Dossier #ContraLaCorrecciónPolítica (X)

Por Agustín Campero

Iguales si, plurales no

Por Agustín Campero

En los casos extremos, si entrecerramos los ojos, podemos confundir las performances. Coreografías ensayadas con movimientos robóticos y de ángulos rectos, martillos caminantes que avanzan a pasos marchosos, chiquitos revoleando banderas y levantando con su mano un pequeño libro rojo con movimientos calculados. Todos al compás de un ran tan tan. La aspiración de todo autoritario: que nadie piense distinto, que todo sea uniforme, que cada uno cumpla ordenadamente su papel en el guión. 

A la corrección política hay que ponerla en tensión llevándola al extremo hasta que se vuelva insoportable. En ese extremo, la corrección política podría tener un himno llamado “Cara al sol”. No se puede ofender a nadie, nadie puede caminar por fuera de las líneas amarillas, habrá mártires dispuestos a dar la vida para corregir la anormalidad. Si se ofende, si se sale de lo acordado e impuesto de lo que es justo y está bien, el ofensor recibe el castigo de la nulidad, el cartel de la vergüenza, el acecho de los rayos de la justicia y los cruzados de la totalidad en nombre de una motivación moral. El pluralismo, y la diversidad, quedan en el camino. 

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Apelando a causas que son justas de verdad se producen acechos asfixiantes. Se estrechan los senderos de lo posible. En el extremo la corrección política es una anti poesía. Una anti experimentación. Una hipocresía que, destilada de su contenido, se concreta en la forma de un reflejo autoritario. Sacan películas de plataformas, derriban estatuas centenarias, imponen criterios políticos en un guión para ser aceptados en premios. En perspectiva histórica no hay muchas novedades salvo las víctimas que se pretende defender: alguna vez fueron incinerados los templos griegos, decapitados sus dioses. Libros y bibliotecas se quemaron en nombre de la protección. ISIS derriba milenarios templos budistas. Se eliminan de las grillas Lo que el viento se llevó. La censura y la autocensura se motivan en no ofender. 

El mainstream cinematográfico por lo general lleva implícito con qué hay que tener cuidado, a quién no hay que ofender. Pero también existen ejemplos de resistencia. Por acción o por omisión. Acá van dos de mis preferidos: Quentin Tarantino y Kathryn Bigelow.

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Sobre todo a partir de Erase una vez en Hollywood a Tarantino lo acusaron de anti mujer, de una ausencia de sentido moral que sería una características de sus obras. La película tiene un erotismo muy potente, a partir de los cuerpos y sobre un pasado mítico de diversión, libertad y experimentación. Como en Bastardos sin gloria Tarantino hace justicia por mano propia y tuerce el rumbo de la historia. Ese torcimiento le permite ridiculizar rasgos no muy recorridos del nazismo, y también de ver la estupidez y locura de los hippies bien pensantes, soldados capaces de martirizarse por una causa superior y justa. Como una reacción automática le señalaron la crueldad de las muertes contra muchos de sus personajes femeninos, el papel de insoportables que a veces le daba a las mujeres, la relativa desigualdad de poder entre sus protagonistas varones y mujeres, y la imagen que tienen de las mujeres sus héroes varones. Tarantino es libre porque no le importa respetar nada más allá de sus películas y sus espectadores. 

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Kathryn Bigelow no tuvo que cumplir con un check list para tachar los elementos que debería cuidar: temas de raza, género, ingreso, rol social esperado, ideología más popular. Ninguno de esos temas son parte de su muy buena obra. En su mejor película, La noche más oscura, presenta una heroína mujer perfeccionista, obsesiva e imperfecta, que cruza límites morales y que resuelve uno de los mayores desafíos de seguridad de la historia de Estados Unidos. Ni en esa ni en ninguna otra película de la única directora mujer ganadora de un Oscar se ve una concesión a la presión política de moda. 

La mejor resistencia contra cualquier amenaza a la diversidad, pluralidad y singularidad es el ejercicio y la defensa de la libertad, aún llevándola a extremos tensionantes e incómodos. 

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