First Cow

Por Diego Maté

EE.UU., 2019, 121′
Dirigida por Kelly Reichardt
Con John Magaro, Toby Jones, Orion Lee, Ewen Bremner, Scott Shepherd, Gary Farmer,Lily Gladstone, Alia Shawkat, John Keating, Dylan Smith, Jared Kasowski, Rene Auberjonois, Todd A. Robinson, T. Dan Hopkins, Ted Rooney, Patrick D. Green, Clayton Nemrow, Jeb Berrier

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Y un día volvió Kelly Reichardt, la directora de las películas delicadas, de las excursiones al bosque, de las relaciones silenciosas, de los planos frágiles. Volvió con First Cow, la historia de un emprendimiento entre dos amigos que hace un buen sistema con la tragedia colectiva de Meek’s Cutoff. Cookie trabaja de cocinero para un grupo de tramperos hoscos. Una noche, buscando provisiones, tiene un encuentro misterioso: en medio de la vegetación, como escupido por el bosque, se esconde King-Lu, un chino desnudo que escapa de unos cazadores de pieles rusos. Un cocinero piadoso con los animales y un chino perdido en Oregon, entonces: los dos traban en el acto la vieja solidaridad de los desclasados. Cookie esconde a su nuevo amigo y este escapa justo antes de ser descubierto. Después se cruzan de nuevo y se les ocurre probar suerte vendiendo en el pueblo unos buñuelos que prepara Cookie. Como no tienen leche, todas las noches van a ordeñar a hurtadillas la vaca del Chief Factor, british man a cargo del lugar y feliz poseedor del único espécimen de la región. Nuestro dúo prospera hasta que el éxito y la ambición los lanza hacia la perdición esperada.

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El arte de Reichardt consiste en presentar todo un mundo mientras se cuenta una historia pequeña, mínima. Que el relato sea un paisaje. Cada viaje de los protagonistas revela un universo material desconocido hecho de casas de madera, grandes ollas y gente harapienta. El gesto de la directora supone dar vuelta la iconografía del western y de las películas sobre la Guerra de Secesión pero sin caer en un naturalismo tosco; no se trata de mostrar el reverso de esas películas, su opuesto brutal, sino otra cosa, un clima, una impresión esquiva, algo que el cine tal vez no haya filmado antes. La intensidad de los colores y de las texturas de los objetos que rodean a los personajes atraen la atención, es fácil distraerse con el efecto impresionante de la luz entrando durante la tarde en la pequeña casa de King-Lu, o con Cookie cuando conoce la casa de su amigo y casi sin pensarlo agarra una escoba y se pone a barrer la casa. El piso es de tierra y lo que se arroja afuera (hojas, alguna basura) no es muy distinto de lo que queda adentro: un gesto más urbano que conveniente, una forma de civilizarse. 

Así procede la directora, abriendo la película concéntricamente hacia el exterior de los personajes, conduciendo la mirada hacia las figuras algo monstruosas que la masa de los buñuelos dibuja en el aceite, hacia el vestuario raído y gastado que llevan a todas partes, hacia el tránsito permanente de hombres vencidos que llegan buscando un poco de descanso y de alcohol. Los planos son serenos y firmes, exhiben el aplomo de un cine instalado sin problemas en el mundo de la historia.

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First Cow continúa sin sobresaltos, la aventura de los protagonistas se integra orgánicamente en el discurrir de cada sitio, el relato de su ascenso y caída es también el de la vida cotidiana de sus vecinos, sus costumbres, sus enseres. En la plaza del fuerte una mujer indígena revuelve una olla gigante y es como una imagen del tiempo. En algún momento se sugiere el conflicto y algo de ese mundo pierde consistencia: el paisaje se transforma en una fábula con pinceladas gruesas. Aparece un villano distinguido y con él empiezan a señalizarse los signos de la opresión inglesa, su dominio tan elegante como terrible, la situación penosa de los aborígenes. La película conserva el tono distinguido de antes, pero algo de esa maravilla se desmorona. 

Se descubre el engaño y nuestros héroes corren peligro. La huída resulta accidentada e imprevisible, como si la directora dijera que el escape y la persecución son cosas que hay que aprender a filmar de nuevo, hacer de cuenta que el cine no existe; en suma, olvidarlas o volver a crearlas. En ese intento final por salvar la vida la película recupera algo del pulso previo, los personajes se funden una vez más con el entorno y juegan a las escondidas, escapan volviendo a los lugares de siempre. Ahí se recupera el gesto del comienzo, el proyecto de filmar una película en los intersticios del western pero sin exagerar la crudeza del conjunto, sin usar el realismo como excusa para sobreexplotar la miseria de la gente y las cosas: registrar la aspereza del relato en su justa medida, permitirle al mundo conservar su ambigüedad irreductible. 

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