Bafici 2021 – Diario de festival: Canal 54/Una casa sin cortinas

Por Federico Karstulovich

Comencé Bafici con varias películas encima. Otra vez me toca la tarea de ser jurado Fipresci, por lo que no pienso hablar de mi sección de competencia, pero si me voy a referir a varias cosas que vi, que van de lo extraordinario (Canal 54) a lo sorprendente/olvidado (Una casa sin cortinas) a lo previsible y acaso levemente decepcionante (Aquilo que eu nunca perdi). Pero antes una breve confesión, casi vergonzante, casi expulsiva de la cinefilia (supongo): retorné al cine, si. Pero la experiencia no me movió un pelo. No por las películas, tampoco porque el cine me hubiera dejado de importar. Sencillamente me sucedió que el retorno me tomó en pleno trabajo (parte en salas, parte online) por lo que el regreso a una sala fue como une extensión de lo que hasta hace un año era habitual (de hecho el viernes 13 de marzo de 2020 había ido al cine, una semana antes de los cierres). No me pregunten por qué, pero no medió la menor emoción, sino la sensación del retorno a una normalidad que jamás debió haberse suspendido. Si, me imagino que podrán lloverme puteadas por esto. O alguna indignación o acusación de descorazonado. Pero no hay nada de eso. Simplemente el retorno me afectó de manera nimia, como si una amnesia me hubiera borrado aquello que nos fue vedado desde hace casi un año. En fin, tenía que decirlo.

Canal54

Canal 54 retoma una historia notable, una pequeña historia barrial que hace 51 años logró el estatuto de mito. La historia, en concreto, resume lo simple y banal con lo apasionante de las convenciones de los relatos apócrifos, de las mentiras que se repiten en posibilidad por simple repetición. En 1969 el hombre llega a la luna, si. Pero lo que muchos vieron por televisión fue bien distinto a lo que vio un vecino de Avellaneda, una radioaficionado que logró captar “con una antena parabólica casera hecha con una budinera”(sic) una segunda transmisión, una transmisión paralela. Pero no solo se trata de un relato inverosímil. El hombre también supo adquirir un estatus de persona pública durante sus quince minutos de fama gracias a la rapidez para fotografiar de su tv la presunta transmisión paralela. Con ese punto de partida el director de Canal 54, Lucas Larriera (a esta altura un especialista en temas sobre la luna, sino revisen su primer trabajo, Alunizar) despliega toda una serie de teorías hermosas, delirantes, atravesadas por personajes dignos de Juan Rodolfo Wilcock. Pero a la indagación del hecho, ya de por si fascinante, se agregan una serie de historias que se despliegan hacia distintos caminos laterales, como si el trabajo del director fuera menos el de agotar un problema que el de abrir una serie de posibilidades narrativas por el puro goce del encadenamiento que, a su vez, no desdeña momentos de reflexividad sobre el acto de investigar, de narrar y de filmar. El punto es que nada de esto es ostentado con solemnidad, sino que todo el tiempo ese recorrido reflexivo es parte de la misma narración (que incluye reconstrucciones obsesivas, entrevistas a vecinos del misterioso Otero, el héroe radioaficionado, pero también cuestionamientos de parte del mismo director sobre el destino material de su propio proyecto). En ese recorrido sutil y potente nos vemos inmersos en un estado de hipnosis, en una película de detectives sin centro. O mejor dicho, con un centro que se evapora y nos deja pataleando en el aire de las especulaciones. Sobre esa duda perenne es donde se asientan los logros mayúsculos de esta película que pide a gritos ser descubierta.

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En Una casa sin cortinas el recorrido nos lleva por otra clase de fantasmagorías, distintas a las de los documentales apócrifos o sobre hechos delirantes. En este caso el delirio es bien palpable. El inicio, en este sentido, no puede ser más categórico: estamos a mediados de los 80s. María Estela Martinez de Perón -dejando en el olvido al nombre Isabel- regresa al país luego de varios años de ausencia y visita la tumba de su difunto esposo en medio de un pandemonium de empujones, piñas, aprietes, patadas. No obstante ninguna mano la alcanza, nada la toca aunque todo se desmorone o se vaya al demonio a su alrrededor. La imagen es elocuente y la pinta de cuerpo entero. Isabel, personaje enigmático, que luego de los años decidió encerrarse en su propio silencio, del cual no ha vuelto a salir, es el punto de partida y de llegada de esta indagación. Por qué se la ha olvidado? Por qué se la ha silenciado y borrado de la historia? Si bien podríamos decir que el olvido selectivo es una de las principales cualidades discursivas del peronismo respecto de su propia historia (el olvido del etnocidio en Chaco y Formosa en 1947 conocido como la masacre de rincón Bomba, el olvido de la policía especial de Perón, el olvido de las brigadas de control barrial por medio de los denominados hombres de gris, el olvido de los primeros desaparecidos expreso en democracia -antes que Felipe Vallese- como lo fue Carlos Antonio Aguirre o Juan Inganillena, el llamado a colgar opositores, la mismísima creación de la espantosa Triple A, el pacto de las cúpulas de Montoneros con Massera a cambio de parte del botín del secuestro de Born y la tranquilidad de los cabecillas…el mismísimo Menem como padre de la renovación y formador político de quienes lo sucederían en los 2000s…la lista es larga), la realidad es que el caso de Isabel es paradigmático. En este punto Una casa sin cortinas funciona muy bien en dos niveles: cuando confía en el material de archivo – hay material que es un verdadero hallazgo por lo desconocido, que incluye hasta a un joven Aníbal Fernandez entre las filas de los militantes pro Isabel- y cuando permite que sus entrevistados hablen de más o se pisen a si mismos a la hora de justificar la elisión de la figura de Isabel y del peronismo de los 70s. Asi las cosas la urgencia del documental de Troksberg (a quien la distancia del exilio le permite una libertad que los directores locales jamás se atreverían a tocar) también exhibe una desprolijidad formal que hasta cierto punto parece buscada pero que no termina de hacer mayores aportes a esa suerte de estética sucia que puede llegar a manejar por momentos. Indistintamente, el documental posee la potencia de decir lo que habitualmente no se dice: que la historia argentina sigue siendo presa de la manipulación, de la administración selectiva de los hechos para asegurarnos qué se puede decir y qué debe obliterarse. En este sentido, más allá de que las revelaciones sobre el personaje de Isabel no terminen por clarificarnos mucho más de lo que pudiéramos saber, la película no deja de tener algo de documento urgente, justamente porque no queda presa de su tiempo. Y como 1982, la película de Lucas Gallo vista en Mar Del Plata 2020, Una casa sin cortinas dice más sobre el presente que sobre el pasado al que alude.

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