Bright

Por Ignacio Balbuena

Bright
EE.UU., 2017, 117′
Dirigida por David Ayer
Con Will Smith, Joel Edgerton, Noomi Rapace, Lucy Fry, Brad William Henke, Andrea Navedo, Chris Browning, Brandon Larracuente, Scarlet Spencer, Pleasant Wayne, Derek Graf, Edgar Ramirez, Jay Hernandez, Ike Barinholtz, Enrique Murciano, Dawn Olivieri, Happy Anderson, Kenneth Choi, Alex Meraz, Matt Gerald, Chelsea Rendon, Daniel Moncada, Kevin Vance

Una que sepamos todos

Por Ignacio Balbuena

Si, en mayo del año pasado se estrenó Okja, sobre la cual escribimos acá. Aquella era una película con varias figuras, gran despliegue de CGI y un presupuesto de $42 millones de dólares. Pero pese a todo, seguíamos hablando de un producto más arty que mainstrem, una película de autor coreana (con gran presupuesto, si) antes que un gran espectáculo apto para la temporada de tanques gringos. No obstante estamos en condiciones de afirmar que Bright es el primer blockbuster de Netflix con todas las letras.

Apuesta fuerte y definitiva, el estreno de esta película es todo un statement de parte de Netflix, que pretende demostrar que es capaz de realizar películas de escala cinematográfica pero para el mercado on demand apto para tablets, laptops y teléfonos astutos. Más del doble de presupuesto que la coreana ($90 millones), Will Smith en el papel principal, y una dupla de director/guionista con credenciales dudosas pero con bastante experiencia en el sistema de estudios, David Ayer (guionista del a notable de Día de Entrenamiento, y responsable de Sabotage y End of Watch). Detengámonos en el director: aunque sus últimas películas fueron furibundos fracasos (Fury  y esa catástrofe llamada Escuadrón Suicida, un fracaso de proporciones épicas, una película contrahecha que está entre lo peor que nos dio el género superheroico en toda su existencia), en ambas insistió con lo mismo: machotes con armas, temas de hermandad y amistad masculina, violencia física. Y en este experimento mucho no se quiso alejar de lo que conoce. Eso nos da una pauta de lo que pudo haber resultado sin haberla visto. Entonces, ahora si, con todos los antecedentes, entremos a la película.

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Kevin Smith, en uno de sus clásicos monólogos, sostiene ese apotegma que indica que en Hollywood se fracasa hacia arriba. Para demostrarlo aquí lo tenemos a Ayer tratando de demostrar la viabilidad de Netflix como una productora de tanques. De aliado tiene al siempre controversial Max Landis, responsable (¿culpable?) de guiones de sensibilidad comiquera como Chronicle, American Ultra o Victor Frankenstein. Lo cierto es que Netflix apostó al gran espectáculo de la mano de dos tipos con una carrera cuanto menos irregular. Todo indica que Smith no se equivoca…

Pero aquí estamos. ¿Que resultado nos trajo mezclar a un guionista de cómics y cine de género con un director de gritty crime thrillers? Bright es, fundamentalmente, una película que funciona como una suerte de mashup entre la sensibilidad de ambos autores. La película no es otra cosa que una mezcla rarísima de policial urbano con El Señor de los Anillos. Si, una buddy movie policial pero con una mitología detrás, que es una suerte de High Fantasy 101. Orcos, elfos, y un trasfondo de profecías, invocaciones a ‘Señores Oscuros’, clanes rebeldes y una toda una sarasa que la película parece inventar a medida que avanza como si tuviera que tapar pozos. No hace falta prestar demasiada atención a esos datos que no subsanan ninguna trama complejísima de intereses a lo Game of thrones. No: la película es ‘una de acción’ con un montón de elementos prestados de otras tantas películas pero con una superficie de verosímil del género maravilloso (el mundo de Tolkien es un ejemplo paradigmático) por arriba. Todo lo que vemos en Bright ya lo vimos antes, dado que el guión parece estar hecho a partir de una serie de visitas a TvTropes o películas anteriores del propio Ayer. Pero retomemos y empecemos por el principio. Debe ser la quinta vez que recomenzamos para ver cómo entrar a este artefacto extraño.

