#Pre-Bafici : Desde la cocina

Por David Obarrio

Empezamos con el enorme orgullo de que uno de los programadores del Bafici, fundador e integrante de la redacción de Perro blanco, nos cuente desde adentro, desde el centro mismo de la cocina del Bafici, qué es lo que podemos ver. Estén atentos. Y luego no digan que no les avisamos.

 

Por David Obarrio

Hay películas que llegan a nuestras vidas demasiado tarde, o que lo hacen demasiado temprano. Algunas de ellas pueden ser casos ilustres de la historia del cine, o películas predestinadas, perdidas o soñadas; películas con mucha suerte, sin estrella alguna o con certificado de pedigrí impreso en cada fotograma. Un festival de cine que se precie de tal – es decir, que sea un festejo, una celebración de las películas, de eso que tiembla delante, en la oscuridad de la sala – tiene de esas películas, incluso puede que tenga varias de ellas, que abarcan ese rango que va del entusiasmo a la decepción, enfermedades pasajeras del espectador, que apechuga el golpe, parpadea y se zambulle como un sonámbulo en otra sala, otra boca oscura con un fondo luminoso para explorar, que emite señales misteriosas y lo llama, tantas veces intempestivamente. Entre todas esas películas con las que nos encontramos, también, están las que parecen llegar en el momento justo; ni antes ni después sino en el medio: películas justas que miramos, pero que también parecen mirarnos, como si la altivez de sus formas, la emoción contenida en un plano cualquiera, un fragmento de música repentino, una línea de diálogo colgada entre una secuencia y la siguiente, fueran gestos que nos están destinados únicamente a nosotros; respuestas animales de esas formas que bailan en un rectángulo y cuya sensibilidad reacciona ante nuestros ojos y nuestra respiración de espectadores. Aquí ofrezco, entonces, -como programador, pero ante todo como espectador – una serie posible de películas incluidas en esta edición del BAFICI: películas de esa especie que parece estar siempre al borde la extinción y que agrupa cosas bellas, emocionantes o simplemente “justas”, en el sentido en que llegan a nosotros a tiempo y podemos sentirlas propias, por los motivos que fueren y que cada uno, si tiene suerte, podrá en su oportunidad identificar. Elijo películas sobre revoluciones, sobre amores improbables, sobre cambiar con indolencia de piel, sobre la fragilidad de nuestros días, sobre las horas en vela, sobre deslumbramientos inconclusos, sobre el absurdo de la existencia, sobre sueños perdidos, sobre misterios, sobre deseo y desencanto, entre muchas otras cosas. Porque las películas siempre hablan, e incluso cuando no miramos, algunas de ellas parece que siguieran murmurando en algún rincón de nuestra conciencia, con todos esos fragmentos de tiempo que reverberan y que son parte, no podrían no serlo, de la experiencia vital de todos.

 

Wind (Tamara Draculic)

Il tempi felice verrano presto (Alessandro Comodin)

Empathy (Jeffrey Dunn Rovinelli)

Copenhague A Love Story (Phillipe Lasage)

Dhogs (Andrés Goteira)

La película de Manuel (Lucas Damino)

Porto (Glabe Klinger)

Pays (Chloé Robichaud)

El buen amor (Francisco Regueiro)

Together (Lorenza Mazzetti, Denis Horne)

The Intestine (Lev Lewis)

Reinos (Pelayo Lira)

Liberami (Federica Di Giacomo)

No intenso agora (Joao Moreira Salles)

Lo que hicimos fue secreto (David Álvarez García)

2557 (Roderick Warich)

Casa Coraggio (Baltazar Tokman)

Niñato (Adrián Orr)

Una aventura simple (Ignacio Ceroi)

Minute Bodies: The intimate (Stuart A. Staples)

 

 

 

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