Festival A cielo abierto (Cochabamba)- 3er edición (II)

Por Sebastián Rosal

Tal y como les contamos en un primer envío sobre la tercera edición del Festival A Cielo Abierto, lo de Sebas Rosal no es la síntesis, precisamente, sino que lo suyo es una novela-río. Bueno, resulta que luego de varias insistencias lo convencimos de que empiece a hablar de películas. Y el hombre comenzó. Ya recuperado de los avatares de la llegada, ahora, látigo en mano, lo instamos a trabajar de crítico. Aquí debajo el muchacho les cuenta la experiencia. Y como no podía ser de otra manera, esto continuará, porque las cosas se hacen largas o no se hacen. Rosal, envidia de Robert Musil, deja a El hombre sin atributos a la altura de un folleto de pizzería.

La aldea y el mundo

Por Sebastián Rosal

El A Cielo Abierto es un festival dedicado al documental latinoamericano, un terreno en el que conviven justos y pecadores y que ha tenido en los últimos años una actividad febril, con una constante producción y debate a su alrededor. Admito que es un género (o en todo caso una actitud, una mirada frente al cine y el mundo) por el que tengo particular aprecio. Así como es casi inevitable que en casi toda ficción me sienta manipulado de alguna forma, siento que cualquier documental, por poco calificado que lo considere, siempre tiene algo para mostrar, como si el mundo real (sin entrar en demasiadas disquisiciones sobre qué significaría tal cosa), que es en definitiva su materia prima y el referente directo con el que trabaja, funcionara de paraguas entre las películas y mi condición de espectador.

La edición de este año tuvo como eje el cine en primera persona en sus diferentes variantes, ya sea cine-diario, cine autobiográfico, o confesional, según el caso. El primer día, luego de un almuerzo exquisito encabezado por Elizabeth Torres, la cordial directora del Centro Simón I. Patiño, mis actividades comenzaron con una conferencia sobre el cine de Jonas Mekas, el mayor referente en la materia, a partir de una hexalogía compuesta por Walden (1969), Reminiscences of a journey to Lithuania (1972), Lost lost lost (1976), As I was moving ahead I saw ocassionally briefs glimpses of beauty (2000), Sleepless night stories (2011) y Outtakes from the life of a happy man (2012). Obviar su origen lituano y su posterior adopción como neoyorkino e incluir una charla sobre sus películas en el contexto del festival parecía una decisión acertada, ya que gran parte de su obra hace foco y se expande a partir del registro de su familia, sus amigos, sus gatos, su casa y sus actividades diarias, de todos esos pequeños destellos cotidianos a los que, como nadie, Mekas supo captar en su fugacidad, en su evanescente belleza. Pero no hay que dejar de considerar que su obra es la de un cineasta experimental, y en tal sentido esos momentos íntimos, tanto como su perenne melancolía por esa Lituania a la que se vio obligado a dejar, ordenados un poco aleatoriamente y avanzando a ritmo acelerado gracias a una edición magistral (el uso del single frame style, esos cortes infinitesimales en el flujo de imágenes generados por el intercalado de un fotograma aislado, es una de sus marcas autorales inconfundibles) terminan convirtiéndose en la materia prima sobre la cual establecer una reflexión sobre el cine y sus posibilidades de indagar el mundo, tanto como sobre la materialidad más básica de las imágenes, pura agrupación de formas y colores que evoca la inmediatez perceptiva de los pintores impresionistas. Allí radica la excepcionalidad del estilo mekasiano, en esa original mezcla entre la amabilidad de su universo (un mundo en el que “no hay tensiones ni disputas, solo gente queriéndose y cuidándose los unos a los otros”, tal como anuncia en un determinado momento su inconfundible voz en off) y la experimentación sin concesiones en torno al propio lenguaje.

