Cannes 2017 – Diario de festival (3)

Por Fernando Juan Lima

Crónicas canninas (3)

Por Fernando Juan Lima

Es difícil de comprender el criterio con el que se decide que una película vaya a la Competencia Oficial o forme parte de la Selección Oficial fuera de competencia. Sin dudas Mugen No Jüninri (Blade of the Immortal), de Takashi Miike debería haber formado parte de la sección principal. Posiblemente el hecho de que se trate de una película de sámurais y la salvajada del baño de sangre en que nos sumerge haya espantado a quienes deciden estas cuestiones. Esos que sí entendieron que podía programarse la más de cámara Hara-kiri: Death of a Samurai (evento histórico: primera película en 3D de la competencia cannina) y Shield of Straw usualmente escapan a las expresiones extremas, sea de violencia, sea de sexo. Sin embargo hay algo que los espanta bastante más: las comedias. Y ya se sabe que en mucho de lo que hace Miike también hay algo de eso. Se dice que esta sería la película número 100 de este realizador ecléctico, que no conoce de límites. Aunque cabe aclarar que para llegar a esa cifra se incluyen sus películas para televisión, el número no deja de asombrar: Miike no para de filmar, y en el cúmulo no ha dejado género sin abordar. En este caso, como en 13 Assassins (Jûsan-nin no shikaku, 2010) la mirada al pasado se carga de modernidad en los giros excesivos que mueven a la risa y en la explicitud del gore. Una fiesta de esas ideales para una función de trasnoche.

Bong joon-ho llegó a la Competencia Oficial con Okja. En la línea de The Host (Gwoemul, 2006) pero con una mirada más infantil, quizás incluso algo simplista. Frente al debate que se generó desde antes de su proyección con esta producción de Netflix, el hecho de que haya habido problemas en la función de prensa (por disparidad del formato de la ventana, debió suspenderse a los diez minutos de proyección para, luego de alguna espera, comenzar de nuevo) y que el logo de la productora haya sido ruidosamente silbado no parecen datos menores. Tampoco falta el suspicaz que mira con especial atención el inicio del film, en el que una poderosa industria emprende una operación de limpieza de su imagen… En fin, que en el caso de la ficción dirigida por Bong, esa empresa se dedica a la agro-alimentación y dice haber encontrado la solución para el hambre en el mundo. Los cerdos que -porfían- no habrían sido genéticamente modificados, son de un tamaño enorme y poseen unas propiedades que los transformarían en aquella cuasi-mágica solución. Pues bien, que los requerimientos de su crecimiento (más una estrategia publicitaria) lleva a que durante 10 años 26 de esos cerdos sean criados por granjeros de todo el mundo. Uno de ellos vive en Corea y tiene una nieta adolescente que traba una relación de fraternal amistad con el enorme monstruo. Simpática y meliflua, uno esperaba algo más del director de Mother (Madeo, 2009) y Snowpiercer (2013). Así y todo en la lógica de “chico con problemas que aprende a crecer con ellos” nos quedamos con Bong antes que con Haynes.

Agnes Vardá presentó en la selección oficial, fuera de competencia, Visages, Villages. El documental dirigido por la veterana (¿inmortal?) Agnes a cuatro manos con el fotógrafo J.R. los encuentra desde el inicio en pantalla, hablando sobre la película que estamos viendo y que ellos deciden hacer. Tarda un poco en cobrar ritmo ese proceso, pero cuando se pone en marcha la idea de recorrer pueblitos de provincia para fotografiar a su gente (y generar instalaciones con las gigantografías de esas fotos) el resultado es tan encantador como personal. Vardá tiene una manera de conectar auténticamente con todos sus interlocutores, sin perder ni dejar de lado su postura, su clara posición, que es difícil de encontrar en otro cineasta. Basta pensar lo que Cohn y Duprat podrían haber hecho con una idea parecida para destacar este bello y amable arcaísmo. Saber ver y escuchar. Querer a la gente y respetarla. Demostrar interés. Esos deberían ser puntos de partida del cine documental que últimamente se están perdiendo con la tendencia de los directores a imponer por la fuerza su tesis a la realidad.

En último lugar, doble programa en la Quincena de los realizadores: la película de apertura Un beau soleil interieur, de Claire Denis y L’amant d’un jour, de Philippe Garrel. Dos grandes obras (que, a su manera, dialogan, ambas con el universo de Hong Sang-soo, que presentará dos películas en el festival), una de las cuales es lo mejor que he visto en esa edición del festival. Pero los dejo con la intriga que es un poco tarde y algo hay que dormir. La seguimos mañana.

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