (sí, en un campo de detención) que encuentran en el baile y en su amistad una verdadera razón para vivir. No de esas a las que uno está obligado. No de esas a las que vas a tener que terminar respondiendo. Una razón de verdad. Eso que hace que se acelere tu corazón. Que le presta algo de sentido a todo esto.

Chau, fue un placer.

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