#DossierTerrorPP – (3): Terror británico post clásico

Por Claudio Huck

Una isla impredecible 

A partir de mediados de la década del 50 y durante las tres décadas posteriores, el cine británico dio numerosas muestras de terror que se encuentran entre lo mejor del género. Mucho se debe a la relectura novedosa de los mitos clásicos por parte de la productora Hammer. Aggiornó viejos monstruos de la Universal, que ya hacia finales de los 50s e iniciados los 60s había decidido dejar de lado. Hablamos de una relectura de mitos como La momia, El hombre lobo y sobre todo ejecutando una inteligente lectura sobre las sagas sobre Frankenstein y Drácula, a las que nutrió de colores saturados, ambientes góticos y (sobre todo) pulsiones sexuales. Denominamos a este terror como posclásico porque presenta un brío y una modernidad que no encontramos en producciones precedentes.

La estética novedosa del cine de terror británico de estos años impactaría de lleno en todo lo que se haría después, sobre todo en el cine de terror con imaginería visual sin pretensiones de realismo (como el orrore italiano), y basado en la liberación de ciertas ataduras morales constrictivas del cine clásico, sobre todo en lo relativo a la sexualidad, que se vuelve muy explícita en especial en las películas de vampiros (las damiselas victorianas convertidas en perras en celo una vez vampirizadas); e incluso la exposición sin tapujos del lesbianismo en películas como The vampire lovers (Amores de vampiros, Roy Ward Baker, 1970).

A su vez, más allá de estos conocidos mitos, los británicos también indagaron en el mundo de las invocaciones y ceremonias paganas, los horrores foráneos, herejías, brujería, criaturas imposibles y deidades extravagantes, dando origen a películas sumamente originales que pueden agruparse en dos vertientes de acuerdo a si adaptan mitologías extranjeras o si crean o recrean otras más telúricas o folklóricas. Sea en una o en otra vertiente, hablamos de un terror que supo construir su propia identidad más allá de los antecedentes derivados del otro lado del océano atlántico. Y que lamentablemente no supo forjar herederos con el paso de los años, más allá de excepciones precisas.

Terrores importados.

El cine nunca se caracterizó por respetar la realidad. Como arte autónomo toma de lo real lo que le sirve y luego lo moldea a su gusto para sus propios fines. Lo desconocido siempre provoca temor, y el Mal proveniente de países lejanos trae aparejada la incertidumbre sobre cómo actúa y cómo puede ser destruido. Ese resquemor potencia el pavor en la conciencia del espectador, y es de lo que se vale esta serie de películas para lograr lo que pretende, que es aterrorizar. Cuánto más extraño es el Mal menores son las chances de poder luchar contra él.

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The gorgon de Terence Fisher (La Gorgona, 1964) importa el mito griego de la Medusa que transforma a los hombres en piedra y lo convierte en una maldición de luna llena similar a la licantropía. La acción transcurre en el pueblo gótico (e imaginario) de Vandorf, y es una fantasía de exuberante colorido fiel al estilo Hammer. Los efectos especiales, que hoy pueden parecer un poco ingenuos, son estupendos en su concreción analógica y poseen inevitables reminiscencias de la obra de Caravaggio. The reptile (El reptil, John Gilling, 1966) es otra de las criaturas importadas por el horror británico. El doctor Franklin viaja por Oriente investigando las religiones y allí conoce el extraño y secreto culto de los hombres-serpiente, y es por esa osadía que se le castiga convirtiendo a su joven hija Ana en un reptil que por simple mordedura provoca una muerte dolorosa e irremediable. También ese año Gilling realiza su versión del vudú en The plague of the zombies (La plaga de los zombies). Un desalmado aristócrata asola la comarca practicando el vudú para obtener zombiesque trabajen en su mina, con la ayuda de una corte de depravados que también disfrutan de un deporte tradicional inglés como es la caza del zorro. Es notable como el cine fantástico de esta época opina, de alguna manera, sobre la nobleza despótica y el sometimiento del pueblo, siempre desde un punto de vista eminentemente progresista.

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Ursula Andress encarna a She (La diosa del fuego, Robert Day, 1965), basada en la novela de H. Rider Haggard. Una Reina egipcia ha descubierto la inmortalidad y encuentra a su amor reencarnado a comienzos del siglo XX, al que había asesinado por celos hace más de 2000 años. La película es un exponente de la imaginería sin limitaciones del cine británico de la época, profusa en sincretismos de todo tipo. Paisajes árabes, una Palestina de estudio, pueblos primitivos con danzas rituales más africanas que egipcias y un ejército real que parece salido de un péplum. La Hammer vuelve a insistir con Egipto en la adaptación de la novela de Bram Stoker La joya de las siete estrellas. Se llamó Blood from the Mummy’s tomb (Sangre en la tumba de la momia) y fue dirigida por Seth Holt. En ella un arqueólogo toma un anillo de la tumba de una momia milenaria y se lo regala a su hija, que se ve poseída por el espíritu de la Reina Tera, que clama por muerte y venganza.

