Jackie

Por Federico Karstulovich

Jackie
Estados Unidos-Chile-Francia-Hong Kong, 2016, 100’
Dirección: Pablo Larraín.
Con Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Greta Gerwig, Billy Crudup, John Hurt, Richard E. Grant, John Carroll Lynch, Beth Grant, Max Casella y Caspar Phillipson.

Casa de muñecas

Por Tomás Carretto

Estirada. Como un chicle. Un cortometraje largo. Jackie es una gansada, una película para cumplir aquello que tanto se había pospuesto. Productores contentos frente a una estética lujosa (respaldada por un ejército de directores de arte) lograda con apenas 9 millones dólares. Y resultado incierto.
Veamos: el primero que había tomado la posta de este proyecto fue Steven Spielberg bajo la forma de una miniserie para HBO. Aún con este guion (Oppenheimer como máximo responsable de la chatura sub-estándar, que seguramente Spielberg hubiese mandado a reescribir) Spielberg quizás podría haber hecho algunos milagros. SS le habría sacado bastante jugo a este pastiche con estética de comercial de perfume (que recrea perfectamente “Jackieland”), siempre y cuando hubiera puesto lo lúdico ( el costado Atrápame si puedes) por encima del ensayo histórico (el costado Lincoln).
Luego vino Aronofsky (el siguiente en la lista -y que finalmente terminó de productor-) quien sabemos hubiese filmado a esta Jackie caminando de espaldas por los pasillos de la Casa Blanca en repetitivos planos secuencia o plagiando la iluminación y puesta de cámara de las últimas películas de Terence Malick, prealeciendo también el montajes rítmicos, con muchos cortes sobre el eje. Y paremos ahí.

Pero llegó Larraín, quien finalmente tomó el encargo y concretó la película. Pero nada de esto mejoró lo que venía mal parido. Ni la tapa de Cahiers du Cinema ni algunas críticas -insosteniblemente elogiosas- pueden tomarse en serio el intento de dibujar lo que no fue. Y es que el director chileno nunca sale del tratamiento esteticista y la mirada superficial. Para peor no puede domesticar una Natalie Portman que nunca da con el tono del personaje. De hecho la película se asemeja, como ya dijimos, más un extenso comercial de perfume que cualquier otra cosa.
Y Larraín: enésimo director latino que intenta teletrensportarse a Hollywood. Y el karma contemporáneo de los directores latinos por lo general tienen un complejo de inferioridad muy grande cuando les toca hacer film de estudio en Hollywood: la obligación de demostrar que saben filmar. Que pueden filmar planos lindos y tomas de “griperia” compleja. Una auto-imposición que con sus bemoles ha tenido en este tiempo su costado virtuoso (Cuarón) y su costado abyecto (Iñarritu). Pero que casi siempre se lleva puesto al cine libre.

Stephane Fontaine, el director de fotografía, se da el lujo de filmar el rostro de Portman filtrado por velos y gasas en luz natural. Algo así como tratar de reunir el cine de estudio de Von Sternberg a los oficios de Néstor Almendros o como lograr el prodigio técnico de filmar las escenas interiores de L’atalante (Jean Vigo, 1928) pero en exteriores. Filtros digitales que simulan las emulsiones químicas de la época, gasas, humo, viento, tomas espejadas. Un lucimiento que no se le permitió en Elle (Verhoven) ni en A prophet (Audiard) ni menos que menos en Un amour de jeunesse (Mia Hansen Love), todos directores con ideas mucho más claras y que no necesitan hacer este “cine de planos lindos”.

Esa mezcla impresionista, como resultado, nunca cuaja. Portman sobreactuada. Guion de telefilm. Culebrón (un camino que hubiese sido más noble y más viable) deshiperbolizado al le faltan varios elementos kitsch (y eso que los tiene) y una puesta en escena que se defina entre la estética contemplativa y observacional y el docudrama-berreta- con-mensaje que se mantiene intocado hasta el final. Parte de la trampa es que aquí lo observacional resulta deudor de lo publicitario y el docudrama está afectado a un presupuesto acotado y (sobre todo) a un guion poco imaginativo, que encuentra atajos en los registros documentales de la Jackie primera dama, como si buscara aire en esos momentos sin ideas.

Por eso como comercial de perfume hubiese tenido un destino más acorde a sus pretensiones (Chanel y cía. piénsenlo). Jackie (personaje de ficción) aquí no es ni víctima ni villana ni personaje bizarro y desatado. Es la heroína atormentada y sosa con raptos de líder accidental, firme y orgullosa en su vanidad (bastante cercano a la realidad). La historia de amor, entonces, es entre Jackie y su leyenda. Pero Larraín carece de toda sutileza para manejar los hilos de este melodrama universal, donde los hombres se desollan por poder y las mujeres se preocupan por las cortinas y los tapizados. El recorte es totalmente inadecuado para ello y se decanta por lo cholulo y lo banal (desaprovechando algunos hechos históricos (la relación posterior con Onassis o sus 3 abortos) que hubiesen permitido salir de la postal de Billiken) y darle densidad y complejidad al personaje, y con esa cámara pornográficamente pegada a la cara, que se obnubila con la Jackie mimética y adopta su punto de vista como ideología del film.

“Camelot, Camelot, Camelot”. La tesis propuesta de la película es que si Lincoln dio su vida para salvar a la Nación, la astucia de Jackie permitió salvar al “Imperio”. Con su decisión de “no salir por la retaguardia” y su “tiene que ser hermoso” pudo mantener “esa tradición que se mantiene viva y vigorosa” (todas palabras salidas de su boca), resguardando al imperio frente al más ignominioso de los magnicidios. Esa tesis (que el film sostiene) pone a Jackie a la altura de Lincoln o Thomas Jefferson. Y es ahí donde sobreviene el problema: la distancia entre eso y esta Jackie de Portman niña-muñeca-adolescente que juega a ser –la imitación de la voz es casi paródica- (sumado a la propia banalidad de Jackie Bouvier) pone a la película al borde del ridículo.

Sin distancia critica, sin un director que salga de la mirada embelesada ni que pueda manejar los hilos del drama que tiene frente a si, el destino del film es este. Es lo que hay. Sabemos que no toda realidad cotidiana tiene la épica y la profundidad de un ensayo histórico. Pero abordar la realidad extraordinaria desde el costumbrismo (o más bien su imitación)…
Pretender llegar al ensayo histórico desde la pintura más banal es algo imposible. Ni siquiera el aplomo de los actores secundarios (Peter Sarsgaard, William Hurt, Greta Gerwig, Billy Crudup, cada uno tiene mecánicamente una escena para lucirse, escenas con Portman que son un diálogo de sordos) sacan al film de este atolladero. Larraín -a diferencia de otros colegas latinoamericanistas- por trayectoria y biografía no le escapa a la reflexión política en su cine, pero acá prefirió cumplir a reglamento el rol (monótono y aburrido) del director de origen exótico que sabe filmar lindo y atenerse al (y a lo) presupuesto.

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter