El acoso

Por Carla Leonardi

El acoso (Isha Ovedet / Working Woman)
Israel, 2018, 93′
Dirigida por Michal Aviad.
Con Ben Shlush, Menashe Noy, Oshri Cohen, Irit Sheleg y Dorit Lev-Ari.

El acto de la palabra

Por Carla Leonardi

A partir de la última oleada del feminismo, el de la cuarta ola -que entre otras cosas ha permitido una mayor disposición a expresarse por parte de las mujeres- cada vez es más frecuente en los consultorios psicoanalíticos que a partir de escuchar las denuncias de otras mujeres, muchas pacientes comiencen a recordar, registrar y narrar situaciones de abuso vividas en la infancia que habían reprimido. No obstante poder tomar la palabra, convocar la expresión de estos acontecimientos, suele estar acompañado frecuentemente de sentimientos de vergüenza y culpa. Esto no hace más que dar cuenta de la dificultad para hablar del tema al día de hoy, aún con cierto marco de mayor apertura por parte de la sociedad. Es este silencio -y la conflictividad de relatar episodios de violencia de género- una de las claves de la película El acoso, película de la realizadora israelí Michal Aviad, que cuenta con una trayectoria como documentalista pero que en este caso se lanza de lleno a la ficción.

Orna (Liron Ben-Shlush) es una joven mujer de clase media, casada con Ofer (Oshri Cohen) y madre de tres hijos en edad escolar. El comienzo del film nos muestra su alegría por haber conseguido un trabajo como asistente de un empresario del rubro inmobiliario, lo cual representa para ella la posibilidad del desafío de desarrollar un nuevo oficio en su vida. Este logro de Orna coincide con la reciente apertura del restaurant de su esposo, un emprendimiento propio, luego de trabajar varios años como cocinero en un importante hotel. La estabilidad y rentabilidad de este negocio es incierta, dada las dificultades de Ofer, para conseguir ciertos papeles para acceder a una habilitación definitiva. Por este motivo, asentada Orna en su trabajo, se convierte en el sostén económico de la familia.

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Benny (Menashe Noy), el jefe de Orna, es un hombre de más edad y mejor posición económica que ella. Es empresario inmobiliario, bastante exitoso y conocido en ese ambiente, que arriesga su prestigio en la construcción de una torre frente al mar en la zona de Rishon LeZion, al sur de la Capital. Lo primero que llama la atención es que Benny contrata a Orna como su asistente, a sabiendas de que no tiene ninguna experiencia previa en el rubro inmobiliario y que ya la conocía, pues había sido jefe de ella como comandante de base. Aquí ya situamos una disparidad de poder económico y laboral, que no es un detalle menor y será determinante en lo que sigue.

A poco de empezar a trabajar, Benny le hace a Orna el señalamiento de que se vería más linda con el cabello suelto (en vez del rodete, signo de su recato junto a las camisas abotonadas y los pantalones, que suele utilizar en sus horas de trabajo). Y para la reunión con los posibles compradores franceses -los que Orna ha conseguido- le sugiere vestirse con una pollera elegante, bajo pretexto de impresionar a los futuros compradores (que son religiosos). De aquí podemos extraer que Orna en ningún momento da signos de seducir a su empleador y al mismo tiempo registramos, en estos pequeñas detalles, el comienzo de ciertas insinuaciones y cierta intrusión en cuanto a su apariencia, buscando que Orna cuadre en los rasgos de causa de su deseo.

La relación entre Orna y Ofer es tierna y apasionada. No obstante, Ofer no escapa a ciertos patrones culturales tradicionales del patriarcado que sitúan a la mujer en el hogar, donde la libertad e independencia de su mujer no es del todo bien recibida por él, aunque nunca le prohíba o impida directamente su desarrollo. Esto se observa en su reticencia inicial a que tome el nuevo trabajo debido a los horarios irregulares del mismo y en su negativa a cuidar de su hija enferma, justo el día que Orna tiene la importante entrevista con los compradores franceses. Estos datos son importantes y ya anticipan, la dificultad que Orna tendrá para hablar con él de ciertas cuestiones.

De a poco Orna va ganando lugar en la empresa, pues con su sutileza atenta a pequeños detalles consigue empatizar con los compradores franceses, mostrando su capacidad para las ventas. Las largas jornadas laborales y la euforia de la venta llevan a Benny a dar un paso más, avanzando ahora sobre el cuerpo de Orna, quien no responde a su beso y se retira en silencio, incluso de la oficina, como claro signo de su negativa. Que a la mañana siguiente a este episodio, frente a su relejo en la vidriera de una tienda de ropa, Orna se quite el rouge de sus labios y se abotone hasta el tope la camisa, da cuenta de su sentimiento de culpabilidad, de la duda respecto de si misma en cuanto a haber podido dar señales ambiguas que puedan haber sido malinterpretadas como una provocación de su parte. Por su parte, Benny le pide perdón, le asegura que entendió y que no se va a volver a repetir una situación así. Este episodio, que algunos podrían tomar como producto de una confusión, no obstante ya muestra los signos de una transgresión. Benny es un hombre casado y sabe perfectamente que Orna también lo es.

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Sigue entonces un tiempo de tregua, donde Benny se muestra bondadoso y atento a las necesidades familiares y económicas de Orna: le concede permisos para estar con sus hijos, un ascenso como encargada de ventas e incluso mueve sus influencias para que Ofer obtenga la licencia de su restaurant. Pero como es un lobo vestido de cordero, Benny vuelve a dar señales que plantea como una supuesta “broma”. La incomodidad de Orna en la escena de la broma es evidente, pero la manipulación de su jefe, hace que no pueda atinar a nada y se quede a cenar en la oficina con él. Pero su ansiedad posterior, al cocinar mecánicamente en su casa a altas horas de la noche, es signo del retorno de lo que internamente no cuadra para ella. La posibilidad de la confusión del primer momento queda despejada ahora, ante la insistencia de Benny con sus llamadas y demandas fuera de horario laboral, tornándose claramente en acoso.

La directora acierta al encuadrar a Orna en el marco de la puerta, mientras cocina luego del incidente. De esta manera, marca desde la puesta en escena su encierro en la situación laboral, pues en ese momento su marido le demanda que pida un adelanto, dada la precaria situación económica del restaurant. Que Benny lleve a Orna a almorzar al restaurant de Ofer el día que le aprobaron la licencia (gracias a él) y que ahí mismo le hable del viaje de negocios a París, son signos del abuso de poder implícito, en señal de dominio.

La tensión va in crescendo. Es claro que Orna evita quedar a solas con él, marcando un límite, pero como es previsible durante el viaje de trabajo en París se produce la situación de abuso sexual en la cual Orna, acorralada, no se defiende aguerridamente y no atina a nada más que resignarse a lo inevitable. Que la directora presente a Orna pasiva en el momento del hecho es un punto interesante que sin dudas moverá a más de un espectador a cargar la culpa del lado de la víctima por no haber opuesto una resistencia clara, a pesar de que es evidente en la escena, por sus reiteradas negativas y su actitud inerte, que ella no consiente. Este escena muestra claramente la maniobra psicopática del agresor de situar a la víctima como culpable de su transgresión, ya que es Benny quien busca construir discursivamente la justificación de su abuso de poder.

Aquí no se trata de una situación de abuso en la infancia, donde el hecho no puede ser comprendido y es la maduración de la sexualidad en la vida adulta la que permite leer el acontecimiento de la infancia, retrospectivamente, como abuso. No: Orna claramente reconoce que lo que le ha hecho su jefe es intrusivo e indebido. Pero no sólo no puede hablar libremente con sus allegados inmediatamente después del ataque sexual sino que tampoco realiza una denuncia policial, lo cual es llamativo. Orna calla, busca dar por no acontecido el hecho, lo cual marca la directora en la acción de la víctima de tirar al cesto de basura su ropa manchada como evidencia, más que conservarla como prueba.

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Orna recién puede hablar un tiempo después, cuando lo callado se manifieste en signos de la angustia en el cuerpo como cierta desorientación en la vida cotidiana y ahogo. ¿Qué la lleva a callar? Los prejuicios sociales que culpabilizan a la mujer, ubicando en ella la causa o el deseo por lo sucedido y que siembran sobre ella la vergüenza, permiten explicar el silencio de Orna. Esto lo trabaja muy bien la directora en la respuesta de su madre que interpreta rápidamente lo que Orna intenta decirle como un desliz voluntario con su jefe (que minimiza), pero fundamentalmente en imposibilidad de Orna de mirar a la cara a Ofer mientras lo cuenta, así como en la actitud de éste al cuestionarle haberse quedado y no defenderse más fuertemente. A pesar de las resistencias del entorno a escuchar que fue victima de abuso, el acto de hablar es para Orna un primer triunfo, el primer paso en su liberación.

Orna enuncia: “Cometí un error”. Y podemos tomar eso como una verdad. Pero no en el sentido de que ella sea culpable de provocar el deseo en su jefe. Sino en el sentido de pecar de la ingenuidad de creer en la palabra de Benny de que la intromisión sobre su cuerpo, no iba a volver a ocurrir.

La película en su preciso guión, da cuenta en los pequeños detalles de las señales que permiten intuir en Benny una personalidad de tipo narcisista y machista, mucho antes del beso que se toma como malentendido. En este punto, en una mirada atenta, el film permite poder leer esos detalles (que ocurren frecuentemente en la vida cotidiana y suelen pasar desapercibidos), y entender que a partir de allí una mujer puede actuar a tiempo. A su vez, la película establece la importancia de no dejarse tomar por el miedo a lo que el entorno socio-familiar más cercano pueda pensar: si algo hace ruido no puede minimizarse. Porque siempre hay alguien dispuesto a escuchar sin juzgar y a alojar ese testimonio. Es el acto de palabra lo que libera y lo que puede permitir que no le pase lo mismo a otras mujeres.

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