Chico ventana también quisiera tener un submarino

Por Carla Leonardi

Uruguay, 2020, 85′
Dirigida por Alex Piperno
Con Daniel Quiroga, Inés Bortagaray, Noli Tobol

Abrir puertas y ventanas

El abordaje desde el género es una vía siempre interesante para transmitir ciertas problemáticas del orden de lo social o de lo vincular, porque al dar lugar a la ambigüedad permite evitar el subrayado explícito o el sentido común. Esto claramente lo ha comprendido el realizador uruguayo (residente en Argentina) Alex Piperno, como bien se hace palpable en su opera prima Chico ventana también quisiera tener un submarino.  

La película transcurre en tres espacios claramente reconocibles desde el realismo: una aldea rural de  en el norte de Filipinas, un departamento en Montevideo y un crucero de lujo que navega en aguas patagónicas. 

En el primer escenario, un campesino llamado Noli (Noli Tobol), mientras busca leña, descubre una caseta abandonada en el monte y da aviso al resto de la aldea sobre el hallazgo. El grupo de hombres se organiza de manera colectiva. Deciden montar guardias rotativas para lidiar con este extraño fenómeno. Nunca antes habían visto la cabaña de material y de ella provienen extraños sonidos, que sólo pueden atribuir a fuerzas sobrenaturales malignas que intentan contrarrestar con  diversos sacrificios de animales, invocando la protección de los espíritus del monte. 

En el segundo escenario, estamos en la vida burguesa, relajada pero monótona, de una mujer soltera de clase media montevideana. 

El tercero corresponde al rutinario hábitat laboral de un joven marinero de rango inferior, destinado a tareas de limpieza en un crucero de lujo, que es levantado en peso por su superior al no ser encontrado en reiteradas ocasiones en su puesto de trabajo. 

Y a poco avanzar la película, descubrimos el motivo de las misteriosas desapariciones de Chico (Daniel Quiroga). Ha hallado una puerta en el fondo de un cuarto de depósito, que conecta mágicamente con el fondo de un placard del baño del departamento de Elsa (Inés Bortagaray). El joven se introduce en el departamento, con actitud cautelosa, y la observa paciente y minuciosamente en su cotidianeidad durante las noches, camuflado en las sombras. La ve con mirada codiciosa como quien se abisma a un mundo tan inalcanzable, como aquel de la buena vida de los salones del crucero que ve pasar como espectador desde los empañados ventanales que limpia cada día.

Por otra parte, más avanzado el film retornamos a la aldea selvática de Filipinas. Allí, mientras la mayoría decide por votación destruir la caseta que es fuente de malos augurios; Noli opta por entrar en ella, acuciado por una mezcla de curiosidad fascinada y pavor. Da con la sala de máquinas del barco de lujo. La experiencia es de extravío y desamparo, al perder sus coordenadas de referencia cotidianas. El mundo al que ingresa se organiza de un modo radicalmente otro en su extrañeza, tanto por su estructura como por su lenguaje.

El hecho de que estemos en presencia de tres escenarios fácilmente identificables, que corresponderían a una misma temporalidad o realidad alternativa; que se interconectan a través de puertas con una cualidad extraña, que escapa a una explicación racional (y permanece en el misterio hasta el final de la narración) e incluso la duda que el director instala en el espectador acerca de si lo sobrenatural que estamos viendo ocurre realmente o si podría adscribirse a la fuerza de las fantasías de cada uno de los tres personajes, nos permite situar a la película, siguiendo a Todorov, en un terreno claramente fantástico.   

El director crea a sus tres personajes principales con la apariencia fantasmagórica de quienes vagan como espectadores de un mundo que sigue desplazándose y viviendo, totalmente ajeno a sus particulares pesares, pero del cual anhelan fervientemente escapar para convertirse acaso en protagonistas.   

En consonancia con esto, Piperno hace un uso interesante del espacio al privilegiar los pasillos y los espejos. Con clara inspiración borgeana, construye así escenarios laberínticos, signados por la extrañeza onírica, que parecen replicarse y reflejarse al infinito, virando por momentos hacia cierta cualidad pesadillesca y logra así sostener hasta el final, el misterio de lo que devendrá de esos insólitos pasajes de realidad. 

Piperno nos sumerge en tanto espectadores, a través de sus universos extraños y encantados, en la experiencia de la otredad. La alteridad que significa para Chico, en tanto hombre, el encuentro con una mujer puede resultar maravillosa como acaso amenazante, en la misma medida que para Noli el encantado ingreso a la cultura occidental, puede resultar el reverso pesadillesco de su vida bucólica.  ¿Es posible habitar lo otro sin temerle? ¿Acaso no sería más sensato temerle que fascinarse y alienarse a él?  

Con equilibrio en sus pretensiones y mesura en lo formal, Piperno consigue hacer un buen uso del fantástico que se vuelve así una herramienta plástica apta para plasmar diversas cuestiones: el deseo de escapar de la vida gris e invisible y habitar la aventura en un mundo otro (como bien señala el tiempo verbal en que se enuncia el título), las posibles duplicidades en universos paralelos, las tensiones sociales y culturales que impiden la conjunción armónica e incluso el problemático choque entre el progreso tecnológico y la vida rural ecológica. El gran acierto de Piperno es abrir preguntas, más que brindarnos explicaciones y eso como espectador, se agradece. 

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