#DossierBélico (25): El francotirador

Por Federico Karstulovich

El francotirador (The Deer Hunter)
Estados Unidos, 1978, 183′
Dirigida por Michael Cimino
Con Robert De Niro, Christopher Walken, Meryl Streep, John Savage, John Cazale, George Dzundza, Chuck Aspegren, Amy Wright, Joe Grifasi, Rutanya Alda

Amor verdadero

Por Cecilia Martinez

Historia. La vi por primera vez cuando era chica y solo recordaba la escena de la ruleta rusa. Esa escena me había marcado, me había impresionado por la crueldad de la práctica y el miedo que sentí derivado de la muerte librada al azar. No me acordaba de nada más. La vi de nuevo de grande, por enfática recomendación de Leo Gutiérrez, y me partió la cabeza. Por eso, porque siempre rompo las pelotas con esta película, es que me la ofrecieron para escribir en este dossier (también me tentaba mucho Tropic Thunder, la mejor comedia del universo, pero no me la ofrecieron, calculo que porque la película de Ben Stiller se burla de todo lo bélico, incluida The Deer Hunter).

Aclaraciones al pedo. Primero, quiero empezar por aclarar que a pesar de que este texto forma parte de un dossier bélico, The Deer Hunter no es una película bélica. Acuerdo con Ángel Faretta cuando una vez dijo que The Deer Hunter no es una película sobre la guerra de Vietnam sino un “melodrama homosexual”. Segundo, me rehúso a llamarla El Francotirador. Es un buen título pero no refleja en absoluto el sentido del original, The Deer Hunter (el cazador de ciervos, con todo lo que eso implica) y presta a confusión con la de Eastwood (American sniper, 2014), que es posterior y nada tiene que ver con ésta. De hecho, en la película de Cimino no hay ningún francotirador.

Amor homoerótico.Yo tengo una teoría incomprobable: No existe nada más noble en el mundo que el amor entre dos hombres. El amor verdadero entre dos hombres (aquel no consumado sexualmente) es el más puro y más real de todos los amores. Nada tiene que ver con el amor entre dos amigas mujeres, muchas veces contaminado (aunque sea de manera inconsciente) por sentimientos de raigambre arqueológica, si se quiere, como celos, envidia, competencia, exigencia. El amor entre dos hombres es el amor que todo lo puede, el amor de la camaradería, de la palmada en la espalda, de la escatología y la grosería como lenguaje común. Es también el de las charlas lacónicas, de los silencios, de la admiración más profunda, del código compartido, de la generosidad más absoluta y desinteresada, de las ganas de estar con el otro todo el tiempo posible, de la idea del otro como refugio de todo lo malo o monótono o rutinario, de la idea del otro como único vehículo para la aventura y, en última instancia, la felicidad.

El amor verdadero entre dos hombres tiene, además -y esto es lo que lo hace efectivamente fuerte y único- un componente homoerótico furtivo, acaso por prejuicios sociales, que ven y celebran en dos amigas mujeres la posibilidad y la fantasía del erotismo mientras que lo condenan en el caso de los hombres. La naturaleza homoerótica reprimida del vínculo de amistad masculino lo reviste de un aura incluso más briosa, más sagrada. En el secreto y la tensión está su mayor belleza.

Pensemos, por ejemplo, en Capitán América – El Soldado del Invierno y Civil War, películas que (a la vez que tienen fuertes puntos de contacto con el cine bélico) me impactaron por una razón: el amor absoluto entre el Capitán América y su amigo Bucky Barnes, AKA El Soldado del Invierno, convertido ahora en un despiadado asesino. A pesar de la violencia y las muertes causadas por Bucky, el Capi jamás se da por vencido y es capaz de arriesgar todo para salvarlo, incluso su pertenencia dentro de Los Vengadores, ya que defenderlo implica pelarse contra Tony Stark y otros, que ven en Bucky un arma de destrucción masiva y un peligro para occidente, considerándolo casi un terrorista. En la pelea final entre ambos, el Capitán América le dice que no puede abandonarlo porque es su amigo y pelea hasta el final contra Tony. Cuando termina, el primero levanta a un abatido y manco Bucky y se lo lleva, para protegerlo y cuidarlo, como siempre lo hizo, dejando a sus otros amigos atrás. Nada más puro, nada más noble, nada más genuino que ese amor homoerótico. En The deer hunter es Michael quien vuelve al infierno solo para buscar a Nikkie, como el Capitán América con su Soldado del Invierno, como si la vida no pudiera continuar sin esa otra persona, como si nada tuviera sentido sin el otro.

Volviendo. En The Deer Hunter, el amor verdadero es entre Michael (Robert DeNiro) y Nikkie (Christopher Walken), más allá de la presencia casi etérea de Linda (Meryl Streep). No es casual la apariencia física de Nikkie, marcadamente afeminado en su aspecto, facciones, movimientos, ademanes, y la hombría y rigidez de Michael. Como tampoco es casual el comentario de Stan (John Cazale) a Michael antes de ir a cazar, cuando le dice que es gay porque le presentó varias chicas y nunca pasó nada con ninguna, mientras Nikkie se viste al lado de él y lo mira desde adentro del auto. La virilidad de la película, traducida en numerosos rituales (la escena inicial, con el trabajo en la fábrica del pueblo industrial, con todo el grupo de hombres saliendo al finalizar el turno; las escenas en el bar con los amigos, entre tragos, juegos de pool, charlas y cánticos, algo de lo que las mujeres jamás podrían ser parte; la cacería como ritual casi religioso, reforzador de la hombría, en el que Michael le confiesa a Nikkie que solo va a cazar por él y con él), enmarca la relación entre Michael y Nikkie. Esta es una película de hombres y sobre hombres. Las mujeres son o meros objetos decorativos (qué poco interesante que es el personaje de Meryl Streep, tan voluble e inconsistente como bella e inocente) o personas cuyo único fin es romper las pelotas (las esposas, novias o madres de los otros). La camaradería se da solo entre hombres, protagonistas de esos rituales. Hoy en día la incorrección política terminaría vedando una obra maestra como la de Cimino.

El casamiento. Nunca se filmó una fiesta de casamiento así. Por la duración, por la intensidad, por la urgencia del festejo, acaso el último momento de felicidad previo al desastre de la guerra (porque, y ahora me contradigo, las películas belícas pueden contar el antes, el durante y/o el después de la guerra…y The deer hunter lo hace). Cimino nos hace partícipes de esa celebración exaltada, de esos cuerpos estallados de sudor, tomando alcohol exageradamente, saltando y bailando de manera descontrolada como sí, efectivamente, no hubiera un mañana. La celebración es el preludio al infierno, el último aliento de vida del grupo de amigos que sabe que después de esa noche ya nada volverá a ser como antes. Cuando volví a ver esta escena, algunos años después de ese impacto inicial, me conmovió por la duración y por el exceso, por la decisión arriesgada de extenderla tanto, de que parezca eterna, para que tanto los personajes como nosotros quedemos suspendidos en lo que ya en ese momento se vive como nostalgia, nostalgia por lo que nunca va a volver a ser. Michael empieza apartado, siempre a un costado del plano o espiando a Nikkie y Linda a través de los umbrales (gran escena y composición la de Michael en el umbral, mirando en profundidad de campo a Linda y Nikkie bailando mientras una chica sola y con cara de culo lo mira, más adelante en el plano, pensando que él la mira a ella), tomando en exceso, no pudiendo enfrentar la situación, pivoteando entre la algarabía, la tristeza, el enojo (quiere cagar a trompadas a un oficial que aparece), el desconcierto. Cuando los recién casados se van en auto, el grupo de amigos los sigue y Michael los corre y termina desnudándose y acostado en el piso boca arriba en un callejón. Es Nick quien lo sigue, le tapa el pito y se sienta delicadamente sobre un trapo, a su lado. Ahí, en ese momento, aparece la promesa: “no importa lo que pase, yo te voy a ir a buscar”, le dice Michael a Nikkie, de manera profética. Ambos sellan así su destino, el pathos trágico que los conducirá hasta lo más profundo del infierno.

Nostalgia (y finale con coda). The Deer Hunter es una de mis películas preferidas del mundo, por cosas que dije acá y por muchas otras que no llegué a decir. Sin embargo, no puedo verla muy seguido por un simple motivo: me hace mal. Tal vez por la escena final con todo el grupo de amigos en el bar cantando God Bless America, tal vez por la mirada perdida de De Niro vestido con su uniforme, tal vez por la forma en que Michael y Nikki se miran en esa última ruleta rusa, tal vez porque envidio esa clase de amor.

Me acuerdo cuando falleció Cimino. Fue hace un poquito más de un año, el 2 de julio del año pasado. Estaba en un rodaje y les dije a mis compañeros que había fallecido Michael Cimino. “¿Quién?”, me preguntaron. “El director de The Deer Hunter” (o El Francotirador, tuve que explicar). Casi nadie lo conocía y pensé: “qué injusto que el director que hizo la película más hermosa del mundo sobre el amor y la amistad no haya sido más reconocido”. Pero bueno, calculo que es como lo que pasa con esa clase de amistad, no todos la conocen, no todos pueden enorgullecerse y decir que alguna vez conocieron lo que es el amor verdadero.

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