Quatermass And The Pit Ukquad

Por el camino del cuestionamiento de verdades cristianas esenciales se interna Roy Ward Baker en Quatermass and the Pit (Una tumba a la eternidad, 1967) en la que nos viene a espabilar sobre la iconografía clásica del diablo con cuernos. Resulta ser la imagen guardada en nuestra memoria genética de unos extraños extraterrestres parecidos a langostas y que invadieron la Tierra en tiempos inmemoriales y quedaron enterrados, en estado de letargo, en las profundidades de Londres. Estas criaturas regresan a la vida gracias a excavaciones que se realizan para la Terminal de subtes de Hobbs End, y proyectan en el cielo una inmensa figura de aspecto diabólico que enloquece a las personas, las despersonaliza y las convierte en entes de destrucción. John Carpenter cita explícitamente a este largometraje en In the mouth of madness (En la boca del miedo, 1994).

Peter Cushing Ghoul

La India funciona estupendamente como lugar exótico, y de ahí proviene una religión extrañísimo de acuerdo a lo que relata Freddie Francis en The Ghoul (Sólo vive el espanto, 1975, a cargo de la productora Tyburn, que aportó varias gemas al british horror). Unos aristócratas aburridos que matan el tiempo entre juegos absurdos y carreras de autos terminan en la mansión de un pastor que ha perdido la fe (aunque reza constantemente para recuperarla), que tiene un criado con tendencias al sadismo y al homicidio, una sirvienta india que es vegetariana y se postra ante un dios pagano, y un hijo aislado en el altillo, que tiene predilección por la carne humana. Es interesante ese culto contradictorio que venera a las vacas, promueve la ingesta de vegetales y, a su vez, exige el canibalismo.

La productora Amicus se especializó sobre todo en películas compuestas por varios episodios, ligados siempre por un pretexto argumental (compañeros “casuales” de viaje que se relatan historias, la visión de un futuro posible invocado por un adivino o pitonisa, diferentes narraciones de pacientes en una institución psiquiátrica, o los diversos inquilinos de una casa maldita). En Dr. Terror’s house of horrors (La casa de los horrores del Dr. Terror, Freddie Francis, 1975), en el relato Voodoo, un músico de jazz vacaciona en Haití y de allí copia la rítmica de los tambores indígenas en un ritual local de éxtasis místico y no tiene mejor idea que hacer una canción con esa melodía y presentarla en un show en Londres, lo que desencadena una ráfaga de viento tremenda y sobrenatural que destruye el local y, más tarde, la aparición de una especie de demiurgo negro y gigante que viene a recuperar su melodía. En el tercer episodio de The house that dripped blood (La mansión de los crímenes, Peter Duffel, 1970), un padre de aspecto frío y déspota siente repelencia por su bella hija, ante los ojos azorados de la nueva institutriz. Pero lo que parecía dureza era en realidad terror, porque el hombre sabía que la niña dominaba, como su difunta madre, las artes del vudú. Un mago se obsesiona con el truco de una mujer hindú al que no encuentra respuesta en The vault of horror (La bóveda de los horrores, Roy Ward Baker, 1973) y llegará al asesinato con tal de poseer lo que él cree que es un estupendo acto de ilusionimo. En el cuarto cuento de Tales of the crypt (Cuentos de la cripta, Freddie Francis, 1972) hace su aparición una extraña escultura de Hong Kong que tiene el poder de cumplir tres deseos, pero que es en realidad una trampa para ambiciosos. Es una versión libre del cuento La pata de mono, clásico de la literatura de horror firmado por W.W.Jacobs.

Craze 3

Es otra vez Freddie Francis quien vuelve sobre horrores paganos. Esta vez describe el culto infernal al dios africano Chuku por parte de un anticuario ambicioso en Craze (Locura sangrienta, Freddie Francis, 1973). La estatua de la deidad escondida en el sótano de su negocio otorga riquezas a quien la posee, siempre y cuando se le concedan, periódicamente, sacrificios humanos. Ese mismo año, el prolífico Francis realiza, esta vez para la Tigon( Cuarta y última de las productoras británicas que citamos, especializadas en cine de horror), The creeping flesh (El alarido de la carne, 1973).Un científico trae de Nueva Guinea un sorprendente hallazgo para la ciencia: el esqueleto de un humanoide de porte imponente y cabeza gigante, que ante el contacto con el agua provoca la regeneración instantánea de la carne, provocando finalmente la resurrección de un extraño ser que es en realidad la materialización de El Mal absoluto (y con mayúsculas). Éste no es una mera abstracción sino una criatura palpable, que solamente desea la destrucción del hombre.

