#DossierBélico (19) Armas al Hombro

Por Hernán Schell

Armas al Hombro (Shoulder Arm´s)
Estados Unidos, 1918, 45′
Dirigida por Charles Chaplin
Con Charles Chaplin, Edna Purviance, Syd Chaplin, Loyal Underwood, Henry Berman, Tom Wilson.

El sueño del pibe

Por Hernán Schell

Se sabe que Jacques Tati tenía un sentimiento como mínimo desconfiado hacia la modernidad y la tecnología. Se sabe también que una de las bases de esa desconfianza es que la modernidad anulaba la posibilidad del error humano y con esto también la posibilidad de encontrar humor. Supongo que encima de todo le dolía que los edificios modernos y los espacios tan ordenados de la nueva civilización y la nueva arquitectura reducía los riesgos de la torpeza al mínimo y con esto también la imposibilidad de que exista el tipo de humor que más le gustaba que era el slapstick. O sea, el humor físico que tanto habían cultivado en la así llamada etapa silente Buster Keaton, Harold Lloyd, “Fatty” Arbuckle, Harry Langdom y por supuesto Charles Chaplin. El humor slapstick es un humor de objetos y de nuestra relación muchas veces confusa con ellos. Es un humor en donde predomina o bien la idea de lo raros o poco adecuado que pueden ser los espacios supuestamente cómodos; o bien lo adecuados y eficientes que pueden ser ciertos objetos y espacios que parecían imposibles de tener un uso. La guerra puede ser uno de los espacios más efectivos para desarrollar un humor slapstick porque justamente el caos esencial de los espacios -desde el desorden y suciedad inevitable de las trincheras, pasando por las casas destruidas por bombardeos que sin embargo, si están más o menos con un techo, pueden ser habitadas- hace que esté siempre tropezándose con cosas y teniendo la urgencia de darle nueva utilidad a objetos que fueron fabricados para otra cosa. A esto se le suma otra cosa básica: el militarismo, que al ser un conjunto de reglas rígidas y no pocas veces arbitrarias, permite que la comedia encuentre todo tipo de formas de burlas y todo tipo de “fisuras” en ese sistema. La única dificultad que presenta hacer humor con la guerra es sencilla: toda la tragedia que la rodea y por ende lo difícil que puede ser hacer reír cuando el propio tema que se toca está inmerso en un clima de solemnidad fúnebre. Cuando Chaplin estrena Armas al Hombro, la Primera Guerra recién acababa de terminar y los muertos ya se contaban por millones. De hecho, la sola evocación de las trincheras podía poner a cualquier persona a llorar. Sin embargo, uno de los trucos de Chaplin para hacer esta película digerible para el público reside justamente en hacer una película seca, dividida en una serie gags apenas unidos por una historia en las que el director y actor se burla de todos los aspectos posibles de una guerra, incluyendo varios insospechados: la ridícula autoridad militar (hay varios chistes que juegan con la arbitrariedad de las insignas militares, y el extraño respeto que despierta la autoridad militar sin importar quien la lleve) y del inesperado tedio que puede haber en la batalla. Incluso Chaplin se atreve a hacer chistes respecto de como el acto de matar en la guerra puede volverse de lo más rutinario. Allí estará para comprobarlo uno de los gags más osados y oscuros de la película -en donde además hay un impresionante uso del fuera de campo- en el cual vemos al propio vagabundo contar con palitos la cantidad de gente que va matando con su rifle.

Entre todo esto Chaplin se las ingenia para mostrar momentos en los que un soldado puede volverse melancólico o en los que una chica se ve obligada a vivir en su casa bombardeada, pero ninguna de estas cosas están machacadas por un sentimiento ramplón, al contrario, están mostradas como circunstancias en las que están inmersos los personajes y no mucho más. De hecho, la propio película se dedica a estar poco sobre cuestiones sentimentales. De esta forma, la lectura de la carta de un soldado dura segundos y está acompañada de un chiste; la posible historia de amor entre el vagabundo y una chica se frustra por completo y va más hacia la aventura disparatada.

Este tipo de registro más bien bajo en emoción y lleno de humor negro es, a mi entender, el que mejor le calza a Chaplin, un cineasta bastante menos piadoso de lo que se cree. Director que más de una vez ha resentido lo que pudieron ser grandes largometrajes para hacer películas que terminaban siendo didáctitas o de un cuño sentimental netamente facilista. Si Armas al Hombro es una de sus mejores logros y una de sus genuinas obras maestra es justamente porque, salvando un mensaje pacifista puesto en el último intertítulo que mancha un poco una película perfecta, se dedica a hacer gags humorísticos y a reflexionar sobre el absurdo de la guerra menos desde la indignación que desde el extrañamiento. Desde este lugar, también termina construyendo algo extraño en la filmografía de Chaplin y es que ahora la relación entre su personaje y el contexto no sea tan contrastante.

Seré más claro. Una de las cosas que siempre se han dicho del universo chaplinesco es que lo que hace el director es meter un personaje extraordinario en un contexto ordinario donde los problemas son en general de poder y materiales. Esto no aplica siempre en el cine de él pero no lo hace especialmente en Armas al Hombro porque aquí el vagabundo no es menos absurdo, ni menos extraño, que el contexto bélico que lo rodea y las situaciones ridículas de personas viviendo en espacios destrozados, o conviviendo naturalmente con el riesgo de muerte, y gente obedeciendo a cualquier cosa que tenga una insignia son cosas que efectivamente pasaron en el momento de su estreno. Es verdad que Chaplin puede exagerar algunos aspectos de las vivencias en las trincheras, pero esa caricaturización tiene un basamento real muy fuerte, y por otro lado dichas exageraciones también puede deberse a que lo que vemos es finalmente un sueño -algo que la película ya nos adelanta con una elegancia infinita cuando escuchamos la forma en la que el vagabundo logró capturar decenas de soldados-.

Justamente, referido a esto último, pienso que acá el elemento del sueño (que en una primera visión podría resultar una vuelta de tuerca gratuita) es de una sofisticación e inteligencia única. Chaplin quería hacer una sátira de la primera guerra y una película con aventura y final feliz. Hacerlo sin el filtro del sueño de buenas a primeras, con el conflicto recién terminado y claramente sin ningún final feliz para nadie, hubiera sido demasiado brutal y hasta irrespetuoso. La posibilidad de disfrazarlo de sueño hace que la película se transforme en un raro regalo al espectador de su tiempo: si la primera guerra fue una pesadilla horrible en tierra, Chaplin propone un final amable para la Primera Guerra pero siempre en forma de fantasía autoconsciente, de expresión de deseo frente a una realidad en ese momento desbordante de tristeza.

Es un regalo genuino, hecho desde un cineasta que por esos años creía -acaso con cierta ingenuidad- que la guerra no era otra cosa que un gran absurdo completamente inútil. Unas décadas después, ese mismo cineasta haría otra película ridiculizando a Hitler y daría un discurso final en el que se llamaba a la paz al mismo tiempo que se decía que para hacerlo había si o si que pelear en la guerra para combatir un enemigo poderoso y demente. Pero claro, Chaplin era otro y sobre todo la época era otra. Aunque esto es, por supuesto, y en más de un sentido, otra historia.

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