Espacio gratuito: Cinco reglas para ganar una elección

Por Tomás Carretto

Argentina, 2017, 54′
Dirigida por Carolina Azzi

Promesas incumplidas

La relativamente corta carrera de Carolina Azzi siempre se ha basado en propuestas a contracorriente de la corriente cultural dominante. Primero en dupla con Pablo Racioppi en El Olimpo vacío (2013) y El dialogo (2014) y ahora con esta primera experiencia en soledad.
En los dos largometrajes anteriores tomaba como referencias a ciertos personajes alejados de los altavoces y el reconocimiento social: nada menos que Juan José Sebreli, Graciela Fernandez Meijide, y Hector Leis. Nadie mas incomodo que estas tres personas para cualquier relato dominante durante los años de hegemonía del kirchnerismo, época en la que estos dos primeros films se realizaron.

Sebreli, el solitario profeta del antipopulismo (y no precisamente desde el 2003), el “intelectual inorgánico” del llano, un pensador demasiado dogmatico a veces, pero una de las voces argentinas mas independientes del siglo XX, al que no se podría acusar jamás de no tener un pensamiento propio ni de defender esas ideas con consecuencia y argumentos sólidos a lo largo de los años. En El Olimpo vacío Sebreli proponía una lectura alternativa de los íconos de la argentinidad: Evita, Maradona, el Che, Gardel. Luego vino “El dialogo” que mas que un intercambio (dialogo) entre personas que piensan diferente, es una búsqueda de articulación de una voz “alternativa” a la voz facciosa, cerrada y uniforme impuesta por el kirchnerismo sobre los oscuros años 70.

Graciela fue una de las pocas referentes de los DD.HH que se pudieron mantener al margen de la escandalosa cooptación del kirchnerismo de esos organismos. Con el condimento que su paso por el fallido gobierno de la demonizada Alianza la sumió en un gran desprestigio, perdiendo todo el capital de renombre social y político que había construido con los años. Un ocaso que no hubiese sido mella para un eventual reciclaje político si lo hubiese solicitado (y al que no accedió por una cuestión de principios). Por caso, todos los dirigentes de su partido (el Frepaso, partido fundador de La Alianza) terminaron siendo funcionarios de gobierno del kirchnerismo: desde Chacho Alvarez (embajador), a Anibal Ibarra, Nilda Garré, Deborah Giorgi, Juan Manuel Abal Medina, Diana Conti, Adriana Puigróss, Daniel Filmus, Eugenio Zaffaroni, Roberto Feletti, Carlos Raimundi, Rafael Bielsa, Vilma Ibarra, Martín Sabbatella, entre otros.

Hector Leis es otro personaje particular: uno de los pocos ex montoneros críticos de la lucha armada. Una actitud que si se dió entre integrantes de organizaciones guerrilleras de otros países, aunque no en la Argentina, donde los militares responsables del genocidio e integrantes de las organizaciones armadas mantienen un pacto de silencio y una reivindicación absoluta de su accionar. Enfermo terminal (sufría de escelerosis lateral amiotrófica) Leis murió a los pocos meses del estreno de aquella película.

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Si bien uno puede no estar de acuerdo con las ideas de Sebreli, de Meijide, o de Leis (algunas lecturas sobre todo de los dos varones son demasiado extremas) son claramente voces contra hegemónicas. En Espacio Gratuito, 5 claves para ganar una elección (ya en 2017, en otro contexto político) no busca reproducir una voz diferenciada, sino deconstruir a partir de una voz oficial: fabricada íntegramente sobre la base de los spots políticos de campaña de los últimos 30 años, propone no solo una formula “5 claves para ganar una elección” si no también un imaginario colectivo y un horizonte de la política en general en el que por supuesto estamos insertos. Apelando a un análisis estructuralista de los spots que borra y deja de lado coyunturas (“menemismo”, “kirchnerismo”) y se centra en los códigos y semejanzas de las piezas. La lectura profundamente crítica (sin mas elementos que los que proponen los propios spots) devela un costumbrismo enunciativo bastante aberrante. Y un verosímil monstruoso del que es bastante difícil salir (podríamos hablar de un discurso “vampirizado” donde todo lo nuevo queda absorbido).

Es cierto que algún especialista del rubro puede decir (no sin razón) que el spot político hace anclaje en un tipo de comunicación basura (de baja calidad) que pretende lograr una popularidad masiva en poco tiempo. Y es por eso que (debe) apelar a lo básico, lo pegadizo, lo hitero, lo genérico, lo televisivo, lo icónico, lo grotesco, lo redundante, lo cómodo, lo familiar. Al shock y la demagogia. Lo que si bien es cierto en parte, habilitaría la condonación a los mensajes mas aberrantes e irresponsables. Se le debe exigir una ética.

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La tendencia de la política de mirar hacia afuera solamente en los ciclos electorales agrava enormemente la cuestión de la comunicación. Porque, no hay que descontarlo, la política es un tipo de actividad compleja que es difícil de comunicar en síntesis visual y el tiempo conspira con eso. Es ahí donde la iconografía se impone y se imita. El lobo y el cordero se ponen el mismo traje. En el tiempo que dura la campaña, políticos y electores establecen un pacto de emergencia: ellos dan a conocerse (ellos, no las ideas y las propuestas que quedan en un plano cada vez mas secundario) y los electores (en obligada disyuntiva cívica) se permiten escogerlos como en un casting. En ese casting (circo romano) las partes (políticos y electores) juegan a humillarse discretamente.

