Cementerio de animales

Por Sergio Monsalve

Pet Sematary
EE.UU., 2019, 101′
Dirigida por Kevin Kölsch y Dennis Widmyer.
Con Jason Clarke, Amy Seimetz, John Lithgow, Jeté Laurence, Hugo Lavoie y Lucas Lavoie.

La familia es la familia


Dice José Antonio Marina que la inteligencia familiar se cifra en la buena comunicación de sus integrantes, siempre alrededor de un proyecto en común. La familia siempre ha sido un ente problemático del cine en cualquier género, una fuente de inspiración, un lugar expositivo y enunciativo. 

Las películas fijan el plano de familias funcionales y disfuncionales. Recientemente la cartelera ha recibido un aluvión de propuestas que giran en torno al llamado núcleo de la sociedad.

Las cintas que consumimos revelan que la familia, como origen y descendencia, está atravesando por un momento de crisis, por efecto de las nuevas tecnologías y las últimas redes de conexión que sustituyen los encuentros cara a cara, entre otros detonantes que podemos señalar.  

Si las personas, los estados y las economías reflejan síntomas degenerativos, qué quedará para los linajes y las dinastías. El conflicto data de décadas y siglos atrás. El cine contemporáneo ha entendido que no hay mejor negocio que convocar a padres  y representantes delante de una pantalla que los complace, así como los remueve en sus cimientos.

Avengers: Endgame arrasará en la taquilla al ofrecer un entretenimiento adaptado a los gustos de niños y adultos de la casa. Nosotros sirvió de anzuelo al mercado afroamericano, transgrediendo las bases del concepto de la representatividad en un mundo de terrores hogareños que son como nosotros.

Cementerio de animales planta sus semillas de la discordia en el mismo terreno de la segunda cinta de Jordan Peele. Otra familia se desplaza para exigir que se cumpla el sueño de la mudanza perfecta al pueblito de provincia. Los personajes cargan con mochilas existenciales muy pesadas. Su felicidad es la apariencia de los anuncios de la publicidad y la reafirmación de una estructura social.

La subestimada pluma de Stephen King define el contexto y el tono de los semblantes. El argumento explora las vías y las grietas que abrió Kubrick en la magnífica El Resplandor. El escritor encierra a sus criaturas en un lugar aislado y apartado, cuyo subsuelo alberga una historia simbólica de conquista.

La sangre parece resurgir de los pecados originales de los padres fundadores en la colonia. Dicho subtexto regresa en la narrativa compleja de las arquitecturas asoladas por espectros y zombies. Por ahí presentimos que renace la montaña de la locura de Misery o Jack Torrance perdiendo la cordura, cuando le toca asumir su papel de escritor y progenitor en el hotel Overlook.

En efecto, las máscaras vuelven a cubrir las facciones de los intérpretes y encarnar pesadillas de oscuros pasados no resueltos.

En Cementerio de Animales, la madre creció con el complejo de culpa de ver morir a una hermana dominada por una aflicción corporal. El padre trabaja como doctor en la medicatura de un instituto educativo. Ella cree en el más allá. Él honra la lógica científica de su profesión. Pronto los roles se invierten.

La llegada de un vecino misterioso, personificado por un depalmiano John Lithgow, anunciará el definitivo trastorno de la normalidad en la evolución de los protagonistas, quienes sufren por la muerte de un gato, consentido por la hija del matrimonio. El minino se roba varios de los encuadres irónicos de la ficción.

Alrededor, los circunda la atmósfera malsana de un camposanto de mascotas, en el espacio de un antiguo cementerio indio. Reza la leyenda que los poderes ancestrales del bosque permiten que los animales vuelvan de entre los muertos. Pero el sacrilegio implica serios defectos de fábrica en la reconversión.

La tensión latente explota con la idea de resucitar al gato de la niña. Antes y después, la edición intercala sustos y jumpscares en las principales escenas, como trampas y cebos para fanáticos del shock epidérmico.

La pareja de directores hace un trabajo correcto y preciso en los ritmos del desarrollo argumental. Sin embargo, en rigor, los realizadores carecen de identidad y de fuelle creativo, limitándose a reformular los códigos y planteos del pánico espectacular en fase de tragedia. 

El humor negro correrá por cuenta de la pluma del autor original y de los esplendidos actores. Cabe envidiar el nivel técnico y profesional de semejantes producciones, gestadas como proyectos de arrastre del gran público. El sistema de exhibición depende de la dieta del espanto y el susto, para subsistir.  

Cementerio de Animales cierra con unos créditos que bajan al compás del cover de una canción famosa de los Ramones. En el trayecto del metraje, el guion ha cumplido con darle santa sepultura a la institución que inspira el plot. 

Un hallazgo visual es que la familia termina bajo tierra, de manera literal. Lo perturbador será que los difuntos retornen a la pantalla, de forma mecánica, a fin de gratificar al nicho de las franquicias.

Confío más en el metamensaje del filme que asegura que somos animales salvajes y domésticos en tránsito.

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