Eighth grade

Por Sergio Monsalve

EE.UU., 2018, 93′
Dirigida por Bo Burnham
Con Elsie Fisher, Josh Hamilton, Luke Prael, Emily Robinson, Jake Ryan, Frank Deal, Daniel Zolghadri, Marguerite Stimpson, Greg Crowe, Deborah Unger, Natalie Carter, Jalesia Martinez, Catherine Oliviere, Phoebe Amirault, Kevin R. Free, Faith Kelly, Dylan Vonderhorst

Cambiar el foco

Hablemos de una película que me agarró casi desprevenido en la Universidad, donde se convirtió en fenómeno de culto. Demos un salto atrás: un alumno de la materia de “Teoría y Práctica de Cine” insiste en recomendarla ante mi ligera carga de escepticismo. Tras salir de un examen, Pipo (Carlos Marrero), el estudiante amigo, me entrega una copia del filme en un pendrive. Lo copio y se lo devuelvo. Él me asegura haber visto tres veces el largometraje y considerarlo una de sus obras maestras del año. Su gesto de compartir, una afinidad electiva, justifica la persistencia de la institución. No se trata solo de formar un gusto e impartir un curso, sino de aprender a recibir las lecciones y las referencias académicas, o no, de las generaciones de relevo.

Sin información previa y confiando en el criterio de mi nuevo compañero de clases, emprendo el visionado en mi computadora. Una chica, con granos, habla delante de una cámara, rompiendo la cuarta pared. Parece el típico efecto youtuber, de llevar un videoblog, pero no lo es. Pronto el punto de vista devela el dispositivo, el artificio en pleno contraste con el discurso de la protagonista.

La adolescente pontifica sobre la vida, la autoayuda, el hecho de salir de casa, la esencia de las cosas, el sentido de la existencia, el cuento de madurar, con una seguridad aparentemente pasmosa para su edad. En lo sucesivo descubriremos su auténtica condición de niña solitaria y exiliada en su propio entorno escolar.

El director filma con la sutileza y la contundencia de un riguroso observador de los contextos de la América profunda, del sueño suburbial anclado al mito de la conectividad y el éxito de las redes sociales. El realizador, Bo Burnham, cuenta con 28 años y refrenda su mirada fresca en el retrato satírico de la alienación teen. Eighth Grade consagra, en la pantalla, su fama de promesa blanca de la incorrección política de la web.

Bo Burnham expone la crisis y el problema de identidad del personaje, reforzando ideas con la edición, la música electrónica, la cámara lenta de la publicidad, los movimientos dislocados y el uso del fuera de campo, para ir construyendo el significado ambivalente de la representación audiovisual.

Eighth Grade no es una película frecuente en el panorama indie, presto a subrayar contenidos en diálogos machacantes y explicativos. La escuelita Sundance tuvo mucho de culpa y responsabilidad en hacer del cine un vehículo para una comedia de situación parlanchina y adaptada al canon de una lista de títulos oscarizados.

Siempre la academia encuentra un filme para premiar y brindarse un barniz de modernidad artie. La del año pasado fue The Florida Project, largometraje olímpicamente ignorado de las nominaciones importantes. Debe ser porque su tono no encajaba del todo con las aspiraciones convencionales del Hollywood contemporáneo.

El empleo del steadycam enuncia una deuda con el Gus Van Sant de Elephant, amplificando la herencia estética en la escena de la simulación fría y absurda de una matanza, a cargo de un adulto disfrazado de sniper, de mercenario, de asesino en serie. El rodaje geométrico y seco de la secuencia afirma el pulso de un creador con un generoso dominio del humor negro. Varios segmentos kafkianos del montaje me arrancan unas sonoras carcajadas de catarsis. Otros momentos logran conmoverme hasta las lágrimas. Sobre todo hacia el final, cuando los golpes sufridos por la víctima del decorado abren espacio a una redención y a un reencuentro feliz.

Por supuesto, el asunto les sonará predecible. Por fortuna, Eighth Grade extrae su singularidad de cambiar el foco en la manera de narrar una historia de iniciación harto conocida. Cuestiones de la escritura del guion y del manejo acertado de la ejecución.

Alexander Payne la consumiría con agrado. Los pioneros del mumblecore deben reconocer el influjo de su sello de fábrica. La comparan con LadyBird. En todo caso sería una versión agridulce de la ópera prima de Greta con el gancho mediático de radiografiar a los milennials atados a Instagram, revisitando Kids (1998) -escrita por Harmonie Korine y dirigida por Larry Clark-, bajo la supervisión de unos profesores perdidos en la traslación. Los padres tampoco ayudan al asumir un estado regresivo de reclamadores eternos de atención.

Disfrútenla con confianza y cuénteme si se identifican con los freaks, con los cuerpos heridos y las incomunicaciones naturalistas de la película. Metáfora de una realidad encapsulada en vías de transformación. Respuesta a la infantilización y el autismo de la cartelera. Ehight Grade cuestiona y elabora un relato en el seno de un mundo virtualizado. De ahí a invitarnos a retomar el contacto con los semejantes, con los demás, apenas un paso.

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