#DossierBélico (14): Gallipoli

Por Hernán Schell

Gallipoli
Australia., 1981, 110′
Dirigida por Peter Weir
Con Mark Lee, Mel Gibson, Bill Kerr, Harold Hopkins, Heath Harris, Robert Grubb, David Argue.

Ni guerra ni caballeros

Por Hernán Schell

Hay un truco sencillo, usado incluso en los comienzos del cine, que consiste en poner objetos atrás de algo que va a cierta velocidad para justamente exaltar esa condición de veloz. Vean sin ir más lejos El Aviador de Martin Scorsese, en el momento en el que Howard Hughes se da cuenta que para mostrar la velocidad de los aviones necesitaba filmarlos con nubes atrás. Mucho antes que Howard Hughes, Griffith ponía en The Girl and her trust (uno de sus cortos más célebres), a un tren a toda marcha frente a unos postes, cosa de poder mostrar lo rápido que este iba. Por eso una de las curiosidades de Gallipoli es que cuando Peter Weir muestra por primera vez a su protagonista corriendo, lo haga teniendo atrás un paisaje despojado de cualquier cosa.  En las otras corridas de este protagonista  Weir hará lo mismo, lo pondrá a este chico corriendo en medio de los desiertos de Egipto, o en paisajes llanos de Australia. La intención es clara: no es tanto su velocidad lo que importa sino su esfuerzo, quizás porque lo que terminará importando no este personaje no es tanto su capacidad como velocista sino su fragilidad, sobre todo por el hecho que su capacidad es lo que no terminará de desarrollarse por culpa de la guerra y porque al contrario será su fragilidad lo que permitirá que se lo use como carne de cañón.

Pero volvamos al comienzo. Allí está este chico corriendo y quien prueba su velocidad es su tío, quien al mismo tiempo le funciona a Archy prácticamente como un padre sustituto ya que el propio Archy no parece poder relacionarse demasiado con el biológico. De todos modos, su tío podrá cumplir a medias ese papel: entre otras cosas, no podrá impedir que finalmente el protagonista se vaya a la guerra convencido de que va a ir a una gran aventura cuando en realidad irá a una masacre. El tío no será de todos modos la única figura paterna que fallara en proteger a su hijo: si de algo se caracteriza Gallipoli es por tener padres biológicos o sustitutos desastrosos o ausentes, que apenas aparecen en las vidas de los jóvenes. Hacia el final, el teniente australiano, que será casi el padre de esos jóvenes soldados, les pedirá a esos chicos que vayan a pelear una batalla imposible en donde serán usados como carne de cañón. Es verdad, este militar terminará yendo también al frente diciendo una de las frases más emotivas y duras de la película (y una de las más emotivas y duras de la historia del cine) asegurando que “no puedo pedirle a mis soldados algo que no vaya a hacer yo”. Pero esto no alcanzará para redimirlo: su función paterna fracasó, y no pudo cuidar bien a sus propios hijos sustitutos.

La metáfora histórica es bastante clara para quienes saben algo de historia: Gallipoli fue la batalla de la Primera Guerra que hizo que Australia (y de paso también Nueva Zelanda) dejara de identificarse como orgullosa colonia británica para empezar a hablar de ellos como australianos. ¿La razón? el haber sentido (o más bien deducido) que Gran Bretaña los usó de carne de cañón para que los otomanos a los que debía combatir se distrajeran con ellos mientras llegaban los soldados ingleses. Para muchos -y en esos muchos está el propio pueblo australiano-, Australia como nación empezó justamente en ese momento, cuando una nación unida por el dolor y con un sentimiento huérfano tras la traición de su madre patria, tuvo que empezar a construirse a si misma.

Lo interesante de este símbolo histórico de la ausencia paterna es que, como en las mejores películas de Weir, aparece de manera refinada, tremendamente sutil, invisible incluso para quien mira la película por primera vez. Como es Weir, habrá otros símbolos con alusiones literarias o míticas. Habrá un caballo parecido al de Troya con el que se llamará a los australianos a ir a las filas inglesas; habrá pirámides sobre las que posarán los soldados alegremente sin saber que serán presagio de sus propias tumbas y habrá también, como pasa en el cine de Weir, alguna escena relevante relacionada con el agua. Allí veremos a unos soldados antes de ir al frente de batalla bañándose en el mar. Sin embargo, en medio de esto empezarán a caer balas. De pronto uno de los jóvenes se lastimará superficialmente -algo que el propio herido terminará festejando-. No será necesariamente una tragedia, pero si es el anuncio de una, a la que el agua misma le dará una forma de bautismo: esos chicos que estarán ahí, sin darse cuenta, acabarán de ver el primero de muchos derramamientos de sangre que verán después.

Habrá otra metáfora en Gallipoli que quizás es la más sofisticada de toda la película. Se da al principio, en el momento mismo en el cual el mencionado tío le lee a sus sobrinos un episodio de El Libro de la Selva. Allí  relata el momento en el cual el protagonista Mowgli, criado en la selva, expresa su deseo de ir con los humanos porque estos pertenecen supuestamente a su misma especie. Los que conocen la historia de El Libro de la Selva saben lo que le pasará al bueno de Mowgli: irá a la tribu de los humanos porque cree pertenecer allí para descubrir el total desprecio de su propia especie.

Gallipoli, justamente, será la historia de australianos que irán a una guerra iniciada por los ingleses pensando que estos los tratarán como pares, para encontrarse con el desprecio y el engaño. Mowgli, se sabe, era un salvaje, y en algún punto si hay algo con lo que siempre se ha identificado a Australia -incluso ahora, cuando es uno de los países más avanzados del mundo- como un país de características rústicas, con su inglés cerrado y poco elegante y su fauna exótica. En Gallipoli hay alusiones a esa Australia, sobre todo a esa Australia rural y la desértica que al parecer ni los propios australianos conocían en ese momento. Y sino ver el momento en el que justamente el propio personaje de Gibson, a quien pensamos un viajero conocedor de los pueblos y lugares de Australia, no puede llevar a su amigo por los lugares indicados y se pasa de estaciones de tren.

Supongo que esto último también expresa una cosa importante en Gallipoli, y es que estamos ante una película sobre personajes confundidos, que viven en una nación que aún no sabe hacia donde ir, que confía en una prensa manipuladora (algo que Weir deja en claro en un plano veloz y de una  contundencia admirable), en un ejército británico inmoral, en un ejército australiano al que creerán serio (aún cuando la película va mostrando que los soldados deben reunir cada vez menos requisitos para entrar a pelear) y en la creencia de que irán a una guerra de caballeros y no a una masacre donde los códigos no existirán para ellos. Por eso también una de las grandes ironías de Gallipoli es que al estar todo en un estado de confusión, un amigo puede aconsejarle al otro ir a la guerra, mientras otro en un acto de desconcertante venganza, puede llegar a complotar para que alguien no pueda ir al supuestamente glorioso frente de batalla.

En medio de todo esto también habrá otra cosa: la muestra de que se puede hacer un cine patriótico (en tanto se pregunta por la identidad de un país, por el nacimiento de sus costumbres y su historia) sin ser chauvinista; que se puede filmar la historia de soldados que fueron carne de cañón sin caer en la mirada lastimosa; y que se puede hacer cine histórico sin ser estúpidamente didáctico. Es posible también, teniendo en cuenta la importancia que la batalla de Gallipoli tiene para Australia, que Weir haya hecho con esta película su largometraje más ambicioso y sentido, quizás también, su relato más emocional y perfecto, así como una de las mayores películas bélicas de todos los tiempos.

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter