Bafici 2021 – Diario de festival: La trilogía The Decline of Western Civilization

Por Diego Maté

La obra de los artistas prolíficos puede llegar a ser felizmente contradictoria, puede discutir consigo misma o hacer silencio para retomar el intercambio más adelante, tal vez con nuevos argumentos. Fue lo que le pasó a Penelope Spheeris, pequeña marquesa del mainstream de Hollywood que tuvo su obra magna con El mundo según Wayne, celebración plena y sin dobleces del rock, fábula mítica, cuento moralizante sobre la fidelidad a la propia vocación y los peligros de la ambición. Pero Spheeris tuvo al margen de su tránsito hollywoodense una carrera como documentalista que fue la prolongación por otros medios de su pasado como directora de videoclips. La trilogía de The Decline of Western Civilization nunca tuvo los niveles de popularidad que El mundo según Wayne, pero constituyó de todos modos una leyenda que alimentó durante tres décadas el mundo del rock, tan recordada como poco vista, por lo menos hasta 2016, cuando finalmente se restauró y editó en digital.

Mucho antes de Wayne, Spheeris no sabía bien qué pensar de la escena punk de Los Angeles. La directora parece sumida en un estado de perplejidad, está fascinada por el ambiente, las bandas y el público. Es algo bueno para un documental no saber qué pensar, indica una cierta apertura a la complejidad del mundo que se observa, la aceptación de una ambigüedad primordial que resiste a las etiquetas rápidas y las ideas precocidas. Pero no se trata de adivinar qué pensaba Spheeris, alcanza con ver unos pocos minutos de la primera parte de The Decline para sentir la fuerza arrolladora de las canciones, la hostilidad consensuada que lubrica los intercambios entre bandas y seguidores, la pasión sobreactuada con la que músicos y público asumen el punk como un estilo de vida que permitiría sobreponerse a las miserias cotidianas. Spheeris está como loca, en estado de gracia, quiere verlo y escucharlo todo: en su película conviven las entrevistas a músicos y chicos, los recitales filmados, el registro de la precariedad en la que viven casi todos por igual y hasta el testimonio de un policía del LAPD que sintetiza la posición que la comunidad mantiene ante la subcultura del punk. El fenómeno tiene un carácter total y la película se vuelve un Aleph que busca contenerlo todo.

Si la primera parte de The Decline puede verse hoy como una tragedia joven que condensa tanto la rebelión contra el sistema como la esperanza por encontrar un pequeño cantón de libertad, la segunda funciona en cambio como farsa. La part II, filmada casi una década después, mantiene su teatro de operaciones en LA pero cambia de objeto: el mundo que capta la atención de Spheeris ahora es el del metal y sus satélites de ocasión, el glam, el rock y el thrash. En la película se produce un deslizamiento que tal vez no haya sido notado en su momento: a la bronca destructora del punk más marginal que traduce en Estados Unidos el no future lanzado antes en Gran Bretaña le sigue ahora un estadio diferente, el del éxito, el estrellato y de las reglas que estos imponen. Algunas escenas de la película adquirieron un estatuto mítico con el paso de los años: Ozzy rehabilitado, o algo así, narra las desventuras empresariales de Black Sabbath mientras prepara el desayuno; Paul Stanley regala máximas sobre el rock y la fama tirado en una cama llena de chicas; Chris Holmes, guitarrista de WASP, se ahoga en vodka en la pileta de la casa materna (al lado de la madre). Son todos emblemas del giro cultural que sugiere el pasaje de una rebelión permanente y total hacia una decadencia lujosa en la que el consumo de alcohol y drogas ya no es una forma de autodestrucción programática sino el efecto necesario que sobreviene al éxito. Como siempre, Spheeris se mueve en un registro ambivalente que alterna entre momentos de un amarillismo desembozado (como el de Holmes) y otros de una gran intimidad que le permite hablar de igual a igual con músicos y público y horadar la coraza de frases hechas con las que todos se presentan y protegen del exterior.

Pero la historia no siempre se repite como farsa, como hubiera preferido Marx. A veces continúa y dibuja formas más complicadas, menos aptas para las durezas de la filosofía. Una década después, Spheeris suma un nuevo capítulo al ciclo de The Decline que abre la secuencia tragedia-farsa con otra cosa, algo que podríamos llamar un testamento. Part III prácticamente se olvida de las bandas y se concentra en un puñado de gutter punks, chicos fugados o echados de sus casas que viven en la calle y subsisten mendigando o robando y encuentran un cobijo precario en el punk. La película respira un aire decididamente final, ya no quedan las consignas contra el orden o la seducción de una fama elusiva, solo un montón de descastados que sobreviven al margen de la sociedad y encuentran en el punk algo parecido a un ideario, algo en lo que referenciarse y proyectar sus miserias, un poco de calor. 

Después de algunas entrevistas al comienzo, de alguna canción tocada en vivo y de The Resistance, la banda de Eyeball, un poeta maldito que alimenta su arte de lo peor del mundo circundante, Spheeris, siempre igual de atenta a los vaivenes de su tema, no teme abandonar la escena punk para dedicarse totalmente a la comunidad de jóvenes homeless. La película tiene una de las escenas más conmovedoras de la trilogía: Spheeris es invitada a filmar una fiesta y por primera vez la algarabía es generalizada y compartida por todos. La directora, siempre al margen, escondida detrás de preguntas y acotaciones, acá está en el medio de la escena, participa, es aceptada.

Se trata, sin embargo, de un fulgor breve: el cuadro general es desolador, no hay promesas de futuro, ningún plan, solo pasar el día y consumirse en un presente sin tiempo. Los hechos se precipitan, los chicos se degradan, aparecen lastimados y algunos mueren en accidentes confusos. Spheeris mira pero también pregunta con tono preocupado, es una madre inerme que ve desde el off a sus hijos arruinados y sin remedio. De esta forma cierra la trilogía dedicada a la escena del rock y el punk de LA, con una película fúnebre y final, que abre sus créditos con un obituario. 

La filmografía de Spheeris concluye así una discusión que mantuvo consigo misma durante tres décadas: no se trata de buscar en las tres partes de The Decline el reverso crudo de la fábula edulcorada de El mundo según Wayne, eso sería poca cosa, una demagogia más bien escasa, si no de seguir el flujo de un pensamiento, de una idea sobre el rock que va formándose, un proceso con sus accidentes, sus instantes de lucidez, sus claudicaciones, sus hallazgos azarosos, sus logros planificados. Como los mejores documentales, las tres partes de The Decline tampoco saben bien qué pensar.

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