Ash is purest white

Por Marcos Rodríguez

Ash is purest white (Jiang hu er nv aka) 
China, 2018, 135′
Dirigida por Jia Zhang Ke
Con Tao Zhao,  Liao Fan,  Xu Zheng,  Casper Liang,  Feng Xiaogang,  Diao Yinan

Lo que queda

Por Marcos Rodriguez

Las variaciones no ocultan lo evidente: Jia Zhang-ke viene filmando más o menos el mismo tema y prácticamente siempre con la misma actriz (su esposa) desde hace más de 20 años. Tampoco buscan ocultarlo: el de Jia Zhang-ke es un cine frontal, de una frontalidad casi pasmosa. Tampoco se trata de un cine en el que precisamente la variación sea el atractivo de cada nueva empresa (como pasa, por ejemplo, en esa obra infinita en capítulos que es la filmografía de Hong Sang-soo). Jia Zhang-ke repite actriz, repite espacios, repite acciones, repite gestos, repite diagnósticos. ¿Qué tanto puede decir uno sobre la transformación descarnada que atravesó China en las últimas décadas? ¿Cuántas encarnaciones de la Madre Patria en la figura de una protagonista silenciosa y sufriente puede construir un director sin caer en el agotamiento?

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Al parecer, unas cuantas, porque las películas de Zhang-ke siguen siendo fascinantes. Podrán tener más o menos piñas, dosis más largas o más reguladas de tiempos muertos, melodrama en dosis más o menos puras, pero siguen siendo una experiencia. Lo que hace Zhang-ke podría ser espantoso (diagnósticos sociológicos, repetición autoral ad nauseam) y, sin embargo, está cargado de tensión y belleza. ¿Por qué? No tenemos fórmulas para lo que pasa en una pantalla. O, para ser más precisos, hay un montón de fórmulas pero ninguna garantiza nada y el cine sopla donde quiere y esas cosas. Sopla bastante en la filmografía de Jia Zhang-ke.

Hasta donde me permite alcanzar mi espesa memoria (y tampoco me haría pasar por un especialista en el cine de Jia Zhang-ke), Esa mujeres su película que más se acerca al melodrama hecho y derecho: la mujer abnegada, el amor sufriente, una cierta voluptuosidad del dolor. Claro que, como ha de ocurrir siempre en una película de Zhang-ke, después interviene el tiempo y entonces se produce esa perspectiva particular que nos brinda su cine: películas en las que a la vez transpiramos el dolor individual de los personajes que se pasean por el encuadre y, al mismo tiempo, transparentado sobre sus peripecias, nuestra mirada alcanza a vislumbrar el paso de la Historia. Ahí el melodrama se disuelve y aparecen otras cosas.

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Del mundo de la mafia al mundo empresarial a descarte humano. Sin ahondar en la evidente lectura sobre la sociedad china contemporánea (el submundo criminal devenido el submundo de los negocios, triturado a su vez por la lógica despiadada del capitalismo), es claro que la película propone un recorrido para sus personajes que estaba expresado en el título internacional en inglés de la película: la ceniza es la más pura porque atraviesa la mayor temperatura posible, para alcanzar ese blanco, tal como dice Qiao (pura presencia interpretada por Tao Zhao). Esa mujer es la que soporta y sobrevive. Vive el amor, lo atraviesa y llega a la otra orilla.

Lo mejor de Jia Zhang-ke sigue siendo el pulso casi mágico con el que construye, a través de elementos en principio simples, momentos plagados de sentido. Tiempos largos, escenas con pocos cortes. Por ejemplo, ¿qué es lo que vuelve hipnótica la escena del reencuentro de Qiao con su antiguo amante en un hotelucho (¿telo?) en una noche de lluvia? Es un plano de duración larga, con encuadres que se mueven y corrigen todo el tiempo, bastante pegados a sus personajes en un espacio chiquito y algo incómodo. Por supuesto, buena parte de la fórmula está en los actores: Zhao brilla siempre y Fan Liao demuestra nuevamente que es un maestro para crear personajes que contienen mucho y revelan poco. Pero esto es cine y un actor no alcanza. Hay algo en la luz. En el color verde. En las pausas en la conversación. En el sonido de la lluvia. En toda la tensión que construyó Zhang-ke en el periplo de su protagonista que tuvo que luchar, robar, soportar y mentir para llegar adonde quería llegar.

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Y estamos ahí. Y la conversación no nos va a llevar a ningún lado. A ningún lado que no sepamos ya. Hay un trasfondo melodramático pero casi no queda tensión argumental: ya todos sabemos (incluyendo a los propios personajes) cómo viene la mano y nada de eso va a cambiar. Y sin embargo la escena es fundamental. No podía no estar y Zhang-ke no podría haberla filmado mejor.

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