Ceniza Negra

Por Carla Leonardi

Costa Rica, 2019, 82′
Dirigida por Sofia Quirós
Con Keha Brown, Smashleen Gutiérrez, Humberto Samuels, Hortensia Smith

Mutaciones decisivas

El argumento de Ceniza negra (2019), opera prima de ficción de la realizadora argentina costarricense Sofía Quirós Úbeda, es bastante simple y convencional dentro del género de coming of age. Muerte y despertar de la sexualidad, vuelven a ser los tópicos que se trenzan en este film para dar lugar al crecimiento de la protagonista. Lo que interesa pensar aquí es el cómo, es decir, las formas desde las cuales la realizadora aborda estos temas. 

Selva es una adolescente de 13 años que vive en un pueblo rural costero de Costa Rica. Su madre ha fallecido, su padre le pasa cierto dinero para su manutención. Su abuelo y Elena, una mujer vecina, ofician de figuras parentales para ella, pero su declive físico, invierte la situación. Es Selva quien está atenta al cuidado de ellos. Elena es una mujer en riesgo por los excesos que comete pese a su edad y el Tata, es un hombre avanzado en edad, que va mostrando signos del cansancio de la vida. El contexto presagia que la partida de ambos puede producirse en cualquier momento. Esta situación coincide con el desarrollo sexual de Selva y sus primeras inquietudes y exploraciones con relación al sexo masculino. 

Esta trama podría perfectamente desarrollarse desde el realismo intimista, pero el gran acierto de Sofía Quirós es trabajarla desde el fantástico, aportando un lirismo onírico y sobrenatural. Porque, ¿qué otra cosa puede hacerse respecto de lo imposible de representar y de decir como lo son la muerte y la sexualidad, sino es ficción poética?

Entre Elena y Selva se da tanto la mutua complicidad de compartir el placer de la danza y la transmisión de ciertos saberes y ritos de iniciación (como la vez que Elena la lleva a un local bailable en una “noche de chicas”), como así también la agresividad propia de todo vinculo madre-hija adolescente, signado por la decepción y desilusión mutua que conlleva el hecho de comenzar a crecer. Las injurias con que se insultan mutuamente (traidora, imbécil, puta, perra) intentan localizar y nombrar algo de lo inaprensible e incognoscible de su ser de mujer. 

Selva es el sostén emocional del Tata. La desaparición de Elena luego de la noche del baile, anuncia la desgracia. Sin su presencia, el Tata comienza a estar abatido. Selva lo sostiene con la ficción de que Elena está en su casa o de que pasó a dejar un grabador para que se lo arregle, como así también con la ficción diaria de cuánto han comido unas cabras que hace tiempo ya murieron. Pero también Tata es el soporte afectivo de Selva, cuando le cuenta recuerdos sobre su madre o cuentos o sueños que ha tenido. La ficción es lo que hace soportable el dolor de seguir viviendo ante la ausencia de los seres queridos o ante su inminente partida, es un modo de tramitar el vacío ante el cual desfallecen las palabras.   

Selva guarda en un estante cubierto con una tela, objetos de su madre o que le recuerdan a ella: una pulsera, conchas de mar, piedras. Es una especie de altar que cuida con celo y devoción. Esta suerte de monumento al mismo tiempo que conmemora la ausencia de la madre muerta, la hace presente en la memoria y da cuenta del conflicto que se juega en el proceso del duelo entre el conservar y el dejar ir. 

Como Selva está en pleno proceso de elaboración del duelo, tanto de su madre como de Elena (a quien encuentra muerta en la foresta), no es extraño que estos muertos la visiten. Aquí es interesante el recurso al fantástico onírico que emplea la directora, donde los sueños se rebelan como un portal privilegiado de comunicación con el más allá. La niebla o las sombras son los medios que emplea Quirós para dar cuerpo a estos espectros que acompañan a la protagonista en su transición a la madurez, insuflándole fuerzas, marcándole el camino, como cuando nosotros nos volcamos en la invocación a quienes ya no están para que no nos permitan desfallecer desde el más allá. 

En esta linea, se juega la idea de la trascendencia como posibilidad de soportar lo imposible de representar del vacío que deja la muerte, donde lo que muere no desaparece, sino que se transmuta en una presencia de otro orden que puede estar en otra dimensión. En este punto, adquieren toda su dimensión simbólica las serpientes que aparecen en la película dejando la huella de su trazo zigzagueante sobre la tierra, donde la muda que sufre su piel cada cierto tiempo este animal, expresa tanto la mutación de la vida después de la muerte, como también la transformación subjetiva que atraviesa la protagonista, que pierde su infancia en su tránsito hacia la adultez. 

Esta poética de la  mutación y del fantástico permiten a la directora poner el acento no tanto en lo que se pierde, sino en lo nuevo que comporta el cambio. De esta manera, Quirós da cuenta del dolor que conlleva la pérdida de aquellos que amamos, pero evita patetismos exagerados e innecesarios. Y ahí es donde calzan las escenas de Selva, de cara hacia la inmensidad del mar, signo del peso del duro golpe de la orfandad por afrontar, pero también como apertura a las posibilidades de un mundo nuevo. 

La mutación subjetiva de Selva se da cuando advierte lo inevitable de la cercanía de la muerte del Tata. El viejo se niega a comer y se muestra entregado a su destino de morir. Entonces quema en una pira funeraria esos objetos que representaban a su madre y a Elena. El fuego es purificación y también transformación. Algo del duelo, por las madres perdidas de su infancia, concluye en esa escena y Selva emerge otra, los parpados de sus ojos pintados con ceniza negra y la mirada determinada a enfrentar lo que le depara la vida de ahí en más. 

El paisaje cobra también una función especial. La selva cifra el laberinto agobiante y tortuoso de los duelos que vive la protagonista. Y también hay un uso especial del sonido, donde el croar de las ranas (que puede resultar fastidioso), deviene en bello canto polifónico de despedida de lo que muere, pero también de bienvenida de lo que nace.  

En este punto, el título de la película no hace referencia solamente a la escena del fuego antes mencionada, que es un renacimiento para la protagonista. Que la ceniza se diga negra, resalta el valor de la cultura afroamericana. La directora se hace eco de la idiosincrasia de esta cultura y hace lugar a sus creencias, a sus ritos, a su particular manera de ver la vida y la muerte. La muerte entonces, pierde el signo de la trágico para devenir celebración como se ve en el velatorio de Elena. Al mismo tiempo, la vida (cuando se está sufriendo y se está cerca del final) no es tomada como un bien a conservar a cualquier precio (como en la cultura occidental), sino que se valora la muerte digna. Tener esta perspectiva permite poner en contexto la decisión que Selva toma hacia el final con respecto al Tata y leerla desde una poética mística, más que desde juicio sancionatorio propio de la mirada etnocentrica occidental dominante.  

Ceniza negra no es entonces simplemente la historia del paraíso perdido de la infancia de Selva, donde crecer duele e implica tomar decisiones dolorosas. Es también la historia de cómo los antepasados afroamericanos de Selva se levantan con su presencia, sus tradiciones y su fuerza para acompañarla en su transformación como mujer y para empoderarla en la dignidad de su raza.

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