Boss Level

Por Rodrigo Martín Seijas

EE.UU., 2020, 100′
Dirigida por Joe Carnahan
Con Mel Gibson, Naomi Watts, Frank Grillo, Will Sasso, Annabelle Wallis, Michelle Yeoh, Ken Jeong, Michael Tourek, Meadow Williams, Selina Lo, Mathilde Ollivier, Sheaun McKinney, Eric Etebari, Swen Temmel, John Cenatiempo, Carlos Aviles, Rob Gronkowski, Adam G. Simon, Joe Knezevich, Aaron Beelner, Benjamin Weaver, John Thelan Reece, Armida Lopez, Athena Akers, Milton Saul, Jeremy Miller, Henry Penzi, James William Ballard, Tyler Jon Olson

Montaña rusa

Luego del fracaso de Brigada A, Joe Carnahan encadenó un par de films donde mostró ostensibles grados de libertad creativa: si El líder era un drama íntimo disfrazado de abismal aventura grupal, Stretch era una comedia de acción desatada, tan urbana como romántica. En Boss level se percibe el mismo nivel de soltura, aunque su estructura narrativa le termine jugando un poco en contra, como si Carnahan terminara preso no del sistema, sino un poco de sí mismo y sus ideas.

El arranque de Boss level va en sintonía con el tono de Stretch, entre juguetón e irónico, centrándose en Roy (un Frank Grillo perfecto para el papel), un oficial retirado de las fuerzas especiales que ve cómo el día de su muerte se repite de manera constante. Si esto le recuerda a cualquier espectador a films como Hechizo del tiempo y especialmente Al filo del mañana, la película se hace cargo de esto a fondo. Lo hace planteando el conflicto desde el mismísimo arranque, con un protagonista marcado por el hartazgo luego de decenas de intentos fallidos por salir de la trampa en la que está metido y guiños explícitos a la estética de los videojuegos. El otro recurso para diferenciarse al que apela la película es una trama cada vez más enrevesada, donde aparecen un variopinto grupo de asesinos profesionales; un misterioso y despiadado coronel (Mel Gibson); una científica (Naomi Watts) que es el amor de toda la vida de Roy y la madre de su hijo; un dispositivo temporal con posibles efectos letales en todo el mundo; y varios personajes (como los interpretados por Ken Jeong y Michelle Yeoh) que aparecen brevemente pero con roles decisivos en el relato.

Sin embargo, ya entrada en su segunda mitad, sin abandonar sus atmósferas de comedia, Boss level también se permite ingresar en un territorio más dramático. Ese vinculado a la necesidad de redención de Roy, un tipo que parece harto de todo, pero cuyos intentos por resolver el loop en el que encuentra atrapado lo llevan a reflexionar sobre su rol como pareja y particularmente como padre. De ahí que el conflicto del film, por más que esté relacionado con la aventura de acción temporal, también empiece a tener como telón de fondo el drama romántico y paterno-filial. ¿Logra Carnahan hacer fluir adecuadamente todas estas tramas y subtramas, con sus temas y tonalidades? No del todo, a pesar de que nunca pierde la ligereza en la narración y la voluntad por ir siempre para adelante, aunque no deje de mirar nunca para atrás, aplicando giros sobre más giros. 

Quizás el gran inconveniente al que se enfrenta Boss level y que nunca termine de resolver sea su acumulación de elementos, a partir de la necesidad de contar muchas cosas a la vez. Eso lleva a que el film sea un gran despliegue de toda clase de ideas, algunas mejor ejecutadas -el aprendizaje intensivo del uso de las espadas- y otras no del todo bien calibradas -los monólogos del villano encarnado por un Gibson un tanto desaprovechado-. De ahí que la película sea una especie de montaña rusa, con altas y bajas constantes, con un guión al que pareciera que le faltó un golpe de horno, a pesar de ser un proyecto que estuvo una década en desarrollo. 

Aún así, a Carnahan hay que reconocerle que, con todos los desniveles y fallas que exhibe el film, también se le nota de manera palpable el cariño por la historia que tiene entre manos y su protagonista. Eso explica cómo hace creíble su camino progresivo de antihéroe despreocupado a sujeto en busca de infinitas chances para exonerarse de sus pecados previos. Por eso el final de Boss level, tan abierto como melancólico, es creíble en su heroicidad, además de francamente emotivo. Es que Carnahan, detrás de sus estilizaciones estéticas y narrativas, no deja de ser un artesano -un poco tosco, es cierto- de las emociones. 

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