Dossier #ContraLaCorrecciónPolítica (VIII)

Por Federico Karstulovich

La inclusión excluyente

Por Federico Karstulovich

No se me ocurre una palabra más condescendiente que la inclusión. De solo pensarlo me genera una irritación que me corre por la espalda. La inclusión, para ser bien directos, no puede ser un ejercicio de estado ni un ejercicio particular si la cosa se trata de libertades. La inclusión no puede regularse. Para las regulaciones están los aparatos burocráticos. Pero la inclusión, si se vuelve ejercicio ya sea privado como público es, en esencia, un ejercicio de poder. Por eso detrás de todo razonamiento inclusivo lo único importante que juega de fondo es el rol de quien detenta el poder frente a aquellos frente a quienes se conduele en ceder. La cesión no puede (tampoco debe) quedar en manos de unos pocos. Pero como dice el dicho, shit happens. Ahora bien, si la injusticia existe yo no puedo reclamarle al poder que me permita ingresar en el terreno de subordinaciones. No gracias. Y es que si algo tuvo a lo largo de la historia eso que llamamos las formas de la alteridad, si algo tuvo de potente como condición eso fue su capacidad de responder negativamente a la inclusión. Y no porque el acceso a derechos no deba ser universal, sino porque en buena medida la potencia contestataria de la alteridad siempre estuvo directamente relacionada con la irreductibilidad. Ser incluidos (en términos simbólicos) termina con el problema o convierte a la estigmatización histórica que muchos colectivos pudieron haber sufrido en un novedoso material de consumo?

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Al mismo tiempo, como bien decía en su nota de este mismo dossier Ludmila Ferreri, el acceso igualitario a derechos para todos siempre es y será motivo de festejo. Lo que no es motivo de festejo es la implementación discursiva del ejercicio de poder que supone la concesión de derechos, porque en esa sutil diferencia que supone acceder a derechos frente a que los derechos sean concedidos por un poder X es en donde se juega todo el asunto. Y si bien el problema de la inclusión de la alteridad puede hacerse extensivo a una amplia diversidad de niveles (étnico, religioso, cultural, de género, nacional, etc), me interesa pensar de qué manera en particular el cine contemporáneo piensa y repiensa las condiciones de inclusión de la alteridad a la normativa cis-heterosexual blanca occidental anglosajona que la corrección política tanto detesta por considerarla centro absoluto y definido de todos los privilegios posibles (fundamentalmente los económicos y sus derivaciones sobre privilegios del uso simbólico y discursivo). Por eso me interesa pensar en lo que desde hace un tiempo vengo dando en llamar el proceso contemporáneo de reescrituras políticas. Ese proceso es amplio, complejo y en ningún momento habilita las posibilidades que el cosmopolitismo siempre exhibió: la potencial convivencia solidaria en el interior de un sistema de representaciones de parte de diversidades varias sin que la alteridad deba ser expuesta como condición excepcional sino que, bien por el contrario, sea el mismo territorio de la experiencia cosmopolita la que no precise designar la obligatoriedad de la inclusión, sino naturalizar la coexistencia en la que nadie legisla ni legitima sobre las representaciones de ningún tipo mayoritario o miniritario. Pero claro: esto es exactamente lo que NO sucede.

Always Be My Maybe Frontpage

Hace un par de años mencionaba lo siguiente en torno a una película problemática en esta dirección: Always Be My Maybe. En esa nota sostenía lo siguiente que me permito citar: “La comedia romántica está pasando por un proceso que es factible que empiecen a experimentar otros géneros. Me gusta llamar a ese proceso con un nombre: reescritura política. Como si se tratara de agotar las formas de lo conocido en el marco de nuevos ghettos de consumo. De esta forma, el pasado se borronea, se revisa y se lo hace parte de una contemporaneidad que borre las marcas de enunciación de una época. Cómo? Volviendo a hacer lo que ya se hizo, lo que ya conocemos, pero con las reglas de un presente presuntamente inclusivo. El resultado nos trae una agenda LGTTBQ+ multicultural, de manera que todos los matices posibles de representación sean contemplados sabiamente y todos quedemos contentos. La realidad es que en ese plano de oferta, la demanda es forzada a instalarse. O para decirlo de otro modo: cómo no vamos a demandar semejante oferta? Al fin de cuentas no demandar esa oferta de corrección política sería sumamente incorrecto (políticamente). Y sin corrección política no hay pertenencia posible a colectivos de representación. Y la contemporaneidad, en su negación de las disidencias individuales, no habilita no pertenecer a colectivos, ciertamente”.

