Berlín 2018 – Diario de festival (1)

Por Laura N Vitalli

Lo mejor, en los márgenes

Por Laura N. Vitali y Fernando E. Juan Lima

  1. Prólogo (aclaración inicial)

Es difícil esto de escribir a cuatro manos. Y es que, si bien solemos coincidir bastante (no en vano estamos juntos yendo al cine desde 1981), la regla no es absoluta.

Aquí escribimos un poco cada uno, nos corregimos el uno al otro y respetamos la opinión individual si no pudimos ver una película. Así que cabe aclarar: (1) la postura expresada respecto a la película de Lav Díaz es la de Laura (decidimos hacerlo así porque es la disidente en relación con cierto consenso generalizado -léanse, entonces, los “palos” a Fernando- y porque este último ya hizo saber su postura por otros medios); y, (2) Touch me not, Mug, Las herederas, Museo y The Waldheim waltz no fueron vistas por Fernando, aunque respetamos la primera persona del plural para no marear, ni hacer más ilegible este diario compartido.

Berlinale 2016

  1. La 68° Berlinale.

Los pronósticos catastróficos no se cumplieron y un clima relativamente amable y soleado acompañó una intensa y heterogénea edición del Festival Internacional de cine de Berlín (sólo en los último días el frío llevó el termómetro a números negativos). No hubo tormentas, ni lluvia, ni nieve. Sí muchas y muy distintas películas. Y al respecto cabe recordar lo que decíamos aquí mismo el año pasado: existe casi un lugar común que le cae con demasiada dureza a la muestra alemana. También adelantamos nuestra opinión al respecto: ello muchas veces tiene que ver con lo que sucede en la Competencia Oficial. Y lo cierto es que, habitualmente, si se toma en cuenta el conjunto total, la Berlinale está siendo más interesante que Cannes (en donde, los últimos años, sólo la Quincena de los realizadores supo estar a la altura). Esa crítica, mucho más amable con lo que sucede en Francia todos los mayos, se olvida de las múltiples facetas, de las muchas secciones que conforman la Berlinale. Las necesidades de la cobertura diaria, sobre todos para periódicos, hace que la mayoría de los críticos haga el mismo “caminito” siguiendo las proyecciones de prensa, cubriendo entonces la competencia oficial y, si hay algo de tiempo, interés o ganas, un poco de Forum. Nada más.

Por eso, uno no puede sino hablar de “su” festival, del que quiso (o pudo, o supo) recorrer. Y en esa selección está gran parte de la satisfacción que habrá (o no) de lograrse. Mientras muchos festivales tienden a acotar su oferta, a poner el acento en la selección, otra tendencia se vincula con la acumulación, con tratar de contenerlo todo. El festival de Berlín participa de esta última mirada: es enorme e inabarcable. Es cierto que su Competencia Oficial suele incluir películas indefendibles; pero esa es sólo una parte de la muestra.

Aclarados esos tantos, debemos comenzar por decir que el camino escogido es en cierta medida heterogéneo o anómalo. Como no tenemos ninguna urgencia en ver películas que seguramente pronto han de tener estreno comercial global, salvo que por horario u otra circunstancia excepcional nos convenga, directamente las evitamos. La prioridad es la de acceder a aquello que sabemos que no podremos ver en salas de cine en otro momento. Así, los rescates nos interesan especialmente, sobre todo si, como sucede a menudo en la Berlinale, las proyecciones son en fílmico y/o con música en vivo.

  1. El principio ya fue.

Eso sí que es comenzar por el principio. El pasado que (afortunadamente, en este caso) sigue estando presente. Uno de los sectores menos señalados en las coberturas del festival tiene que ver con las retrospectivas y la sección denominada Berlinale Classics. Este año el foco más extenso se ocupó del cine del período de Weimar en Alemania. Cortometrajes y largometrajes de ficción y documentales filmados entre 1918 y 1933 conformaron 28 programas que se exhibieron en copias recuperadas (hermoso trabajo llevado a calidad 2K y 4k, cuando no a 35mm, que implica una verdadera arqueología de la imagen a través del tiempo y la geografía, rearmando el rompecabezas en el que la censura hizo perder algunas piezas), en muchos casos presentados con música en vivo. Exponentes de lo que supo conformar un verdadero género, las “películas de montaña” (incluída nada menos que The blue light, de Leni Riefenstahl y Béla Balázs), las dos partes de la increíblemente moderna Christian Wahnschaffe y unas cuantas joyitas que suman la alegría de su recuperación en 35mm (The adventure of Thea Roland, de Henry Koster, Brothers, de Werner Hochbaum). La primera de las películas citadas resulta particularmente interesante por la figura de Riefenstahl, muy conocida por su relación con el régimen nazi, y porque la versión que pudo verse es la del primer estreno, aquel en el que Balázs (judío) todavía figuraba en los títulos y que se recuperó de la copia de nitrato que la directora (recientemente fallecida con 101 años) guardaba en su poder.