Mirando en perspectiva toda la publicidad comercial (del género que fuese, no solo la política) tiene la urgencia y la avidez de “salir a quemar todas las naves” en poco tiempo. Las campañas, sean del rubro que sean, son costosísimas, con límites de tiempo muy estrechos y los recursos (la gran mayoría de las veces) escasean. Esto es así tanto para una película o para un político que necesitan generar adhesiones para subsistir, en lapsos muy acotados. Con lo cual es sumamente irresponsable y casi “suicida” improvisar una estrategia sin llevar adelante un trabajo previo. El trabajo previo empodera a las administraciones que tienen los recursos para comunicar en el día a día. Esto le da a las campañas un éxito cada vez más relativo. El “aparato” se come a la campaña. La política ha pasado a ser una campaña 24×7, donde los temas controversiales (aborto, reforma impositiva, coparticipación federal, LEY DE FINANCIAMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS) esos que quedaban afuera de la campaña, no se discuten nunca y se privilegia una estética de la administración que se impone como un elefante. La demagogia, el shock y la agresión (necesarios como vimos arriba para capturar la atención) buscan compensar la fuerza del elefante y reemplazan al discurso político. Oficialismo y oposición se enfrentan en un fango mediático, del que nada queda en claro, proliferando las trincheras ideológicas en tiempos de democracia.

Aquí el rescate del olvido de piezas que fueron pensadas para autodestruirse a los 15 segundos de finalizada la campaña es lo mejor de la película. Estableciendo gracias a la fuerza del montaje, la uniformidad de sus códigos y reparando en sus filiaciones, un macro spot de discurso sardónico -que se alimenta como un Cronos o Saturno de sus propios “hijos”- y estableciendo ciertos tips “5 claves para ganar una elección”, de la misma forma que lo haría un avezado comunicador político, un publicitario, o un gurú de campaña.

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Aunque la extensión de la película (cerca de 60 minutos) impide establecer algunas diferenciaciones saludables y necesarias. Para quizás no incurrir en el error de querer igualar todo. Porque mas allá de algunas semejanzas, los procesos y actores políticos de 1983 y de hoy tienen poco que ver. Lo mismo que ciertos candidatos del pasado reciente que no se parecen en nada salvo en que (trágicamente) utilizan las mismas modalidades de comunicación. El kitsch (la imitación) predomina en el lenguaje y lo cubre todo. Es posible que Alfonsín en 1983 haya entendido que la simulación de un abrazo era necesaria para la reconstrucción de un país devastado moralmente. Pero ese gesto genuino fue luego imitado (por otros) hasta el paroxismo. Y ahí es donde la película iguala peligrosamente. Una voz empastada que lo iguala todo y que no era lo que se había visto en sus primeras dos películas. Porque si todos los políticos terminan siendo iguales y cualquier gesto genuino (la película resalta la repetición de un mantra discursivo que tiene tintes de logia que funciona corporativamente) puede ser luego imitado, demagogizado y ridiculizado, toda comunicación va directo al terreno del “cualunquismo” en el que desde hace un tiempo largo nos encontramos, y en el que algunos actores (esos que sacan provecho de la mediocridad y la decadencia) se mueven muy cómodos. Haber llevado la política a ese campo hizo de la política una actividad altamente desprestigiada, donde cualquier verdad es relativa y “todos son lo mismo”.

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“El todo es lo mismo” repito para aquellas personas que sienten aversión por la política es absolutamente valido, es hasta una descarga, una necesidad fisiológica, porque refuerza sus prejuicios. Pero para un país navegar desde hace varias décadas por el terreno del cualunquismo es trágico. No es lo mismo Alfonsín que Menem o Scioli, o Carrió que Insaurralde, por citar apenas dos ejemplos. Aunque caigan en los mismos asesores publicitarios que les sugieren las mismas recetas. En la introducción la película trazaba tres visiones políticas que eventualmente podían llegar a la victoria: la de la persuasión, la de la demagogia, y la de la anti política, que después no desarrolla. Aunque la película (eso sí) tiene la inteligencia de reconocer cual fue la fecha donde se dio ese cambio cultural: 1989. Y esa inteligencia es lo que permite aseverar que Espacio Gratuito a diferencia de otras propuestas ya marcadamente anti-políticas (Yo presidente, de Cohn-Duprat (2006) donde ahí sí era todo un enchastre igualitario) no busca demoler, sino deconstruir.

Como la canción que elige “Cuando sea grande” (Flavia Palmiero), de banda sonora, expresión naif de los valores modernistas y positivistas del alfonsinismo que curtieron todos los chicos que como Carolina Azzi vivieron/vivimos la infancia en los 80. “Y si tengo suerte, seré Presidente, y haré que la gente pueda vivir mejor”, decía la canción. Esa necesidad, ese horizonte moderno, necesario para la consecución de un país, está presente, aunque no en la político, por lo menos en el ideario de las canciones infantiles.

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