Dossier #ContraLaCorrecciónPolítica (IX)

Por Fernando Luis Pujato

Acerca de los gentiles

Por Fernando Luis Pujato

Se ha escrito mucho contemporáneamente -aunque también en el pasado remoto y no tanto-  acerca de la conquista de América por parte de las otrora orgullosas potencias europeas. Desde las Ciencias Sociales en general, y un tanto más específicamente desde la Historia y la Antropología, se han emprendido toda una gama de investigaciones que van desde las motivaciones ideológicas (políticas, militares, religiosas) y económicas que sustentaron y precipitaron el arribo de los conquistadores-colonizadores a esta parte del mundo, como así también el impacto, en cualquier nivel socio cultural con que se lo mida, que significó tal cuestión para los continentes involucrados en ella: América, Europa, África en alguna medida, Asia en menor medida.

Mucho, también, se ha producido desde las artes en general. La literatura, la poesía, el teatro, la música, la pintura, han retomado el tema, una y otra vez, poniendo el énfasis quizá en las mismas cuestiones que las disciplinas científicas, pero por supuesto, desde otros lugares, con distintos tonos y colores, con diferentes matices y actuaciones. La vastedad de todo esto no garantiza, por sí misma, que los resultados hayan sido, y sean, imaginativos, profundos, veraces, confiables. Pero se lo ha intentado.

1492

Muy poco es lo que se ha filmado; y no sólo contemporáneamente. Si dejamos a un lado el western, el cual claramente es otra cuestión, apenas un puñado de películas tratando de apropiarse de un tema que pareciera ser patrimonio casi exclusivo de otros ámbitos de la imagen. Y no es el caso de continuar lidiando con la épica aparatosa de los viajes y desencuentros a ambos lados del océano; algo que se puede ver claramente en 1492, La conquista del paraíso (1992) de Ridley Scott, ni enfrentarse al delirio mesiánico de una búsqueda imposible; ya lo filmó Werner Herzog en Aguirre, la ira de Dios (1972), y mucho menos de celebrar teológicamente la muerte saturando los planos con cruces solidarias y cruentas espadas; ya lo vimos -ya no más- en La Misión (1986) de Roland Joffé. Puede haber algunos ejemplos más, claro, pero estos tres son una clara muestra de lo que el cine ha hecho con la historia de la conquista desde México hasta Tierra del Fuego: poner en escena un pastiche bienintencionado, montar una propaganda jesuítica, filmar una travesía dantesca.

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Esta ausencia de una tradición fílmica, por ponerlo de un modo inequívoco, es aun más notoria previo al arribo de aquellas famosas dos carabelas y un navío a las costas antillanas en aquellos convulsionados finales del siglo XV. Algún que otro film norteamericano como Los reyes del sol (1963) de Jack Lee Thompson, un artesano con más de cincuenta films en su haber –Cape Fear (1962) y The Guns of  Navarone (1961) entre otros- con el (casi) siempre eficaz rol exótico desempeñado por Yul Brinner oficiando de un jefe maya que primero combate contra el hijo del rey y luego se alía con él para combatir contra las tribus que habían asesinado al rey maya y ahora persiguen a su hijo sucesor y ya sabemos el final de esta aventura; plagado de clichés hollywoodenses los mayas bien podrían haber sido cheyenes o  cualquier otra tribu guerrera de este continente y el resultado no hubiera cambiado en lo absoluto. Y también otro film norteamericano, un tanto más cercano en el tiempo, como Apocalypto (2006) de Mel Gibson quien toma como referencia el libro Relación de las cosas de Yucatán (1566) del franciscano Diego de Landa el cual afirma haber sido testigo de sacrificios humanos ejecutados por los mayas aunque Fray Bartolomé de las Casas en su Breve resumen del descubrimiento y destrucción de las Indias (1542) no mencionaba nada al respecto y más bien destacaba el carácter pacífico de los nativos del Nuevo Mundo; siglos de una discusión ya resuelta por los estudiosos de la cultura maya -arqueólogos, antropólogos, historiadores y demás- aunque nunca zanjada ideológicamente, claro. Una civilización que abarcaba unos 300.000 km2 conformada por ciudades estado y cacicazgos, con una extensa red de comercio fluvial y  sus destacados logros urbanísticos, con el descubrimiento del número cero y un sistema de escritura logosilábico combinado por sílabas y logogramas (esto es: palabras completas), con un calendario que incluso superaba en precisión a los occidentales y un sofisticado desarrollo astronómico -aunque utilizado solo por motivos religiosos- pero con una 90% de la población manteniendo a la casta gobernante, con guerras intestinas desatadas para vencer otros estados y apropiarse de sus recursos materiales y humanos, con esclavos y voilá sacrificios humanos.