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En los clásicos más allá de la retrospectiva señalada, la saludable heterodoxia que no confunde los términos, ni reserva la calificación de “clásico” a los consagrados por todos conocidos, sabe cruzar películas tan distintas como la descomunal The ancient law (E. A. Dupont, Alemania, 1923) y Fail safe (Sidney Lumet, 1964) con Las alas del Deseo (Wim Wenders, 1987) y la obra maestra absoluta Tokyo twilight (Yasujiro Ozu, 1957). Un ejemplo claro de lo dicho, la decisión de proyectar la primera película de Santo, restaurada de manera maravillosa. Santo contra cerebro del mal (Joselito Rodríguez, 1961) fue filmada mayoritariamente en La Habana, justo antes de la revolución, y el divertidísimo y camp disparate tuvo que sacarse de la isla en un féretro para burlar los controles. Esa copia, según se explicó antes de la proyección, no fue aceptada en México por la Cineteca porque a su juicio carecería de interés; sólo después de su inclusión en Berlín, el Festival de Guadalajara  habría decidió también seleccionarla (si esto es así, lo expuesto confirmaría el hecho de que tilingos hay en todas partes).

El homenaje a Willem Dafoe sumó además, entre otras, Vivir y morir en Los Ángeles (William Friedkin, 1985), La última tentación de Cristo (Martin Scorsese 1988) y La vida acuática (Wes Anderson, 2004). Creemos que la que peor resistió el paso del tiempo fue la segunda; pero lo emocionante es ver cómo las entradas se agotan para ver estas películas. Ello desmiente el pretendido “hecho” de que el público sólo quiere ver lo último, lo que le es contemporáneo. Eso no es así, o al menos no lo es para todo el público. No estaría mal aprender de los festivales, y pensar en que estas proyecciones (estos re-estrenos, como suceden en España o Francia) puedan tener lugar más allá de los reductos cinéfilos de la Lugones o el Malba.

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  1. Presente imperfecto.

En las otras secciones, las más conocidas y difundidas, Forum supo cumplir con las últimas películas de los consagrados  Guy Maddin (The green fog), Sergei Loznitsa (Victory day), Hong Sangsoo (Grass) y Ruth Beckermann (The Waldheim  waltz), por nombrar mis preferidos. En Panorama brillaron Kiyoshi Kurosawa (Yocho) y Ursula Meier (Diary of my mind). Destacamos especialmente a Maddin y Kurosawa, directores muy distintos que han sabido reencontrar el rumbo tras un período algo autocomplaciente o irregular. El canadiense sorprende con una genial re-versión de Vértigo vía found footage, que logra el prodigio de recuperar la trama original a través de múltiples partes de diversas películas y series de distintas épocas, al tiempo que construye la película definitiva sobre esa hermosa ciudad que es San Francisco. El japonés, por su parte, vuelve a las historias en las que el mundo se acerca a su fin, confirmando que le vienen mejor los extraterrestres y el misterio que los fantasmas y su versión artie del j-terror.

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En cuanto a la Competencia Oficial, entendemos que el panorama no fue tan catastrófico como algunos dicen. De hecho, la apertura tuvo lugar con la proyección en carácter de premier mundial de la película Isle of Dogs (Estados Unidos), de Wes Anderson (Los excéntricos Tenembaum, Gran Hotel Budapest). No es habitual que una película de animación (en Stop-motion, como la recordada Fantastic Mr. Fox, del mismo director) sea la elegida para abrir la muestra, pero los pergaminos del realizador, las estrellas que participaron del proyecto y la necesidad de diferenciarse, de dejar en claro la heterogeneidad y diversidad de propuestas, seguro influyeron en la selección. La película cuenta con las voces y las actuaciones de Bryan Cranston, Edward Norton, Bill Murray, Jeff Goldblum y Tilda Swinton. Solo cabe esperar que, de tener la dicha de que esta bella historia que rescata la amistad más pura (la de los perros) pueda verse en Argentina, lo sea con las voces originales de quienes ayudaron a crearla, no sólo por su valor icónico y reconocible, sino por la invasión que el horrible, explicativo y demagógico doblaje suele implicar en las películas (y ésta, claro está, no parece dirigida especialmente al público infantil, que es el que necesitaría evitarse el “trabajo” de leer los subtítulos).