Horrores originales, folklóricos o telúricos

En esta segunda vertiente ubicaremos mitos originales creados ex profeso sin intervención de coartadas foráneas para el desarrollo de la fantasía. La campiña inglesa, pródiga en pequeños poblados plagados de supersticiones es el punto de partida de varias producciones que podemos agrupar en el folk horror, también conocido como horror pagano, en donde nos encontramos con actos de locura colectiva, ritos de algún tipo, invocaciones a demonios y sacrificios humanos y en donde la iconografía judeocristiana suele quedar a un lado.

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En el apacible pueblo de Midwich (nombre que guarda inevitables ecos lovecraftianos) es donde se ubica la acción de Village of the damned (El pueblo de los malditos, Wolf Rilla, 1960). Inesperadamente se produce un sopor en todos los habitantes, que caen en un desmayo instantáneo y prolongado. Luego de ese episodio, todas las mujeres del pueblo quedan embarazadas, incluso las castas, y finalmente dan a luz niños con características similares: rubios platinados, superinteligentes y sin sentimientos. Algo similar ha sucedido en diversas partes del planeta, y las comunidades han reaccionado eliminándolos. Los chicos poseen poderes telepáticos y hacen que cometan suicidio todos quienes intentan destruirlos. Terror rural, contemporáneo y que coquetea sutilmente con la ciencia ficción, es una de las obras maestras del período. Tiene una continuación, Children of the damned (El germen de las bestias, Anton Leader, 1964), mucho menos efectiva, que lleva la acción a Londres, muestra a los niños más “humanos” y al gobierno y a los militares como los verdaderos monstruos.

The Witches1

Si bien The witches(Las brujas, Cyril Frankel, 1966) tiene una introducción africana, ésta funciona meramente como índice y no tiene relación directa con la trama, es solamente un índice sobre la predestinación de la protagonista hacia hechos de brujería. Una misionera, una vez vuelta a Inglaterra, consigue trabajo como maestra en un pequeño pueblo, y sorpresivamente queda atrapada en una trama de paganismo, rituales en lengua desconocida que mezclan demonología con tambores de estilo vudú, y sacrificios. En The devil rides out(La novia del diablo, Terence Fisher, 1968), el Duque Mocata se vale de la hipnosis para manipular a un grupo de jóvenes, y planea rituales satánicos y sacrificios humanos. Hay pentáculos, apariciones mágicas como una araña gigante, un demonio negro de mirada penetrante y hasta la Muerte misma montando en un corcel negro. En The Witchfinder General (Cuando las brujas arden, Michael Reeves, 1968), un malvado inquisidor aprovecha el entorno de su época para sus propios fines, acusando de brujería a quienes se cruzan en su camino. La cinta es bastante cruda para esos años, haciendo hincapié en las torturas y el dolor físico, y aún hoy sigue resultando espeluznante.

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Una constante en muchas producciones británicas de este período es la ubicación temporal de las tramas en un pasado indeterminado, que puede suponerse entre los siglos XVIII y XIX, lo que permite la exploración de un ambiente gótico con castillos y poblados de piedra con tabernas y gente supersticiosa. Siguiendo con la línea de ruralidad, cultos prohibidos y sacrificios, debemos volver a la televisión y citar a Robin Redbreast (James Mac Taggart, 1970) estupendo telefilme que reseñamos en nota aparte y que pueden leer aquí.

La poco conocida producción de la Tigon, The blood on Satan’s claw (La garra de Satán, Piers Haggard, 1971) muestra un poblacho con una juventud enloquecida a partir de la aparición en la campiña de una cabeza semienterrada con un ojo en perfecto estado. Se hace referencia a un “regreso”. Parece ser que hace algún tiempo habían ocurrido en la comunidad hechos aberrantes. Ritos en el bosque, orgías, asesinatos y la aparición de un misterioso demonio peludo y humanoide. La trama es medio deshilvanada, pero la película posee gran atractivo visual.

Sabemos que la televisión británica siempre ha sido espectacular, y allí encontramos producciones que hay que rescatar. Una de ellas es la originalísima The stone tape (La cinta de piedra, Peter Sasdy, 1972), creado como un cuento de navidad por la BBC. Un grupo de científicos se interna en un castillo para aislarse del mundo y provocar un brainstorm para su trabajo. En su lugar descubren un fenómeno singular. Las paredes de piedra de la vieja fortaleza han funcionado como una especie de grabadora natural que ha preservado, como si de un eco se tratara, ciertos fenómenos ocurridos hace muchos años. Otro clásico absoluto de la TV es el capítulo de la serie Dead of night: The exorcism, en el que una antigua estancia de la campiña inglesa posee a uno de los integrantes del cuarteto protagonista, provocándoles terror y la sospecha de aniquilación.

