Cannes 2018 – Diario de festival (2)

Por Carlota Moseguí

Crónicas Canninas (II)

Por Carlota Moseguí

En las mismas butacas del Grand Théâtre Lumière, donde hace un año tuvo lugar el mayor desprestigio de la figura de Jean-Luc Godard, firmado por su paisano Michel Hazanavicius, asistíamos, a día de hoy, al acontecimiento cinéfilo del año. Godard, el maestro difamado en Le Redoutable, estaba de vuelta al Festival de Cannes, dispuesto a coronarse Rey de la competición con su sobresaliente videoensayo Le livre d’image. Su nueva anti-película aborda infinitas cuestiones de índole semiótica que parten de una misma incógnita: ¿qué sentido tienen los signos –y, especialmente, las imágenes– en un nuevo mundo tiranizado por la experiencia digital? Tras años navegando sin rumbo, viviendo con miedo a naufragar en el infinito mar de imágenes contemporáneo, Godard nos regala una suerte de enciclopedia de la imagen que -al menos para el director franco suizo- nos permitirá vencer el estado amnésico en el que nos hemos sumado desde la llegada de Internet. A lo largo de los minutos de su metraje se nos bombardea con lienzos, fotografías de poetas o filósofos, extractos de películas y vídeos que registran momentos históricos, con el fin de recordar cómo el ser humano se relacionaba con las imágenes en un pasado no tan lejano.

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Dicha yuxtaposición visual se ordena mediante bloques temáticos a través de los cuales accedemos al inagotable y exquisito imaginario de Jean-Luc Godard. Así, el cineasta utiliza testimonios visuales originados durante el siglo XX para demostrarnos cómo sobrevivir en el siglo XXI. No obstante, llegados al episodio titulado “la región central”, el autor desvela el verdadero propósito de su película. Le livre d’image no es un remake de Histoire(s) du cinema con pretensiones más ambiciosas. En este capítulo, nos enfrentamos a otro tipo de análisis que nos muestra al Godard más político desde Notre musique; pues, el cineasta se dispone a definir el terrorismo y censurar moralmente el vínculo que han desarrollado los europeos para con éste. Un título en letras rojas que enuncia “El terrorismo es una de las nuevas bellas artes” parece no haber entusiasmado al público francés. Pero Godard no ha sido enviado a Cannes para complacernos. El director de Adiós al lenguaje ansía agredir visualmente a su público para que éste abra los ojos. Así, Le livre d’image se alza como un estudio sobre la incomunicación de los europeos con el mundo islámico. Godard condena la deshumanización de Oriente Medio que han llevado a cabo los medios de comunicación, e invita a reescribir el presente de Europa modificando la forma de escuchar, ver y entender a nuestros vecinos de oriente.

La competición Quincena de Realizadores también ha sido un lugar de grandes revelaciones, entre ellas Petra del director español Jaime Rosales. Su sexta película es una rara avis en la escueta filmografía de este autor nacido en Barcelona. Con sus característicos giros de guion malvados, Rosales se ha dedicado a maltratar dramáticamente a sus personajes en todos sus largometrajes precedentes. Pero el castigo ejercido sobre éstos nunca se había dado de forma gratuita. Hasta la fecha, el autor de la prodigiosa Sueño y silencio filmaba la catástrofe de frente, para, así, ahondar en la evolución psicológica que sus títeres llevarían a cabo tras el accidente. Rosales propicia una situación límite –ya sea un desacuerdo familiar, la muerte de un hijo, o un embarazo no deseado– para que la víctima experimente la verdadera cara del luto, la soledad, la culpa, o el perdón por primera vez en su vida. De este modo, el epicentro dramático de su obra se sitúa en “el después”, es decir en ese proceso de recuperación postrauma. Petra, en cambio, nos lleva por un camino más tortuoso. El último film de Rosales es puro Haneke: un ejercicio maquiavélico en el que se omite ese “después”, favoreciendo la que será una catástrofe in crescendo. Como decíamos, el cine de Rosales siempre se ha anclado en el registro trágico, pero hasta ahora nunca había dirigido propiamente una tragedia.

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Una deslumbrante Bárbara Lennie encarna la protagonista que da nombre a esta tragedia griega. Tras la muerte de su madre, Petra siente el deseo de conocer la identidad de su padre. La pintora se inscribe en el taller de un célebre artista catalán (Joan Botey), creyendo que se trata de su verdadero progenitor. Su llegada a la aislada masía ampurdanesa desencadena una serie de accidentes que llevarán a la ruina a todos los individuos relacionados con el entorno. Pues el presunto padre que la protagonista desea conocer es un tirano que se divierte orquestando planes sádicos que atenten contra la vida de su mujer (Marisa Paredes), de su hijo (Alex Brendemühl) o de sus sirvientes.

La figura del déspota que Rosales sitúa como origen de la barbarie es, además, una alegoría no disimulada del ex-dictador español Francisco Franco. Asimismo, en medio de la vorágine destructiva, el cineasta esconde pequeñas alusiones al Franquismo, como, por ejemplo, el proyecto artístico sobre las fosas comunes que el hijo del tirano abandona o reemprende según varíe su relación con el padre. El autor de Hermosa juventud se beneficia de una escabrosa trama trágica para exponer un estado de la cuestión sobre la memoria histórica española; y que, no en vano, tendrá lugar en una Cataluña de interior, donde el tiempo parece haberse congelado desde hace décadas.

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