Bafici 2021 – Diario de festival: Los visionadores/The Annotated Field guide of Ulisses S. Grant/So Late So Soon

Por Luciano Salgado

Este año Bafici se desplegó de forma asimétrica en distintos niveles de acción. Esto genera la percepción de un festival ecléctico. Pero al mismo tiempo lo que tiene de libre e inesperado (que no es sinónimo de bueno, ojo) también lo tiene de disparejo. Esto es bueno y malo a la vez porque permite establecer relaciones de continuidad y discontinuidad, de parentescos y diferencias marcadas que van organizando nuestro programa diario y semanal. El resultado es esta maravillosa dispersión de felicidades y bodoques que permiten que nuestra cinefilia no se vea sobreexcitada como niño en una juguetería pero tampoco sujeta a la decepción mayúscula. Asi las cosas no puedo dejar de decir que este Bafici me resulta una experiencia incómoda, como si por algún lado se percibiera un enorme grado de improvisación en muchas de las decisiones pero al mismo tiempo como si esos cambios le dieran identidad al festival, a tal punto que no lo recorren nombre brillantes y lustrosos (tan Mar del Plata, tan “tengo un presupuesto de cinco Baficis juntos”), sino que lo recorren nombres que vuelan un poco por debajo del radar. Es lo que debe hacer un festival independiente, al fin y al cabo? Si, claro. Eso nos conforma? No. Parece entonces que estamos ante una transición? Si, se parece bastante a eso. Indistintamente, las películas, que son lo que más importa. Vamos a ellas.

Desde que vi su hilarante trailer no pude sino pensar en que Los visionadores debía ser la primer película que viera del festival. La sola idea de un largometraje (o casi) hecho sobre la base de películas argentinas olvidadas, despreciadas, denostadas, era, a primera vista, un ejercicio tentador. En efecto la película de Frenkel -un especialista en cierto humor absurdo y cotidiano al mismo tiempo- se muestra como eso: como un ejercicio divertido, con momentos brillantes (la noción de la matrix cinéfila denomidada Rannix es un hallazgo, con todos los gags internos que conlleva), otros deliberadamente forzados (los juegos con las películas más actuales no le aportan nada a esa cinefilia berreta que le proporciona el material más duro, y que incluye a películas que van fundamentalmente de la década del 50 a la década del 90) y con una construcción que por momentos se vuelve algo autoindulgente. Quizás ese último sea el mayor de los problemas que muestra la película de Frenkel. El juego con las películas malas, con la cinefilia falopa, con el consumo de VHSs malos como acto de resistencia, que tiene una pata puesta en la nostalgia (que explota mucho mejor y de manera más inteligente la notable Directamente para video) y otra en el culto un poco bobalicón y demodé del envejecido concepto de “cine bizarro”, en un punto termina atentando contra la misma comedia, que al final de cuentas es el espíritu central de lo que veníamos viendo. Se me ocurre que esto se debe, fundamentalmente, a que más allá del juego no hay ideas. No estamos ante el Joe Dante de Amazon Women on the moon o el de The Movie Orgy. Por eso la sensación es que cuando el juego le permite a la película entrar en un encadenamiento delirante (por lo tanto se olvida de progresar narrativamente para fabular de manera imprevisible), la película adquiere volumen. Por el contrario, cuando fuerza los encadenamientos en el cuentito absurdo y poco logrado de los dos amigos el asunto termina chirriando, como si en el fondo no le importara demasiado más que para enlazar lo que ya de por si funcionaba por medio de la lógica del sinsentido. Articulada entre las fortalezas de los diversos gags que proporcionan los distintos hallazgos del archivo videográfico del que se vale y la necesidad de construir una comedia, Los visionadores es, curiosamente, una película pensada para el disfrute en una sala, con amigos o con mucho público. Nunca para el aislamiento del consumo hogareño.

En un registro completamente distinto -por no decir algo remanido pero bello en su confección- se encuentra The Annotated Field guide of Ulisses S. Grant, película que me recordó los primeros baficis del lustro inicial de los 2000s. Atravesado por la mirada de su director, un especialista en crear documentales extraterrestres, en este caso se produce un encuentro con otras formas que, por momentos, recuerdan al cine de John Gianvito (Profit motiv and the whispering wind) mezclado con el cine de James Benning y de Ross McElwee (si, el de Sherman’s March, es decir, la guerra civil americana del siglo XIX volviendo por otros medios). El recorrido que propone Jim Finn, su director, no cae, sin embargo, en las mismas tretas de sus falsos documentales de años anteriores. O si, pero se nota mucho menos. Por momentos embriagadora, con sus planos fijos, con sus tumbas, con su voz over monocorde e hipnótica; por momentos confusa y agotadora (también algo aburrida) por la profusión de nombres, fechas, conexiones, datos extremadamente específicos. El problema es que Finn juega con algunas armas que ya conocemos, que hemos visto en mejores manos y al mismo tiempo lo hace con lucidez pero sin brillantez, ni sorpresa ni originalidad. Todo esto nos deja con una sensación agridulce, que es la de querer habitar la película pero al mismo tiempo sentirnos un poco farsantes con nuestra experiencia como espectadores, como si nos asentáramos en una versión automatizada del festival. Esa idea nos obliga a preguntarnos a veces por las películas y los directores que funcionan como un hogar para nosotros. Y a los hogares hay que dejarlos cada tanto. El cine de Finn, siento yo, ya no hace más grande a mi mundo (no por lo que me cuenta, sino por las formas), sino todo lo contrario.

Incómoda, lo que se dice incómoda (que no epater le bourgeois cinema, no es Gaspar Noe, no se asusten) es So Late So soon, que me hizo acordar a un viejo profesor que ya debe haber muerto, pero que con casi ochenta pirulos, allá por inicio de los 2000s me hablaba de New York Dolls como quien habla de la banda de su adolescencia. Y yo pensaba: “pero esta no pudo haber sido nunca la banda de su juventud, en el mejor de los casos de una madurez ya pasados los 40 años”. Quizás a muchos de nosotros nos cueste generar esa actualización etaria. La contemporaneidad de nuestros abuelos no puede ser la de nuestra música de juventud. Por eso cuando vemos a esos dos viejitos que conviven con sus achaques y que exhiben una juventud no acorde a esos cuerpos (perdonen los lectores de la tercera edad) a mi se me viene el recuerdo de mi profesor que citaba a los NYD y a mi sorpresa de veinteañero que no entendía ese cruce de coordenadas temporales. Porque para uno los viejos no pueden compartir el imaginario de nuestra contemporaneidad. O acaso el empobrecimiento de la experiencia haga que para un cuarentón como para un ochentón como para un pibe de veinte Joy Division suene siempre como un presente posible. Bueno, toda esta dispersión de ideas que menciono viene al caso de este documental sobre adultos mayores que no tienen nada de abuelitos, que reivindican otra edad (que no es lo mismo que hacerse los pendejos o forzar una juventud inexistente) pero que al mismo tiempo son alcanzados por las mieles de los achaques físicos. En el medio de eso la desesperación por seguir siendo respetados como artistas (aunque no se trate de gente particularmente destacada o famosa) y la obsesión porque el tiempo no los pase por encima. Pero quizás el dato mayor esté dado por la cercanía que construyen con la presencia de la cámara, algo que recuerda a la notable Grey Gardens, película con la que tiene más de un punto de contacto.

El festival sigue pero con tres películas al hilo me vuelvo a mis tareas confundido. Es uno de los beneficios de la federalización del streaming. Seguiremos buscando novedades. Todavía queda casi una semana completa.

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