Cazafantasmas: El legado

Por Pedro Gomes Reis

Ghostbusters: Afterlife
EE.UU., 2021, 124′
Dirigida por Jason Reitman
Con Finn Wolfhard, Carrie Coon, Mckenna Grace, Sigourney Weaver, Paul Rudd, Celeste O’Connor, Logan Kim, Annie Potts, Bill Murray, Dan Aykroyd, Ernie Hudson, Bokeem Woodbine, Oliver Cooper, Marlon Kazadi, Sydney Mae Diaz, CJ Collard, Bud Klasky, Faith Louissaint

El cuidado de los demás

Jason no es su padre. El segundo alguna vez manejó con soltura la comedia hasta avejentarse un poco (como productor, porque su carrera como director es casi impecable), pero siempre fue un tipo capaz de construir un cine sobre el cual poder deslizarse, pero no necesariamente un cine en el cual poder vivir. Jason no es Ivan, su padre. Y como las comparaciones son injustas paremos acá. En todo caso lo que Jason sabe hacer muy bien (cuando está inspirado y cuando lo sostiene un bien guión) son películas buenas. Pero no se trata de calidad, no se confundan. La bondad es lo que importa aquí. Y no el buenismo, que es otra malformación de la bondad y lo bondadoso. No: en las películas más inspiradas de Jason Reitman (Juno a la cabeza) los personajes no son necesariamente buenos. Ni siquiera su centro es el imperativo categórico de la bondad. Lo que si hay, en todo caso, es gente en problemas, que gracias a la bondad puede hacer del mundo un lugar mejor, incluso en las peores circunstancias.

En este sentido hay que leer a Cazafantasmas: El legado, porque la película íntegramente tiene en su centro el acto de hacer el bien como norte. Pero no un bien abstracto, sino un bien cotidiano para con los demás. De ahí que no podamos encontrar personajes condenables, porque lo que observamos no es otra cosa que una profusión de reparaciones. En este segundo sentido es donde la película del hijo recuerda al padre, borroneando la reescritura estúpida y proto-feminista de la versión de 2016. Pero más que nada Cazafantasmas: el legado recuerda a los padres, al pasado, a los que estuvieron y a una sensibilidad que no puede recuperarse. Segunda forma de la bondad, entonces: reparar y recuperar.

La película no hace otra cosa más que actualizar los dos verbos: reparación y recuperación (del pasado, de los modos del afecto expresado en tradiciones reencontradas, en objetos, en prácticas vitales y otras varias cosas). Con ese norte, simple y consistente, la película organiza su sistema sentimental. Lo que realiza es un pequeño prodigio, porque convierte a lo más dificil en un hecho fácil. Y lo despliega bajo el formato de la aventura. Se agredece de sobremanera que las escenas no sean una exposición de intensidades individuales ni un rejunte de lugares comunes sobre los vínculos afectivos. No: JR actúa sobre el lenguaje de manera amorosa y formal, por eso su narrativa es también una forma táctil que acaricia a sus personajes (como las luces que alumbran oscuridades, sujetadas por fantasmas que guían desde el más allá y protegen los pasos a seguir).

Nada de lo que vemos a lo largo de los 124 minutos que se disfrutan como si uno fuera un niño está de más: la construcción de JR es prodigiosa porque es invisible, si, pero lo es más porque oblitera otra clase de hilos, que de hacerse visible arruinarían el encanto. Esos hilos son los lazos afectivos que mencionábamos previamente, que vinculan a la reparación y a la recuperación con la puesta en escena: los objetos son la clave, porque su disposición es también la de los encadenamientos simbólicos que nos dirigen a una despedida. Y es que, en algún punto, contrario al artefacto retropop promedio con el que se la ha querido comparar, Cazafantasmas: el legado no es una película sobre el pasado recuperado, sino sobre las despedidas, sobre las imposibilidades de un tiempo que no va a volver, pero esencialmente de sobre el lugar que ese tiempo pasado tuvo sobre nuestro presente para que aprendiéramos a cuidarnos o a recomponernos de los males del mundo. En su capacidad spielberguiana de abrazar el dolor, de jugar con él y de bailar a la luz de la luna, el film de Reitman nos devuelve mejores a nuestra vida cotidiana. Mañana estaremos mejor.

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