Cannes 2017 – Diario de festival (9)

Por Fernando Juan Lima

Crónicas canninas (9)

Por Fernando E. Juan Lima

The Beguiled, de Sofia Coppola, es la remake de El engaño, de Don Siegel (1971, con Clint Eastwood). Presentada en la Competencia Oficial y con una muy buena recepción por parte de la prensa, en principio uno podría pensar que pocas historias se encuentran más lejanas al universo de la directora que conocemos desde Las vírgenes suicidas. En efecto si pensamos en un soldado del Norte que es acogido por un grupo de mujeres sureñas (en su mayoría niñas o adolescentes) durante la guerra civil estadounidense, la mirada apriorística tendería al desconcierto. Hay algo desde lo formal que ciertamente es distinto a las anteriores películas de las directoras. Hace bien poco en el programa radial La Autopista del Sur (viernes de 18 a 20 en AM1450), el compañero Federico Karstulovich decía (no sin parte de razón) que “el estilo de Sofía Coppola es muy fácil de imitar”. En este caso, justamente, Coppola decide no plagiarse a sí misma, y respeta bastante el tono, los colores y la cadencia que reclaman la historia. Sin embargo, el territorio cercano al humor y la sensualidad, que es lo mejor que tiene el film, sí permite encontrar a la directora que conocemos. El conjunto hace a una película disfrutable, pero no crean demasiado a los que por ahí andan descorchando champagne.

Krotkaya (A gentle creature), de Sergei Loznitsa llegó a la Competencia Oficial precedida de múltiples referencias positivas. Este paso a la ficción ante los últimos documentales que conocimos del director (y que hemos destacado, creo, en todos los casos) resulta decepcionante. El intrincado camino burocrático que emprende la protagonista para encontrarse con su marido preso cuando le es devuelto el envío de una caja con víveres que le había evitado, tiene un tono de oscuro que recuerda a Después de hora (Martin Scorsese, 1985). La pintura de una sociedad corrompida, agresiva y despiadada es excesivo, bestial, con algo de Hard to be a god (Aleksei German, 2013) en la manera de ir metiéndose en ese universo (con menos plano secuencia, en colores y con más odio y crueldad). A medida que avanza la kafkiana deriva el tono pasa de la oscuridad al enrarecimiento, y si estábamos preguntándonos si eso que había arrancado bien no caía ya en el miserabilismo y nos estaba hartando un poco, hay un rapto de onírica metáfora que termina de expulsarnos finalmente allá por minuto 110 de los excesivos 143 que tiene la película.

Tesnota (Closeness), de Kantemir Balagov, levanta la puntería de la sección Un certain regard, en un día dominado por el cine de lo que queda de lo que alguna vez fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Una opera prima que sorprende y que, según se dice, responde a un alumno de Sokurov (aunque su mirada en nada se conecte con la del maestro). En el académico formato cuadrado del cine de los orígenes, la cámara encierra una potente historia que tiene como escenario el de las persecuciones y disputas raciales, étnicas y religiosas en las que Rusia ha sido siempre la potencia agresora, pero se centra en el drama familiar. Ese drama tiene que ver con el secuestro de la joven pareja que está a punto de casarse y que lleva a la familia del novio (de origen judío) a hacer literalmente todo lo que pueden para salvarlo. Cada escena, cada cuadro nos conecta con el desgarrador drama con una impronta de realidad que acerca a la película menos al melodrama que al terreno del film político. Esto último, claro está, sin grandilocuencia ni discursos, sin acentos ni metáforas. Esto es, en las antípodas del tanto más experimentado y querido Sergei Loztintsa.

Confieso que no le tenía demasiado fe a La cordillera, de Santiago Mitre. Y debo admitir lo errado de mi prejuicio. Mitre es un gran narrador, con un manejo que le permite conciliar el camino del cine clásico (que es el que ha escogido como modo de representación para construir) y una búsqueda que lo acerca tanto a lo documental como a la ficción. Así, la narración se abre con el ingreso a la Casa Rosada, cámara en mano, con la luz que proporciona el ambiente, y de ese modo ingresamos en lo que nos parece la realidad. Luego, el viaje a la cumbre de los países de América latina que están generando una unión petrolera. El paso de la cordillera, las turbulencias que se desatan en un vuelo artificialmente calmo (el avión pasa de no moverse nada a sacudirse) nos indica el ingreso a un territorio desconocido, a la posibilidad de lo fantástico. Asomarse a lugares totalmente ajenos a uno, participar de esa dualidad de la intimidad y el rol público, son elementos bien construidos que se van sumando a la deriva. Hay otro momento, el de un evento que implica a la hija del presidente, que lleva sí la narración a la frontera de lo que podríamos identificar, genéricamente, como terror. Esa idea de que, así como parece pasar en la política, los límites no son tan claras, en su representación cinematográfica eso se condice con los cambios de registro genérico (o convivencia de géneros) es un verdadero hallazgo. La intriga nos acompaña durante y después de la película. ¿Qué es real de lo que estamos viendo? Creo que esta es la película mejor narrada de Mitre (y no porque El estudiante y La patota no lo estuvieran) y tiene tres momentos directamente geniales: el de la hipnosis de la hija del presidente (Dolores Fonzi y Ricardo Darín, respectivamente); el de la charla privada entre padre e hija; y el encuentro del presidente de Argentina con el representante de EE.UU (Christian Slater).

The Florida Project, confirma que Sean Baker es un extraterrestre en el ámbito del cine estadounidense. El director de Prince of Broadway, Starlet y Tangerine pasó de filmar con un IPhone a, en este último caso, hacerlo en 35 mm. En ese universo extraño que es el de los moteles ubicados entre rutas que se cruzan en los alrededores de Disneyworld, en Orlando, madre (o figura materna) e hija viven en un cuarto de hotel de mala muerte. La vida cotidiana de la chiquita (simpática, incontrolable, la cámara se enamora de ella) y sus amigos, las travesuras que realizan, metiéndose con los vecinos y sobre todo con el gerente del motel (William Dafoe, perfecto en un rol no habitual para él) son el costado más luminoso de la película. Humor, cariño, empatía en un costado no siempre visto de los EE.UU. Podemos pensar en las calles y estacionamientos de Wendy y Lucy, de Kelly Reichardt. Pero estamos en la Florida, y Sean Baker (como hacía en Tangerine con Los Ángeles) saca todo el color con una luz plana que parece de un eterno mediodía (momento perfecto, el de la siesta, para las travesuras). Sobre el final el asunto se enrarece un poco, se pone más oscuro, pero los últimos minutos, en una fuga hacia el futuro, nos indican que siempre hay lugar para la esperanza y la felicidad.

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