En los 90

Por Federico Karstulovich

En los 90 (Mid90s)
EE.UU., 2018, 84′
Dirigida por Jonah Hill
Con Sunny Suljic, Katherine Waterston, Lucas Hedges, Alexa Demie, Jax Malcolm, Stephane Nicoli, Kasey Elise, Craig Reed, Jerrod Carmichael, Cici Lau

El tiempo recobrado

Por Federico Karstulovich

Linklater no es. Suena como aquel, se ve casi igual, huele de la misma manera, se palpa un universo común. Pero aunque los sentidos engañen (porque el material y la materialidad están ahí para confundirnos siempre, gracias), se trata de otra cosa. Las derivas analíticas del director texano no están a la orden del día. Lo que si está es el tiempo y la obsesión por asirlo, para decirlo rápido y mal. Y digo que las derivas no están porque el aspecto narcisista que goza de las propias palabras hasta el punto en el que el mundo no importe (al fin y al cabo a la mayor parte de los personajes de Linklater los obsesiona la posibilidad de construir un mundo con las palabras y no de construirlo con hechos, por eso cuando se dan cuenta que las personas están ahí esperando casi siempre es tarde) es sustituído por un vitalismo proteico, de esos que ya no se escuchan, porque pertenecen a otra generación, acaso menos melindrosa y menos necesitada de excusas para afrontar la experiencia.

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En el cine de Linklater la palabra siempre anticipa mal al cuerpo. Por eso es éste el verdadero maestro, el que enseña. En el cine de aquel las palabras son vuelteras, son la excusa para no hacerse cargo de una y mil cosas. Y el slackering, como forma de vida parecía acompañar algo de esas ideas. El vagabundeo mental, el palabrerío que llena minutos de charla, el tiempo como materia es más importante que nada en las películas de RL desde su debut hasta el presente.
Pero si hablamos del cuerpo como enseñanza esto se debe a que esos wise-ass sabihondos del cine de este director siempre terminan expuestos al trauma de darse cuenta que nunca supieron nada. A diferencia de esa cruda realidad a la que Linklater expone en muchos casos cruel e inútilmente a sus personajes, Jonah Hill, en su ópera prima, demuestra otra cosa. No solo hablamos de un director debutante que aprendió (y muy bien) la lección del texano sino que también demuestra haber comprendido  que era necesario tener un poco de clemencia por las personas que habitan en las películas. Por eso a lo largo de En los 90 no hay castigo ni premio alguno, sino deriva material, experiencia física que ordena y desordena el ciclo vital de los personajes (de hecho se toma el trabajo de presentar cinco opciones, cinco posibilidades y ciclos vitales distintos sin que ninguno arroje ninguna certeza definitiva, exponiendo una ética infrecuente ante el facilismo de señalar justos y pecadores).

En En los 90 se aprende con el cuerpo chocando contra el pavimento o poniéndosela de una y mil maneras posibles (no casualmente el protagonista no para de golpearse o lastimarse durante buena parte del metraje). En este sentido es exacto y preciso el diseño de esta coming of age que se vale del mundo del skate para contar una salida al mundo. Y lo que podría ser una elección más, otra película sobre el crecimiento de un preadolescente, sino que se trata de una adecuada elección dramática: es un mundo de accidentes, de lastimaduras, de magullones, de choques constantes contra el mundo (literal), contra los otros y contra uno mismo.

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A su vez En los 90 trae un retorno a las formas narrativas del indie más “limpio” de especulaciones, el de principios de los 90s, en donde la influencia distante de Jarmusch mezclada con la tradición de un registro documental más sucio es replicada por Hill, como si se hubiese subido a un DeLorean que nos llevara exactamente dos décadas atrás (y un poco más también), como si su opera prima realmente estuviera registrando a los 90s, tomándoles el pulso, narrando con las limitaciones del indie mas directo, frontal, menos elaborado formalmente, menos elegante, menos preocupado por ingresar a las grandes ligas (casi me atrevería a decir, un indie pre-Soderbergh/Anderson/Linklater/Holfcener/Solondz etc). En este punto, no solo hay una revalorización de un cine menos académico y más concentrado en construir situaciones en torno a sus personajes y menos en torno a las formas (aunque la falsa simplicidad formal es la perfecta entrada a ese mundo de inmediatez), sino una operación que nos desplaza forzadamente hacia otra lectura que no sea la de una coming of age contemporánea. Por eso, Hill no solo nos pide una sensibilidad fuera de este presente que vivimos sino que nos traslada discursivamente (con recursos audiovisuales, claro) a ese momento. Por eso el punto mas alto de esa encarnación de época es el final, en donde el director se corre de lado y le da la palabra a los mismos personajes, retratados desde el interior del grupo en cuestión.

El final de la película es discreto: el grupo entiende que el aprendizaje no necesariamente implica redención alguna (mas que nada cuando no hay nada de lo que redimirse), sino apenas un camino en el que a veces lo mejor que puede hacerse es acompañarse mutuamente y si uno va a lastimarse, al menos hacerlo acompañado. Jonah Hill ha entendido que el tiempo puede irse, pero también puede recuperarse y valorizarse cuando la ética de los amigos está ahí para acompañar. Quizás no todo tiempo pasado fue mejor. Pero puede visitárselo con mejores armas para entender el presente y volver con una sensibilidad cargada de futuro.

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