En la Competencia Oficial también se estrenaron mundialmente Season of the Devil (Filipinas), de Lav Diaz, Transit (Alemania/Francia), de Christian Petzold, Don’t Worry, He Won’t Get Far on Foot (USA), de Gus Van Sant y Dovlatov (Rusia/Polonia/Serbia), de Alexey German Jr. Dos buenas, dos malas, a entender de quienes escribimos estas líneas. Pero no podemos desconocer la entidad de los nombres en juego (esto es no ponemos en duda la pertinencia de la selección, más allá de la disidencia apuntada en la aclaración inicial). Las que sí, las mejores de toda la muestra: las últimas películas de Petzold y German Jr. La primera, por su habilidad y elegancia para narrar, por la hermosa manera que encuentra de volver a contar Casablanca en un futuro cercano en una Francia vuelta a tomar por las fuerzas de ocupación del nazismo (o algo así); la segunda, por su poética a contramano, que acude al teatro para contar la trágica historia del escritor ruso de origen judío Sergei Dovlatov. Perdón a los que repiten cantinelas y no se atreven a discutir el veredicto cuando alguna voz “primerea” y dice “esto es buenísimo”, pero Lav Díaz desde su monumental A lullaby to the sorrowful mystery (2016) viene descendiendo en la profundidad y belleza de sus propuestas de manera evidente. La extensión habitual de sus películas tenía que ver con una necesidad narrativa, con la creación o el reflejo de un mundo, con un tiempo propio en el que uno decidía sumergirse. Ahora el asunto parece más propio de capricho festivalero, y el resultado es el de una película inconexa, episódica, reiterativa, sobre-explicada. Y los tan mentados números musicales, sobre todo los protagonizados por militares, son algo así como insufribles. En cuanto a la de Gus van Sant, ya sabemos lo que él puede hacer en modo mainstream: sólo sorprende su habilidad para que no desbarranque del todo una película tan centrada en la autoayuda (aunque no puede dejar de pensarse cómo se desperdicia un protagonista tan interesante).

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  1. La embajada argentina.

Este año no han sido seleccionadas películas argentinas para formar parte de la Competencia Oficial, pero el número de elegidas en otros apartados de la muestra es ciertamente llamativo e inusual: nueve largometrajes y dos cortos, y ello sin tomar en consideración las coproducciones en las que Argentina es socia minoritaria y el mercado. Con presencia en la sección Panorama (tres largometrajes), en la más prestigiosa y arriesgada Forum (tres largometrajes), en la sección Generation (dedicada al cine de temática juvenil: dos largometrajes y un cortometraje), en la competencia Berlinale Shorts (un cortometraje) y en Berlinale Special (donde se proyectó el nuevo documental de Fernando “Pino” Solanas, Viaje a los pueblos fumigados), la presencia argentina ha sido tan llamativa como diversa y convocante.

La participación argentina en la sección oficial no competitiva Panorama estuvo conformada por las películas de Santiago Loza (ya formó parte de la Berlinale en 2013 con La paz) Malambo, el hombre bueno; de Sebastián Schjaer, La omisión, y de Martín Rodríguez Redondo, Marilyn (coproducción con Chile). En Forum se presentaron tres tres óperas primas dirigidas por mujeres: La cama, de la actriz Mónica Lairana; Teatro de guerra, de la dramaturga y performer Lola Arias, y Con el viento, de la catalana Meritxell Colell Aparicio (coproducción con España). De la sección Generation participaron otra ópera prima, la de Alessia Chiesa, El día que resistía, la segunda película del cordobés Darío Mascambroni, Mochila de plomo (el año pasado pasó por aquí con Primero enero), y  el cortometraje Toda mi alegría, de Micaela Gonzalo. Esto se está extendiendo demasiado pero tiene que ver con la abrumadora presencia del cine argentino en los festivales internacionales. Y es que, además, también formaron parte de la embajada, en la selección oficial de cortometrajes Berlinale Shorts, T.R.A.P., de Manque La Banca y Los extraños de la montaña helada, de Albertina Carri, que forma parte del Coproduction Market.

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  1. Los premios (te salvan o te hunden).

A una competencia despareja y en parte floja la puede salvar un Palmarés inteligente. Pero esta vez no fue el caso. El Oso de Oro fue para la muy gruesa y demagógica película rumana Touch me not, de Adina Pintilie (que también se llevó el premio a la mejor ópera prima) y el Gran Premio del Jurado fue para la anodina producción polaca Mug, de Małgorzata Szumowska. La interesante película paraguaya Las herederas, de Marcelo Martinessi se llevó el Oso de Plata – Premio Alfred Bauer (también se llevó el galardón a la mejor actriz, Ana Brun); en tanto que como mejor director se eligió a Wes Anderson, por Isle of Dogs; mejor actor, Anthony Bajon, por The prayer, de Cédric Kahn; y mejor guión, Manuel Alcalá y Alonso Ruizpalacios, por Museo. Una de las películas más destacadas de la muestra sólo se llevó el Oso de Plata a la Contribución Artística por la escenografía y el vestuario (hablamos de Dovlatov, de Alexey German Jr.), en tanto que LA joya de la Berlinale fue ignorada: Transit, de Christian Petzold.

El premio al mejor documental de todo el festival fue merecidamente para The Waldheim Waltz, de Ruth Beckermann, en tanto, entre los galardones no oficiales, cabe destacar el reconocimiento por parte del jurado ecuménico a la argentina Teatro de guerra, de Lola Arias, que también se llevó el Art Cinema Award de la sección Forum.

Repasamos lo escrito, lo discutimos y lo confirmamos. Hay mucho para ver y para disfrutar en la Berlinale.

¿Cómo? No lo sabemos; pero en febrero de 2019 estaremos en Berlín nuevamente. Que el destino acompañe nuestra voluntad. ¡Hasta el año que viene!

 

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