As I Was Moving Ahead 1

Luego de la charla me dirigí a la inauguración oficial del Festival, que felizmente se redujo a unos breves y cálidos discursos invitando al público para los siguientes días. Las proyecciones de esa noche incluyeron películas de los dos cineastas a los que se les dedicó un foco especial en esta edición. Gustavo Fontán fue uno de ellos, y su última obra, El día nuevo (2016), la elegida para la apertura. En la que supone ser el cierre de su tetralogía del río, Fontán regresa a la orilla virgen del Paraná, ese territorio que es una frontera múltiple entre la tierra y el agua, la dura actividad diaria y los sueños, el pasado y el presente, entre la cultura y la naturaleza. Hay algo de La libertad de Lisandro Alonso pero en versión litoraleña en esta historia del pescador solitario abandonado por su mujer. La película encuentra sus mejores momentos en la observación paciente y silenciosa de su rutina, que incluye sus momentos de pesca en el río, la limpieza de los pescados, la rutina del mate en soledad cada mañana o los juegos con sus perros y gatos. Pero se resiente notablemente con la voz en off femenina en extremo impostada, pretendidamente poética, a través de la cual se materializa el lugar de la mujer que huyó del pescador, llevándose la hija de ambos. Parece haber un problema (casi un drama) irresoluble con la voz en off en el cine argentino, como si el peligro de caer en algún tipo de naturalismo estereotipado (o peor aún, en el costumbrismo rancio) llevara a una especie de respuesta desmedida, al uso de cierta forma de distanciamiento que suele confundir extrañamiento con rareza, distanciamiento con gelidez, y que finalmente no logra acompañar, interrogar ni colisionar con las imágenes, como si voz e imágenes vivieran en universos paralelos. No conozco personalmente a Fontán, pero no hay duda en cuanto a que es un artista que piensa con profundidad sobre las posibilidades del arte que practica, sobre las herramientas de su oficio. Como prueba estuvo la charla pública post función que mantuvo vía Skype con Iván Pinto, el amigo y crítico chileno, en la que expuso con absoluta claridad el proceso de rodaje y edición de la película. Pero sus explicaciones no me convencieron.

El Dia Nuevo 1

Antes del largo de Fontán se había proyectado Diario de un corto (2015), de Flavia de la Fuente, la otra homenajeada de la edición, nacido a partir de un encargo realizado por el Festival de Valdivia, en Chile, para que oficiara de película de apertura en su edición del año 2015. Tuve la oportunidad de estar presente en aquella función dos años atrás, y pude comprobar que su eficacia no mermó, más allá del contexto. Esa es la paradoja del cine-diario: su inmediatez, la datación concreta de un día y un espacio determinados pueden terminar adquiriendo una especie de resonancia atemporal, como si funcionaran de plataforma de lanzamiento y no de límite. Aquí, de la Fuente da cuenta de las idas y vueltas del proyecto, tanto del entusiasmo inicial como de la creciente angustia generada por la obligación de cumplir con el encargo. Al final del camino, su diario termina convirtiéndose en una jovial declaración sobre el placer de hacer cine, sobre la alegría de encontrar esos instantes de belleza casuales en las flores de una enredadera, en una mañana brumosa en la playa o en el apacible anochecer en el puerto de su pequeña ciudad. Más lograda, más compacta aunque con el mismo espíritu es Días de lluvia (2015), en la que retrata la melancolía de una temporada infinita de lluvias en el invierno de su San Clemente. El cine de Flavia de la Fuente, a la manera de Mekas (una referencia ineludible que la propia directora se encarga de mencionar en varias de las placas que aparecen en sus diarios), es un cine, si se quiere, refractario a cualquier posible interpretación, que hace foco en una especie de placer epidérmico, sensorial, pegado a la materialidad de las cosas, a la superficie de la imagen. En el díptico conformado por Nadando en San Clemente y Nadando en Mar del Plata (2015-2016), el registro de la inmersión solitaria de la directora en el mar, con una cámara asida a su muñeca, permite apreciar las variaciones de los elementos: aventura épica en el primer caso bajo la melancólica luz de junio, dentro un mar invernal, gris y hostil; paso de comedia ligera en el segundo, con el conocido contorno de la ciudad turística meciéndose suavemente al compás de unas olas verdes y ligeras, con el sol vivo de noviembre iluminándolo todo.

Espuma 1 1

En Espuma (2016), un corto nacido en homenaje a Peter Hutton, el director norteamericano fallecido el año pasado, es el mar nuevamente el que adquiere protagonismo, esta vez a través de la espuma que avanza y retrocede sobre la playa, mecida por el ritmo de las olas. En estos breves minutos en silencio y en blanco y negro, al igual que en el resto de su obra, no son solo la naturaleza como medio y el placer como fin los que entran en juego. Antes que eso, lo que se destaca es una idea de cine como indagación amable sobre el mundo, yendo detrás de él y dejándose sorprender, poroso para absorber las imprevisibles oscilaciones de lo real. Un cine que solo cobra vida porque se apoya en las imágenes que lo preexisten, que parecen siempre haber sido captadas un poco azarosamente. Es en ese espíritu, en esa actitud para sumergirse en ese ente siempre misterioso llamado mundo, cediendo conscientemente cualquier intento de control férreo sobre sus materiales, donde su cine entra en conexión directa con el de Jonas Mekas. Los cortos de Flavia de la Fuente oficiaron de apertura en todas las noches. Es decir que hubo más festival, con más películas y más actividades. Volveré sobre todo ello. A estas alturas, y viendo los serios problemas que tengo para controlar la extensión de las notas, no puedo prometer que la próxima sea la última.

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