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Tengo que reconocer que mi principal interés por la película apareció cuando las críticas negativas la destrozaron. Indiewire dijo que se trataba de la peor película del 2017. AV Club señaló la sorprendente estupidez de la película. Y esas eran solo el comienzo. Así, con esta suerte de hype a la inversa, me decidí a ver esperando lo peor, la infamia, lo nefasto, lo imposible de ver. O el peor pecado que pueden cometer las películas malas: ser aburridas. Pero debo reconocer honestamente que, acaso por tener las expectativas tan pero tan bajas, me encontré con una película competente, llevadera, inofensiva. No son los mejores elogios, aclaremos, pero ciertamente está lejos de ser lo peor de 2017. No es una película buena o particularmente memorable, pero está ejecutada con la suficiente competencia como para mirarla tirado en un sillón revisando el celular, escuchando los remates y chistes en los diálogos de Will Smith, y levantando la vista para las secuencias de acción, las piñas y las explosiones. Me atrevería a decir que casi casi que pide ese consumo exclusivo, como esas películas que uno ve entre la cama y el living, entre hacer una cosa y otra en la casa. Una home-movie pero de espectador. Bajar la vara? No sé, pero claramente hay una idea de consumidor en la que esta nueva major está pensando. Y no se trata del espectador promedio de balde de pochoclo y 2×1 sino de alguien todavía más disperso (o al menos potencialmente). Y creo que la película trabaja con esa idea a conciencia.

De alguna manera Netflix redefine con Bright aquella vieja y querida categoría de película ‘ideal para enganchar en el cable y dejar’ pero para la era del streaming. Tal vez es un panorama triste para una estrella otrora infalible, capaz de llenar salas solo con su nombre. Pero después de fiascos como Después de la tierra o la absolutamente delirante Belleza inesperada (que se tomaba en serio una premisa tan imposible que merece una nota aparte), resulta satisfactorio ver a Will Smith haciendo la rutina habitual de Will Smith, que es básicamente recitar diálogos como ‘This ain’t no small talk. This is bigass talk’, con ese espíritu chillout que viene practicando desde los ‘90.

Resulta particularmente apropiado para el léxico de las películas de Ayer, que inserta cada dos frases alguna de las siguientes palabras: ‘nigga’, ‘motherfucker’, ‘io, io’, ‘homie’ y similares. En especial la última: hay una especial fascinación en Ayer por la cultura de las pandillas, que acá aparecen por partida doble, ya que además de latinos y negros, en el mundo de Bright la verdadera clase social del ghetto son los orcos, que también son, oh sorpresa, pandilleros.

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Claro, hay un intento de alegoría social en Bright. Los elfos, bellos y prolijos, son los ricos y gobernantes. Los orcos, grotescos y violentos, son las clases marginales. Por supuesto cualquier posibilidad de sutileza para el comentario social queda perdida en el diálogo chabacano de Ayer y el guión épico-místico, copypasteado de todas las narrativas de fantasy existentes. Existía en Bright la posibilidad de construir una metáfora sobre el racismo y el panorama actual de la sociedad americana, de la misma forma que, por poner un ejemplo exitoso, Distrito 9 lo hizo con la sociedad sudafricana. Allí había mucho de lo que se ve en la película de Ayer: despliegue de efectos, una raza ficcional oprimida, incluso un bicharraco que generaba humor a partir de su nombre (el alien Christopher Johnson en la sudafricana, el orco Nick Jakoby en esta), pero si la película de Blongkamp sorprendía era por sus tangentes (un costado de body horror inesperado, aliens que generaban empatía, una mezcla innovadora de mockumentary y puestas de cámara convencionales) mientras que en la de Ayer todo termina en la profecía autocumplida, en el blockbuster de acción hecho para conformar a partir de, una vez más, poner en marcha la trama a partir de un McGuffin fantástico y una narrativa de el elegido (no quiero spoilearles más). De todas formas, insisto con esto, al menos se compromete con el ridículo desde el comienzo y nunca decae, algo que pasaba con un bodoque como la última versión de La Momia, que también apostaba a la grandilocuencia (monstruos clásicos de Universal meets The Avengers, o algo así), pero no llegaba nunca a entusiasmar (o que funcionaba aún peor en la merecidamente maltratada Escuadrón suicida)