The Favourite Olivia Colman Rachel Weisz

En aquella nota mencionaba que en este cine de la desesperada inclusión y reescritura no hay naturalización alguna de la coexistencia de personas de distinto origen socio-étnico-cultural-religioso-sexual-de género, de distintas prácticas, sino énfasis y subrayado. En este sentido, inclusive, el presente muestra una situación mas preocupante incluso que la que pudo llegar a mostrar el sistema de géneros en los 60s cuando experimentaba en buena parte de los géneros clásicos un período revisionista, desmitologizador y señalador del mundo blanco occidental, anglosajón cis heterosexual como horizonte y origen de todos los problemas derivados de la intolerancia para con las prácticas de la alteridad (es horrible llamarlo de esta manera, pero es el modo en el que convencionalmente se ha hablado de las prácticas de los otros: a esta altura no sé qué modo es peor, sepan disculpar). Hoy por hoy es peor, porque en la actual agenda de la corrección política multicultural hay coexistencia entre diversidades varias, pero si se puede efectuar una humillación invertida, mejor. En este sentido la tendencia demagógica que ha asumido la industria en sus diversas variantes a la hora de humillar a las “viejas” formas tradicionales de representación es el nuevo signo de los tiempos. Otra vez, pero de manera invertida, el poder como ejercicio de legislación y legitimación.

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En este ejercicio curioso, que tiene mucho de revancha y poco de libertad y amplitud de horizontes, la misma industria ni siquiera opera repensando a sus propias tradiciones de manera crítica, sino que asume una condición elementalmente simple: en la reescritura política inclusiva no solo no hay cuestionamiento, sino que tampoco hay una modificación sensible sobre la percepción del mundo. En todo caso lo que se impone, como ya lo hemos mencionado, es una normativa inorgánica, una suerte de zeitgeist en donde los cambios se hacen de manera irreflexiva y la aceptación de las nuevas convenciones también se asume irreflexiva. Vuelvo a citarme en la nota mencionada: “Al final de cuentas, ese fenómeno es el resultado de la obsesión por no lidiar con los fracasos pasados, con la historia y sus prácticas (las felices y las jodidas). En esas reescrituras se reinventa el pasado y se nos exige (no se nos pide) que aceptemos las nuevas condiciones de representación, que en alguna medida deben ser toleradas (no así el pasado y sus formas). En esta relación extraña y voluntarista con la historia, recorremos la línea de tiempo como un supermercado con las góndolas llenas. Pero sin libre albedrío: las marcas que nos compramos no son las que queramos, sino las que nos ofrecen forzadamente. La corrección política y su imperio psicopático tiene esas cositas: sé feliz, pero a mi manera.

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El resultado de las políticas inclusivas y diversas en el cine parecen emerger menos de un estado de comprensión y naturalización de la coexistencia solidaria entre las diversidades que de un “cupo inclusivo” de tópicos, como si el medio tendiera a transformarse en un supermercado plagado de góndolas en donde el espectador pueda canalizar su culpa redentora mediante ficciones de representación múltiple. En ese recorrido, cada vez mas reglado, cada vez mas regulado, cada vez menos libre, cada vez menos sincero en el reconocimiento de la existencia conjunta antes que en el subrayado señalador, nos encontramos cada vez mas anclados a una agenda que, curiosamente, es la de la concentración económica más flagrante, que festeja, inclusión de por medio, la conquista de nuevos mercados, ávidos de consumo.

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