Canela

Por Rodrigo Martín Seijas

Argentina, 2020, 70′
Dirigida por Cecilia del Valle

Algo personal

Con todos sus desniveles, la vertiente documental del cine argentino es probablemente la más productiva e interesante, acaso porque ha aprendido a despegarse de ciertas taras que el cine de ficción todavía conserva. En este orden de desprendimientos de los lugares comunes, de las limitaciones y de las formas anquilosadas, el estreno de Canela, nuevo film de Cecilia del Valle, es una buena muestra de las posibilidades liberadoras del documental. Pero para comprender sus logros hay que concentrarse en su gran virtud: la asunción de una voz personal. La capacidad de sostener y ejecutar el enfoque que sustenta su entramado estético y narrativo es precisamente lo que le permite capturar la atención del espectador y conmover con armas nobles. 

La película asume desde su nombre esa primera persona que supone el abordaje de la figura de Canela Grandi Mallarini, arquitecta y profesora trans que debe decidir si quiere someterse a una operación de reasignación de género. Desde esa premisa la película tiene un acierto mayúsculo: permitir que sea la protagonista la que domine el punto de vista de la narración. Ese dominio no es una decisión ociosa: es justamente aquello que otorga una plataforma para que su protagonista sea una autora más de la película que vamos a ver. En este aspecto, su presencia le imprime un peso de materialidad al registro. No se habla sobre una persona y sobre un cuerpo sino desde una persona y desde su cuerpo. Inevitablemente esa decisión le brinda a la película una enorme coherencia al momento de reflexionar sobre los debates alrededor del tema, además de las acciones, perspectivas y hasta vacilaciones del personaje. Canela persona y Canela película se fusionan ante nuestros ojos, delineando progresivamente un relato con una materialidad fascinante.

Al mismo tiempo la directora asume una elegancia discreta que elude subrayados y sentencias superficiales, acaso esperables. Por el contrario, profundiza en debates que pueden ser incómodos con gran inteligencia. Canela da cuenta de cómo hay aspectos sociales y particulares ya saldados, pero otros que presentan nuevos obstáculos a los cuales superar. Lo hace sin paternalismos o sobrecargas dramáticas, en un trabajo conjunto perfectamente articulado entre la directora y la protagonista, por el cual se genera una empatía inusual. Ambas incluso logran que, desde una visión subjetiva y a la vez enriquecedora, que veamos con nuevos ojos a una ciudad siempre compleja -aunque usualmente relegada en el cine nacional- como es Rosario. En Canela lo íntimo y lo social chocan, pero también se dan la mano, con una bienvenida honestidad y una acumulación de imágenes que respiran humanidad y cine. 

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