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En The asphyx – The Horror of death (Asfixia, Peter Newbrook, 1972), un científico descubre que en el momento de morir no es el alma la que abandona el cuerpo sino que hay un ser que se aproxima al moribundo para quitarle la vida, al que denomina el asphyx. Los experimentos posteriores se abocarán a atrapar a esa criatura, apoyándose en la tesis de que si el asphyx no puede aproximarse a su víctima, ésta no podrá morir.

En Demons of the mind(Los demonios de la mente, Peter Sykes, 1972), un Barón tiene dos hijos jóvenes con claras perturbaciones psíquicas, atracción incestuosa y tendencias homicidas. Recurre a un psiquiatra con técnicas sui generis, pero finalmente comprende que todo forma parte de una maldición ancestral y planea el filicidio. Mientras tanto el poblacho cercano se convierte en una turba linchadora. Un filme hermoso, poco valorado, trágico y poético.

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En Nothing but the night (Noche infernal, Peter Sasdy, 1972), un grupo de millonarios miembros de una fundación que mantiene un orfanato va muriendo por suicidio o accidente, y sus fortunas pasan a engrosar las arcas de la fundación. Lo que parece en principio un caso policial deriva en una revelación atroz: Los niños son en realidad los ricachones transmutados, gracias a un transplante de células cerebrales. Si bien la explicación se puede considerar como ciencia ficción, la puesta –sobre todo en su parte final- es claramente terrorífica con sacrificios al fuego y suicidios colectivos.

Pero la obra maestra del tema y, si se nos permite cierto fanatismo, una de las mejores películas que se han hecho en Gran Bretaña es The wicker man (El hombre de mimbre, Robin Hardy, 1973). La anécdota gira en torno a un policía de moral católica rígida (llega a permanecer virgen esperando el matrimonio) que es convocado a Summerisle -una isla ubicada en la costa oeste de Escocia- por una nota anónima que le solicita que investigue la desaparición de una niña. A medida que avanza en la búsqueda, el agente se siente impactado por las costumbres de los lugareños de moral laxa, libertad sexual, culto a dioses celtas y ritos paganos. Lo que va a descubrir cuando ya sea demasiado tarde es que él mismo estuvo predestinado desde el inicio, elegido especialmente por sus características personales, para ser parte esencial de una importante ceremonia sacrificial.

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La película es tan rica en su exposición de rituales arcaicos y contraposición de creencias (catolicismo-paganismo) que daría para un estudio en particular. Perfecta en su trama y desarrollo, muestra una primera parte (en la “civilización”) que describe el rito de la misa, los cantos religiosos, los rezos y la comunión (incluso la película comienza con unas pintadas en las paredes: “Jesús salva” y “Jesús vive”) y un desenlace simétrico que muestra su contracara infiel: cánticos al verano, la naturaleza, los animales, adoración al sol y sacrificios. Final antológico, inolvidable, aterrador y sublime en partes iguales. Robin Hardy debutó en la dirección con esta película y realizó solamente dos películas posteriores (muy menores), pero merece ser ubicado en el Olimpo del Cine Fantástico por este filme fuera de serie.

Pero el terror inglés también apela a el extrañamiento en los objetos, no solo en los ritos. El componente pagano es, precisamente, el que no otorga explicaciones. En la película de episodios From beyond the grave (Más allá de la tumba, Kevin Connor, 1974), encontramos un espejo endemoniado que manipula a quien lo posee y lo lleva a cometer crímenes. Para quien lo recuerde, ya había aparecido un espejo con vida propia y que no reflejaba la realidad sino un determinado momento del pasado en el clásico del cine inglés Dead of night(Al morir la noche, 1945) en el segmento The haunted mirror(El espejo encantado), dirigido por Robert Hamer.

Para finalizar no podemos dejar de citar la miniserie televisiva The children of the stones(Los niños de Stonehenge, 1977), destinada a público adolescente, pero que contiene ritos iniciáticos ligados a las Piedras milenarias que rodean el pueblo, cargadas de magnetismo, que confluyen en un punto en el cielo, y relacionadas con tiempos remotos. Habitantes misteriosos, círculos rituales en torno a una iglesia abandonada y un burgués culto y acaudalado con influencia notoria sobre la comunidad.

Como podrán ver, esta nota propone sólo algunos apuntes, apenas la punta de un iceberg extraordinario -y lamentablemente desconocido para muchos- del cine de horror británico posclásico, un período fructífero y de gran calidad. Es vasto lo que queda por investigar y descubrir. Pero aquí les proponemos una entrada. Es apenas el principio de algo que ampliaremos…

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