Cómo entrenar a tu dragón 3

Por Rodrigo Martín Seijas

How to Train Your Dragon: The Hidden World
Estados Unidos, 2018, 104′
Dirigida por Dean DeBlois.
Con voces de Jay Baruchel, America Ferrera, Cate Blanchett, Gerard Butler, Jonah Hill, Kristen Wiig, Christopher Mintz-Plasse, Craig Ferguson, Kit Harington y F. Murray Abraham.

Una despedida

En tiempos donde los estudios buscan estirar las franquicias hasta el infinito o incluso revivirlas por todos los medios posibles, la saga de Cómo entrenar a tu dragón va a contramano. Esto sucede porque decide despedirse. Lo hace de manera clara, explícita, buscando cerrar una trilogía cabal y coherentemente. La tercer entrega de la saga es, en cierta forma, una declaración de principios: la animación diciéndonos –a grandes y chicos- que todo tiene un final, pero que a la vez hay que saber encontrar el momento y la forma precisos para el adiós. Lo cierto es que el relato es una constante búsqueda de esa instancia precisa para decir “este es el fin”, pero al film le cuesta encontrarla y a la vez se topa con algunos problemas de tono. De hecho, si las entregas anteriores estaban marcadas no solo por la aventura sino también por la tragedia, Cómo entrenar a tu dragón 3 pareciera querer atenuar lo trágico y potenciar lo humorístico, pero sin dejar de hacer hincapié en la necesidad de poder soltar y superar el apego. El problema es que esa apuesta no termina de funcionar del todo, especialmente con los personajes secundarios: eso se nota particularmente con la madre de Hipo, que si en la segunda parte surgía como un personaje notable, en el que confluían lo romántico, lo aventurero y lo fatal, en esta película queda un tanto desdibujada en su accionar.

Esto posiblemente se deba a que la amistad de Hipo y el dragón Chimuelo retoma una casi total centralidad, a tal punto que la odisea para hallar ese mundo escondido –y cuasi utópico- donde los dragones conviven en armonía y los intereses románticos que tienen ambos son en buena medida puentes para analizar ese vínculo esencial para la construcción de la saga. Por más que durante buena parte del metraje estén separados, lo que finalmente le importa al film es explorar cómo ambos deben lidiar con las pérdidas que los atraviesan, la soledad que puede implicar el ejercer sus respectivos liderazgos y la forma en que sus identidades se definen a partir de la relación que sostienen. Hay ahí, además, un componente latente, que es el icónico: los dos representan la chance de convivencia entre dos universos supuestamente antagónicos, pero poco a poco va quedando clara –a partir de la figura de ese villano que es el cazador Grimmel- la imposibilidad de esa coexistencia.

En la constante alternancia entre la mirada general –con rasgos definitivamente comunitarios- y la particular, CEATD3 se excede un poco desde lo discursivo a la hora de delinear la perspectiva social, pero vuelve a acertar en la construcción de lo íntimo. Lo hace porque Dean DeBlois –que por algo dirigió las dos entregas anteriores y esa magnífica película llamada Lilo & Stitch– posee no solo sensibilidad a la hora de crear imágenes, sino también inteligencia cuando se trata de abordar lo temporal y sus implicancias sentimentales. Secuencias como el cortejo entre Chimuelo y su contraparte femenina (una furia luminosa), que posee una belleza visual sumamente expresiva; o los flashbacks donde Hipo recuerda las lecciones de su padre, que trasunta una melancolía inusual para el género infantil, hablan de un tipo de realización que no teme correr riesgos y que al mismo tiempo sabe cómo no caer en golpes bajos o una gratuidad en el mensaje.

De ahí también que, aún con sus desniveles, CEATD3 sepa encontrar finalmente ese necesario momento de los cierres de los conflictos y las inevitables despedidas, instancias que aprovecha al máximo. Los últimos minutos, donde se consolidan los aprendizajes y crecimientos de los protagonistas, y que saben al mismo tiempo dialogar con la materialidad que cimentan los mitos, leyendas y creencias, encuentran ese punto imprescindible de confluencia entre la promesa de un nuevo futuro y lo que se debe dejar atrás para alcanzarlo. Esa conciencia sobre los logros y las pérdidas es lo que finalmente conmueve, incluyendo lágrimas y moqueos. Hipo y Chimuelo aprenden a soltar, a liberarse mutuamente, a dejar atrás el apego, para buscar otro tipo de aventuras. Y nosotros, espectadores, debemos soltarlos también, permitirles finalizar sus caminos, porque de eso también se trata el cine: de historias más grandes que la vida que nos interpelan, y que en algún momento deben finalizar. Adiós Hipo y Chimuelo, creemos en ustedes, los queremos y no les deseamos otra cosa que la más pura felicidad.

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