Ensayo de despedida

Por Federico Karstulovich

Ensayo de despedida
Argentina, 2016, 75′
Dirigida y narrada por Macarena Albalustri

Cuando todo tira para abajo es mejor no estar atado a nada

Por Federico Karstulovich

Para Maca, una de mis heroínas personales en tiempos de tormenta

Nos vamos a morir. Y quienes nos acompañan (y a quienes acompañamos) también. Es una de las pocas certezas. “Cuando me muera, métanme en un cajón de frutas y váyanse a bailar” dijo alguna vez una persona muy querida para mi.
Esa persona se murió en mi vida. Y, lo que son las casualidades, Maca(rena Albalustri, directora en cuestión de Ensayo de despedida) estuvo en el momento justo de mi vida, en el lugar adecuado para salvarme, para darme una mano cuando muy pocos lo hacían. Ella estuvo. Maca sabía de qué se trataba eso de perder a alguien para siempre. Poco tiempo después, ya siendo un poco más amigos (y yo un poco más recuperado de mi pérdida, gracias a ella, entre otras personas), me contó que se moría Liza (por Minelli), su gatita y compañera durante años. Yo, con mi otra pérdida encima, cuando me contó sobre su gatita, también recordé a mi perrita, a la que tuve que enterrar a sus 2 años de edad (y a los 10 míos).
El arte de la pérdida de quienes más amamos es un arte combinatorio: dialoga de las maneras más inesperadas y nos retumba en el cerebro, estómago, corazón y en todas las cavidades posibles en donde pueda reverberar. La película de Maca hace eso: no pasa, reverbera, se queda dando vueltas por el sistema circulatorio, el nervioso, el digestivo, el respiratorio. Cuesta dejarla salir del sistema, porque se impregna.

Ensayo de despedida es una película sobre la impregnación, si, pero también sobre las maneras que encontramos para hacer algo con eso que permea, que entra como el líquido a una esponja.
Dicen muchos profesores de dramaturgia (o al menos lo repiten muchos pero yo me quedo con la voz de uno de mis preferidos) que escribir no es necesariamente hacer un diario testimonial, sino lograr que eso que nos anda dando vueltas salga al mundo con esa extraña cualidad de ser ajeno y propio a la vez. Y yo creo que pasa algo de eso con la película de Macarena: la reconocemos como propia (aunque no hayamos perdido a nadie o aunque hayamos experimentado algo similar, poco importa) pero a su vez la película no deja de someternos a una distancia necesaria. Pero ojo, esa distancia no es frialdad, no es nada parecido a la anempatía. Es, si se quiere, un acto de defensa, un mecanismo de defensa contra el sensacionalismo. Y es que ahí donde el cine argentino convoca la tragedia para que la lágrima brote como ejercicio conductista, Macarena hace un ejercicio saludable de emoción en ralenti: la dramaturgia de Ensayo de despedida apela a una conmoción que penetra pero que se esparce lentamente. En eso radica el secreto de su efectividad narrativa: no nos da un sacudón de lugares comunes para que podamos asentir. No: nos pone en lugares incómodos (la sucesión de charlas de Maca con su padre-y la incapacidad de este de reconstruir hechos del pasado- son el punto más alto de esa incomodidad) a la vez que nos rodea de espacios de reconocimiento y empatía (toda la presencia de Liza ocupa ese rol: la construcción de la despedida en imágenes da cuenta de otra textura, más amable). Entre esos dos extremos (el padre y la gata a punto de morir) está el segmento de suspenso, que hace de la figura de la madre de Maca un perfecto lugar a mitad de camino: por un lado una persona que se fue, pero de la que casi no hay registro grabado. Por otro la necesidad de armar esa sutura audiovisual que convoque a los espíritus (no dejen de ver la secuencia de créditos finales). La madre es, en el artificio de la película, ese vacío entre la planificación y el cálculo frente al dolor de la pérdida (lo que sucede con la gatita) y el azar de no poder controlar del todo lo que se va a decir o lo que se necesita que se diga (en el caso del padre).

Ensayo de despedida inventa asi (con el dolor que ello conlleva, ya que son y/o fueron seres reales, de carne y hueso) esas tres figuras dramáticas, que son tres figuras perfectas para elaborar un duelo: la distancia, la afección y la distancia afección. Maca ensaya cada una de las posibilidades, como quien invoca un conjuro. Intenta despedirse de algunos y acercarse a otros. Lo hace sin un solo ápice de solemnidad. Y si la hubiera logra articular una distancia prudente, que se vale del humor, para que no nos acomodemos tanto en nuestras lágrimas fáciles. Entonces entenedemos mejor: Maca ya estaba entendiendo. El ensayo era nuestro. Y Macarena no hizo otra cosa que prepararnos para algunas cosas que quizás no habíamos experimentado.

Serge Daney decía que algunas películas nos cuidan, nos refugian de los males del mundo. Al menos hasta que el clima amaine. Macarena hizo eso, una película que nos cuida cada vez que lo necesitemos. Una película-refugio.

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