Bright tiene al menos el mérito de construir su mundo sin flashbacks ni monólogos ni textos que busquen explicarnos relaciones complejísimas y en muchos casos confusas. Hay varios diálogos expositivos muy pobres, sí, pero también algún que otro plano con el mérito de saber construir un mundo a partir de detalles visuales precisos, que disparan la imaginación en vez de limitarla. Hay ideas visuales que prefieren confiar en la potencia narrativo-informativa de las imágenes (a las que naturaliza y no presenta como hechos extraordinarios) que dicen mucho más que cualquier personaje verbalizando las reglas de un mundo que se aparta del realismo. Sin ir más lejos en el montaje inicial -que con trazo bastante grueso construye el imaginario del ‘orco gangsta’ mediante la yuxtaposición de graffitis y hip-hop- se cuela un signo vial con un hombre lagarto. En una escena de brutalidad policial, vemos al pasar un centauro en uniforme, como reemplazo de la policía montada. En un gran plano general de la ciudad,a lo lejos se ve pasar un dragón. Son algunas pocas ideas que emergen en la construcción de un mundo que en el momento de armar la trama, opta por correrse del detalle y la redundancia explicativa.

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Tratar de resumir la trama de Bright a partir de su propia mitología es un ejercicio inútil que haría parecer la película más complicada de lo que realmente es. Sin embargo, al verla, es muy fácil identificar los elementos que la arman. Una pareja despareja de policías, uno canchero y sarcástico pero finalmente honesto, y uno en apariencia medio pusilánime pero en el fondo noble y heroico. Una situación extraordinaria que pone a ambos policías en medio de una noche interminable que involucra a policías corruptos (que los quieren matar), pandillas (que los quieren matar), asesinos profesionales (que los quieren matar), y agentes federales (que siguen la trama siempre un paso atrás tratando de entender ‘the bigger picture’ y después se ocuparan de encubrir todo). Los asesinos en realidad son elfos rebeldes (entre ellos Noomi Rapace, letal como una T1000 pero elegante como modelo), tratando de revivir a una especie de Sauron, y los federales son parte de una ‘Magic Task Force’, pero esencialmente, el plot es propio de una de esas películas que vimos mil veces. Por eso podemos verla a los saltos, con discontinuidades. Porque conocemos la melodía.

Tal vez por eso funciona, y por eso, debajo de una matriz en apariencia innovadora (oh, un reality de policías meets Game of Thrones!), Bright es en realidad la película de Netflix que constituye un paradigma, un cóctel algorítmico hecho a partir de una recolección automatizada de los hábitos cinéfilos del gran público, una serie de tags como #OrcosyElfos, #WillSmith, y géneros como #BuddyMovie o #ActionThriller y otras cosas que tal vez eran trending topic cuando escribieron la película como la brutalidad policial y el racismo, pasteurizados en secuencias de acción coherentes pero olvidables y personajes estereotipados. Por supuesto ya está anunciada la secuela, que surgió con la misma urgencia con la que Netflix insiste en que veas el capítulo siguiente de la serie que estés bingeando en cinco, cuatro, tres, dos, uno. Lo importante es no dejar tiempo para pensar y de repente uno se encuentra mirando la de Will Smith y el policía orco, después de que se terminó la segunda temporada de The Crown.

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