Dorados 50

Por Amilcar Boetto

Argentina, 2021, 74′
Dirigida por Víctor Cruz y Alejandro Vagnenkos
Con intervenciones de:Norma Beatriz Del Pup, Juan Carlos Gutierrez, Carlos Skliar, Julieta Escardó, Jorge Gismondi

Y así pasan los días

Secretos. En el documental de Sarah Polley, Stories We Tell, la directora canadiense entrevista a un grupo de familiares suyos tratando de descubrir un secreto familiar que había permanecido oculto. Todo el tejido que se va armando alrededor de la madre muerta y el misterio de su felicidad, de su energía, la posibilidad de que haya  tenido amantes y una vida paralela que la familia desconocía, termina trazando una pregunta fundamental sobre qué es lo que puede mantener vivo un matrimonio. 

Sismografía. La pregunta es muy parecida a la que se plantea el co-director de Dorados 50, Alejandro  Vagnenkos, al principio de la película. ¿Qué puede mantener vivo al amor después de 50 años?  La operación, sin embargo, termina siendo muy distinta a la de Stories We Tell, porque en lugar  de desarmar una historia que ya conoce y ya le fue contada, el director convoca a matrimonios  que hayan estado casados durante 50 años o más, para que les cuenten como es posible la subsistencia de la pasión. Pero lo hace ya no desde una indagación pasada sino desde una observación de los movimientos en el presente. En un momento, les piden a las parejas que cuenten como se conocieron, y luego, el director se  junta con una fotógrafa en donde comparan fotos que las parejas se sacaron hace 50 años con fotos que la fotografa capturó de ellos durante el rodaje. Allí, la fotografa le dice al director que  una pareja se mira como se miraban hace 50 años, como si no hubiera pasado el tiempo.

La  película está obsesionada, quizás mucho más que las parejas, con la idea del tiempo que pasó y  la pregunta de cómo amarse cuando ya no parecería haber idea de futuro. Parece como si el  director estuviese esperando que las parejas le den una formula secreta para combatir el paso del  tiempo, cosa que a ellos realmente no les interesa (cuando le preguntan a uno de los amantes si  piensa en la muerte contesta: “no es algo que ocupe mucho tiempo en mi pensamiento”). En ese punto, la película no busca llegar a un secreto ominoso, sino que se desplaza en la misma despreocupación y liviandad del desconocimiento, fracasando en cualquier tentativa indagatoria frente a la felicidad de las respuestas despreocupadas de los interlocutores.

Congelar el tiempo. Al igual que el documental de Sarah Polley, vuelve la idea clásica de todo contador de historias:  querer congelar el tiempo, poner fotos del pasado, compararlas con el presente y pretender que  esas emociones sigan vivas. En este sentido, una de las más lucidas reflexiones del poeta amigo del director contradice esta posición del documentalista: el amor no conoce de tiempos, de cuantificación, sino de intensidad. Por algo el tiempo pasa sin que uno se lo pregunte, como dice una de las  primeras parejas, porque en ningún momento uno se lo plantea cuando está en el estado mental  del amor.  

Carpe diem. Lo que motiva todo, en realidad, es la neurosis del director, que de una forma parecida al Moretti  de Caro Diario, se preocupa de más y arma un aparato narrativo para tranquilizar su  sobrepreocupación. Los 40 años de Moretti son casi simétricos a los 50 de Dorados 50. El punto es que, en ambos personajes, es mucho menos interesante qué motiva y hace avanzar el aparato narrativo, que el aparato  narrativo en sí. Al igual que para las parejas el paso del tiempo no pareciera ser un gran tema, la  pregunta por el amor no pareciera ser lo que más les importa a los entrevistados, sino el ímpetu de contar su historia. “Cada amante piensa que inventó algo” le dice Marianne a Heloïse en Retrato de una mujer en  llamas .Y es precisamente el sentimiento que parecen trasmitir los amantes cuando cuentan su  historia. Cada una apasionada a su manera, con sus modos y sus artilugios cambiados.

Nuestro mundo privado. Las  historias son imposibles de generalizar, porque son individuales. Hay una privacidad contenida en cada historia de amor, una mirada que solo conoce el amante, que se hace difícil de trasmitir,  más aún, imposible de utilizar para conceptualizar una idea tranquilizadora de cómo el amor va a  seguir sucediendo después de 50 años. Para decirlo con otras palabras: la potencia del discurso  amoroso no se da por acumulación de relatos, sino por la intensidad de cada uno de los relatos. Los directores parecieran en el proceso haber entendido esto, y a pesar de la búsqueda que  potenció el hecho de filmar el documental, una vez filmado el documental, en el montaje, dejan  que las parejas hablen durante gran parte del metraje, y por esto, el documental termina siendo  poderoso y enternecedor.

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