Cannes 2017 – Diario de festival (2)

Por Fernando Juan Lima

Crónicas canninas (2)

Por Fernando Juan Lima

La Competencia Oficial arranca con Nelyubov (Loveless) de Andrey Zvyagintsev (director de El regreso -posiblemente su mejor película- Elena y Leviathan). La sensación que se percibía en la sala durante la proyección para la prensa era la de generalizado consenso frente a una “película importante”. Una de esas que nos gustan tan poco… Otra vez como en Leviathan, pero peor, la alegoría de lo que estaría pasando en Rusia (o en ese conglomerado que alguna vez fue la Unión Soviética) es aludida o crasamente expuesta. Es en los momentos en los que la referencia es menos evidente cuando el film tiene momentos de interés. Una pareja en descomposición que ignora salvajemente a su hijo de 12 años, su desaparición (o huída) y posterior búsqueda son los disparadores para mostrar hasta qué punto puede llegar el desamor. Seres horribles en situaciones horribles, musica que recalca esa circunstancia y la omnipresencia de un paisaje que acentúa la soledad y la apatía (cabe decir que las escenas nevadas llaman la atención). Una metáfora cruel, subrayada en el final con la madre que ha perdido su hijo corriendo en una cinta con una campera con una leyenda que reza “Russia”, no sea cosa que no nos demos cuenta de la labor de inducción que debemos realizar. Una de esas películas que seguramente se lleven algún premio.

Wonderstruck, de Todd Haynes, también en la competencia oficial es un nuevo ejercicio de transmutación del siempre sorprendente director de Velvet goldmine, I’m not there y Carol. Contada en dos tiempos (en las décadas del 20 y del 70 del siglo pasado), en el particular cromatismo y grano del cine (¿de la vida?) de esta última década y en blanco y negro, jugando con la música pero también con los modos de representación del cine silente, Haynes nos trae la película más spielbergiana que haya hecho hasta ahora. Los niños como protagonistas, la búsqueda de los padres, el cine como refugio, espejo y guía, son muchos los nexos, más allá de la cariñosa mirada hacia todos los personajes. El paso del cine silente al sonoro está referido en la marquesina de una sala a la que acude una de las protagonistas, y mucho de eso hay en las historias de un chico y una chica sordos que de alguna manera se cruzan a través de las décadas. Hay algo de exceso en la mirada edulcorada, cierta renuncia al verosímil que funciona mejor cuando se salta al vacío (las escenas en stop motion) que cuando se intenta generar un vínculo entre los personajes, por momentos casi excusas para el poético mensaje que se pretende compartir. Descarto que he de quedar en minoría, pero más allá de las conexiones con cierto Spike Jonze o La invención de Hugo Cabret (de las que tampoco soy particularmente entusiasta), se trata de una película fría, demasiado calculada (y calculadora), sin corazón.

Western, de Valeska Grisebarch. La directora alemana que había llamado la atención con Longing, se revela como una hábil narradora de inesperados y sutiles encuentros. Un grupo de trabajadores alemanes en Bulgaria intenta llevar a cabo una obra de ingeniería fluvial y a partir de allí se generan distintas relaciones entre lugareños y extranjeros. No mucho más que eso. Nada menos que eso. Si en Sea sorrow Vanessa Redgrave subrayaba su visión e interpretación sobre el fenómeno de la migración, abogando gruesamente por la integración, la directora alemana aborda los múltiples matices del diálogo entre culturas, sin cargar las tintas en la crítica contra la xenofobia pero tampoco cayendo en el buenismo o la hipocresía. La distinta reacción de cada bando, la ausencia de blancos y negros absolutos (perdón por la selección de esta imagen), la dualidad y el intento de ponerse en el lugar de cada uno conforman una mirada inteligente, sutil, empática. Las postales se entrelazan y construyen una narración posible que evita el sentido único… ¡Que viva, pues, la diferencia!

La película de apertura de la sección Un certain regard es Barbara, de Mathieu Amalric. Más cerca de Tournée que de La chambre bleue, el mundo de la noche, los bares, teatros y cabarets ciertamente fascina al actor que sigue demostrando ser también un realizador a quien prestar especial atención. Jeanne Balibar interpreta a la cantante Barbara y a la actriz que va a componer su personaje (Brigitte) en un film que dirige en la ficción también el propio Amalric. Cine dentro del cine, juego de espejos, fascinación frente a la confusión de límites y fronteras. La pasión atraviesa documento y ficción y la deriva nos lleva de alguna manera al diálogo con Ne change rien, de Pedro Costa. La actriz, la cantante, la música, el show, la influencia de todo eso en el director, en nosotros: la corriente de amor y placer nos envuelve y conmueve. Amalric (y Barbara; y Balibar) sabe(n) lo que hace(n)

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