De toda esta sucinta enumeración Mel Gibson centra su film en el asalto de los guerreros de un estado a una pequeña población que vive en un apartado rincón de la selva; esto y la eventual huída de uno de los nativos perseguido por los guerreros a través de la selva virgen es lo mejor de Apocalypto: ferocidad e ingenio se entremezclan en planos medios y alejados, solitarias figuras peleando a muerte en la frondosa selva que los delimita y excede a la vez, una trampa para los perseguidores, un arma letal utilizada por el perseguido, una selva hacia la cual se adentra el joven que finalmente ha reencontrado a su esposa e hijo, un refugio, esta selva apenas domesticada, ante lo absolutamente desconocido, ante ese  plano alejado de una barcaza apenas entrevista con extrañas figuras ataviadas con aún más extraños atuendos (mientras escribo esto no recuerdo si en ese penúltimo plano un cura dentro de la barcaza portaba una cruz pero sí recuerdo haber visto esta figura en la pantalla del cine).

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Como es de suponer -y como ocurrió efectivamente- el film fue tildado de racista por la Fundación Nahual, promotora de la cultura maya, pues al brindar esa imagen estereotipada y falsa el mensaje era que los mayas merecían que se los rescatase de su brutalidad, o algo por el estilo; también fue vilipendiado por activistas de esta cultura aseverando que el film no es realista y muestra a los mayas como unos salvajes y cosas por el estilo. Como es de suponer también, el uso del maya yucateco y la presencia de actores indígenas fue celebrado por diversos grupos latinos e indígenas en los EE.UU. y quizá en otros lugares del mundo aunque no estoy muy seguro de esto último. Sea como fuere, se pueden comprender estas críticas desde el lugar donde se las emite: alrededor de doscientos mil muertos, mayas en su mayoría, en la guerra civil que comenzó en 1960 y finalizó en 1996; si a esto le sumamos que más de la mitad de la población de Guatemala desciende de los mayas y vive, en la actualidad, en un estado de precariedad social y jurídica casi absoluto, no es necesario agregar mucho más. Se comprende, claro, pero el film no dice esto.

Tal como ocurría en Corazón valiente (1995), del mismo Gibson, el tema de Apocalypto -aunque aquí no haya ni heroicidad ni intrigas políticas ni nacionalismo de por medio- es nada más ni nada menos que la lucha por la libertad. Tampoco hay “salvajes” en el sentido evolucionista cultural del término, aquella teoría decimonónica surgida a partir del evolucionismo biológico de Charles Darwin y la filosofía positivista de Auguste Comte, que Lewis Morgan y Edward Tylor se encargaron de ensamblar para plantear estadios culturales (salvajismo- barbarie-civilización) en el desarrollo de los grupos humanos que ha sido refutada hasta el hartazgo por la filosofía, la antropología, la neurofisiología y la lista podría extenderse. Claro que fue utilizada antes y después del siglo XIX para justificar conquistas y colonizaciones pero ya sabemos que no existen ni las razas primitivas ni las mentes primitivas ni nada primitivo en el largo y sinuoso camino de nuestra especie como sapiens. Entonces, ningún salvaje en Apocalypto sino guerreros, tan temibles y eficaces como pueden haberlo sido los soldados espartanos, por poner un ejemplo anacrónico, guerreros que vemos por primera vez, pues el cine -sus hacedores sería más acertado decir- nos debe más de tres mil años de historia pre colonial y no podemos comparar films de aquél período por el sencillo hecho de que no los hay, no hay otras estéticas ni otras formas, no hay otros temas ni otras  preocupaciones. Por ahora, un film en soledad.

Toda cultura tiene sus luces y sus sombras. Y su oscuridad abismal.

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