Cannes 2017 – Diario de festival (8)

Por Fernando Juan Lima

Crónicas canninas (8)

Por Fernando E. Juan Lima

Ak-neyo (The villainess), de Jung Byung-gil es parte de la sección oficial fuera de competencia, programada para las proyecciones de después de la medianoche. Y esta vez la selección sí está plenamente justificada. La acción comienza con una escena que nos deja sin aliento: partiendo de un pasillo en el que la muchacha protagonista se deshace de una veintena de contendientes con un martillo (referencia obligada a Old boy), el inicio es un potente baño de sangre, al principio como una subjetiva de quien está luchando (como en Hardware), con las coreografías y el cuerpo a cuerpo dinámica y coherentemente filmadas. La velocidad no empaña al entendimiento y el montaje no recorta la acción y deja advertir la plasticidad de los movimientos. De allí en más sabremos de la venganza que justificaba esa matanza, de la abducción por parte de una organización que entrena verdaderas máquinas de matar, de la relación amorosa que comenzará siendo un ardid para atraparla que luego se transformará en algo distinto… En definitiva: no son los tópicos conocidos del género los que explican que estemos ante una película absolutamente disfrutable, sino el cómo la acción trepidante nos pasa literalmente por encima. Y nos deja así, cansados como si los que hubiéramos estado en movimiento hubiéramos sido nosotros. Pero felices.

Después de las películas de Michel Franco (Las hijas de abril) y Yorgos Lanthimos (The killing of a sacred deer) la visión de la película Happy end, de Michael Haneke, resulta una experiencia casi amable. Es que al menos en este caso, se trata de un director con un mundo particular, que evidentemente sabe lo que hace y cómo hacerlo, no un vendehumo que se queda en el pretendido shock de cada nueva propuesta. Que nos interese seguir sufriendo con cada nueva crueldad que película a película nos viene ofreciendo el director austríaco es otra cosa. El descenso a los infiernos esta vez comienza con las imágenes que una adolescente filma con un celular: primero prueba con un hamster un método de asesinato, para luego concretarlo con su madre. Cuando la pantalla se abre, cuando deja el teléfono móvil, la historia de familia emana frialdad y desamor, egoísmo absoluto y, por supuesto, crueldad. La mirada sobre el mundo en general y la infancia en particular es ciertamente ominosa. Las escenas en que la adolescente protagonista se cruza con Jean-Louis Trintignant y aquella en la que Isabelle Huppert aborta un conato de rebelión de su hijo en torno al manejo de la empresa familiar valen realmente la pena.

Difícil no emocionarse frente a 24 frames, de Abbas Kiarostami. Pero esa emoción tiene más que ver con la conciencia de estar ante la última creación de uno de los grandes genios de la historia del cine que con lo que provoca la propia película. Veinticuatro cuadros, momentos pretendidamente robados a la realidad en los que la percepción del paso del tiempo, las pequeñas mutaciones, vuelven a ser el universo en el que se concentra el autor. La excusa: 24 fotos del director y genial fotógrafo a las que dedica 270 segundos (a cada una) imaginando qué es lo que pasaba después de la imagen retratada sin movimiento. Como en Five, el mar ocupa un espacio primordial, y los patos dejan protagonismo a palomas, cuervos, vacas y hasta una pareja de leones. El problema, que en cierta medida ya se veía en el corto Take me home, pasado en el [19]BAFICI, tiene que ver con que los efectos digitales se llevan algo de la magia. Si en ese cortometraje molestaba menos era porque la protagonista era una pelota rebotando por las calles. No es que muchos de los 24 momentos no sean logrados (de hecho, la propia segmentación hace que las 2 horas de metraje no se sientan), pero se extraña eso que se intuía y confirmamos en el documental 76 minutes and 15 seconds with Abbas Kiarostami, de Seyfolah Samadian -también parte de la programación del  [19] BAFICI- que es el carácter real, físico de lo que estábamos viendo. Ser testigos de cómo se manejaba a más de un centenar de patos era algo de la tarea de realización, algo que no estaba en el cuadro, pero se sentía en la imagen. Ahora, lo cierto es que presenciamos unos cortos de animación, efectivamente es muy veristas pero sin el peso físico, material, aleatorio de Five.

Marlina the murderer in four acts, de Mouly Surya es una rareza incluso en el marco de la heterogénea sección que hasta ahora ha presentado la mejor selección, la paralela Quinzaine des réalisateurs. Debemos aclarar que el resumen del catálogo no le hace justicia, ya que plantea que estamos ante algo así como la versión de I spit on your grave realizada en Indonesia. Pero el asunto va por otro lado. De hecho hay una violación, si, pero la venganza (si por tal se entiende la matanza de los perpetradores) se produce en los primeros minutos de la película y no en el cierre (algo propio de los rape and revenge). Incluso poco después de consumada la venganza, la narración se centra más en el escape de la protagonista de los delincuentes que quedan vivos de los siete originales que invadieron su casa y en el intento de llegar a hacer la denuncia ante la policía (detalle: como prueba carga la cabeza del violador al que decapitó). Aires de western en el paisaje y el abordaje, en un mundo en el que, si no fuera por los teléfonos celulares y, en parte, por la vestimenta, podría pensarse que estamos en el siglo XIX.

Jeannette l’enfance de Jeanne d’Arc, de Bruno Dumont confirma lo antes dicho: lo mejor, hasta ahora, ha estado en la Quincena. Denis y Dumont a la cabeza, a mi entender. En este caso el director al que descubrimos una inusual faceta humorística a partir de la miniseerie P’tit Quinquin, llega ahora con un musical sobre la infancia de Juana de Arco, basado en el libro “El misterio de la caridad de Juana de Arco” de Charles Peguy. De hecho, según se dice, la letra de las canciones repetiría textualmente lo obrante en dicho libro. Así, más allá de algún juego en las coreografías (dos monjas mellizas haciendo algun pasito), es fantástico cómo se conjuga la música metalera, industrial o electrónica, el folk o el rap con esos textos tan inflamados de pasión religiosa. Y, en algo que no debería llamar la atención en Dumont, más allá de que provoque gracia por el contexto o el modo, la intención no es irónica. Efectivamente es una película que indaga sobre la fe y su representación en el cine. Un OVNI único, inesperado e incomparable. Un placer que incluso excede a la comprensión del por qué lo experimentamos. Y no es una cuestión de fé.

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter