El porvenir

Por Tomás Carretto

L’Avenir
Francia-Alemania, 2016, 102′
Dirigida por Mia Hansen-Løve
Con Isabelle Huppert, André Marcon, Roman Kolinka y Edith Scob.

La educación sentimental

Creo que descubrí a Mia Hansen-Løve en 2008, en uno de mis últimos Baficis de consumo bulímico de películas. Y creo también que fue un punto de inflexión que tiene mucho que ver en mi postura posterior. La película (Todo es perdonado, 2007) quedó flotando en mi imaginación durante meses, en esa zona latente entre los sueños y la imaginación. Y no porque sea especialmente lograda (luego vinieron películas mucho mejores de MHL) sino porque la película tenía un tono especifico, un realismo particular, una sensibilidad luminosa que ponía en contraste gran parte del otro cine.

Uno siempre odia en general las recomendaciones porque, también en general, apuntan a lo obvio. Al ser un critico/cinéfilo de este lado del mundo, obligado a ver las películas de segunda mano, siempre matizadas por la opinión de algún otro, las películas de MHL eran como un oasis cinemático. Creo que Todo es perdonado vino por una recomendación de Flavia de la Fuente, en La lectora provisoria, el blog de ambos. Prefiero creer (en mi cabezota romántica) que Flavia se mandó con la recomendación en una época que todavía viajaban a varios festivales. Y no que fue el propio Quintín por recomendación de sus amigos franceses. No quiero googlear para no desencantarme. Y no porque desconfíe de Quintín (que recuerdo perfectamente la vio por primera vez en ese Bafici y hablaba de película “de mitades”), ni de su gusto ni de su mirada, sino por la apelación a sus amigos franceses de los que Quintín también desconfía, nos deja a los cinéfilos de este lado del mundo en una relación totalmente subsidiaria.

Ese sábado o domingo nublado de abril de 2008, entonces, partí rumbo a la Lugones a una función de sala semivacía y tuve una de las tantas experiencias ¡Eureka! (al modo, me gusta pensar, de ese deslumbramiento inocente y fortuito que Antoine Doinel tenía con Balzac en Los 400 golpes), que tenemos los cinéfilos a lo largo de la vida. Por un momento MHL era mía.

Digo todo esto porque a pesar de que hice ver a algunos de mis amigos y parientes más directos (pocos igual) alguna de las películas de MHL, sus películas siguen siendo de acceso difícil. Para casi todos Mia Hansen-Løve sigue siendo una perfecta desconocida. Todos sus films tuvieron alguna una exhibición puntual en Buenos Aires (a veces en el Bafici, a veces en la Semana del cine Francés) pero en fechas totalmente a contramano y programadas en funciones aisladas. Sí, hagamos una campaña para instalar a Mia-Hansen Love en Argentina así salta en los buscadores. Porque sino un estreno como El porvenir va a ser una casualidad.

La segunda película de la directora (El padre de mis hijos, 2009) fue la más amigable (y no por el tema) sino porque tuvo su estreno comercial aquí y su edición en formato hogareño (ambas cosas allá por 2010). Hasta Louis Do-De Lencquesaing (ese extraordinario actor quijotesco) viajó a la Argentina a presentarla. Y lo hizo con una frase lapidaria: “el humor es la cortesía de la desesperación”. Gregoire Canvel (su personaje) es un padre encantador y amoroso de tres hijas mujeres que comete una decisión límite: quitarse la vida frente al agobio por sus deudas impagables. Basado e inspirado en Humbert Balsan, un productor de cine independiente legendario que tomó esa decisión cuando se vió confinado a un camino sin salida de deudas, hipotecas y presiones. Balsan había intentado producir el primer film de MHL poco antes de su muerte.

Pero revisitar los films de MHL no es una tarea sencilla. Como las primeras películas de Jacques Demy (tristes y luminosas), como un verso de Reinaldo Arenas dedicado a su madre, o como la voz poderosa y frágil de Chris Cornell (QEPD), revisarlas es como mirar fotos viejas de personas que uno quiso mucho o el recuerdo sensorial de un beso, un abrazo, o un apretón de manos de seres hoy ausentes. Esa belleza sublime que puede sumergir en una larga melancolía. En el sentir nostálgico por remembranzas hoy apenas tangibles en los recovecos cálidos de un corazón dolido.

El homenaje al pasado, a sus personas, a sus recuerdos, es uno de los núcleos temáticos del cine de Hansen-Løve.

Aquel núcleo temático parece resumirse en la siguiente idea: La vida es eso que viven las mujeres mientras los hombres pasan. Esa reminiscencia jane-austeaniania pero adaptada al presente con un naturalismo rabioso y un respeto púdico por los sentimientos de los personajes sin forzar el drama o la poesía que igualmente subyace. “En todas mis películas me mantengo en esa forma de verdad, en el cuidado de los detalles, de la cotidianeidad. Para mí, ahí está lo poético” dice austeramente Mia.

La estampa de Louis Do-De Lencquesaing en El padre de mis hijos o la mirada lagrimosa de Paul Blain en Todo es perdonado, en la figura del padre ausente. O la idealización del primer amor interpretado por Sebastian Urzendowsky en la obra maestra Un amor de juventud (2011), su tercera película (de la que quizás hablemos extensamente en un futuro dossier). O el amor de hermanos en Edén (2014), la cuarta. Siempre en su cine habrá una figura idealizada del pasado a la que se le rendirá tributo.

En esta quinta película, El porvenir (2016), el gran tema es la madurez. Su protagonista ya no es una joven ni una niña sino una mujer madura (Nathalie, en la piel de la siempre extraordinaria Isabelle Huppert). Una profesora de liceo que también vive de publicar sus ensayos de filosofía en editoriales académicas. El tema aquí ya no es el pasado sino el presente. El presente de una mujer todavía joven y bella, siempre inteligente y sensible, en el crepúsculo al que la sociedad machista parece querer someterla (su ex marido, sus hijos, la editorial). Y la pregunta aquí podría ser si Nathalie afronta ese destino con resignación o con dignidad.

Desde un feminismo radical cualquier respuesta que dé MHL va ser insuficiente. Digo esto porque va a haber quién critique su final, un final que no está pensado para dejar conforme a ningún colectivo. Digo también que es ese mismo feminismo radical que desprecia cualquier enfoque que surja desde una pantalla de cine por considerarla una expresión alienante, carente de validez. Ese mismo feminismo radical (pienso en “Placer visual y cine narrativo” de Laura Mulvey) que puede despreciar hasta una Jean Arthur, una Katherine Hepburn, una Rosalind Russell, o una Claudette Colbert, todas mujeres refulgentes, por expresar modelos de mujeres ideados por hombres para hombres, negándoles intransigentemente cualquier costado humano.
Pero aquí (en cambio) la que escribe y filma es una mujer que, lejos de seguir el camino del panfleto de las feministas radicales, se decide por el trayecto de la ética de la incerteza. Citando a Blaise Pascal en el film en una escena hermosísima que no vale la pena develar en detalles: “Mientras que en el estado en que me encuentro, ignorando lo que soy y lo que debo hacer, no conozco ni mi condición ni mi deber. Mi corazón tiende todo entero a conocer dónde está el verdadero bien para seguirlo; nada me sería tan caro para la eternidad. Envidio a los que veo en la fe viviendo con tanta negligencia, y que usan tan mal de un don del que me parece que yo haría un uso tan distinto.”

Al mismo tiempo, las películas de MHL no solo tienen su costado expresivo y humanista sino también su veta fuertemente política. El padre de mis hijos era una denuncia feroz contra las corporaciones y los bancos que habían pasado a dominar el negocio cinematográfico y que oprimían (e iban desplazando) a los productores independientes como Balsan. Algo similar ocurre  en El porvenir con su crítica a ciertos sellos editoriales, y sus ejecutivos carentes de criterio, verdaderos burócratas de la codificación publicitaria. Nathalie Chazeux, el personaje de Huppert, es como Gregoire Canvel (De Lencquesaing): una de los últimos quijotes en pie.

Un llamado de alerta a toda esa burguesía cultural -que Dios sabe hasta cuando- va a poder sostenerse, ahora que los consumos culturales audiovisuales tienden a la monopolización por las series de Netflix. Los pequeñoburgueses (todos de alguna manera lo somos) ya no salen de sus casas y en su tiempo libre deciden darse atracones de temporadas de series en el susodicho canal. Eso se debe, en parte, porque Netflix vió como nadie un nicho inexplorado: una videoteca de soporte virtual que (instalada exitosamente) no es ni tan grande ni tan chica como para obligar a un montón de gente a compartir y hablar de los mismos consumos. Consumos que cuanto más abstractos mejor. Frente a este panorama las Hansen-Løve del futuro la tienen muy difícil. Sus películas no se parecen en nada a un consumo codificado. Tampoco sus films -como ya dije- se consumen a los atracones. Quizás previendo el resultado, la sabiduría de MHL se ampara en la derrota quijotesca de Chazeux o Canvel, sus personajes. Creo que a eso apunta la reciente polémica en Cannes. Netflix no quiere saber de estrenar sus films en salas francesas (prefiere la rendición incondicional de ese viejo paradigma que pretende poner de rodillas) y el festival de Cannes sabe que -sin sus películas en salas- se muere. En esta pelea de tintes hegelianos se encuentra expresado el futuro del cine (o su fin).

Si este es el último suspiro lo mejor que puedo proponerles es que vean las películas de Mia Hansen-Løve. Todas. Quiero que las vean una por una y que les den el tiempo para que crezcan en su cabeza y su corazón.
Nada se sabe de lo que puede ocurrir mañana.

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