Fragmentos de una mujer

Por Carla Leonardi

Pieces of a Woman
Canadá, 2020, 128′
Dirigida por Kornél Mundruczó
Con Vanessa Kirby, Shia LaBeouf, Ellen Burstyn, Molly Parker, Iliza Shlesinger, Jimmie Fails, Domenic Di Rosa, Alain Dahan, Sarah Snook, Ben Safdie, Vanessa Smythe, Sean Tucker, Tyrone Benskin, Dusan Dukic, Noel Burton, Letitia Brookes, Leisa Reid, Joelle Jeremie

Un invento de poesía

Martha (Vanessa Kirby) y Sean (Shia LaBeouf) son una joven pareja que vive en Massachusetts y se encuentra en la dulce espera de su primogénita. Ella es ejecutiva en una empresa y proviene de una familia de buena posición económica, de ascendencia judía, oriunda de Hungría, que padeció la persecución durante el nazismo. Él es un obrero que trabaja en la construcción de un puente, tosco en sus formas, proveniente de un estrato socio-económico-cultural más bajo. La madre de Martha, Elizabeth (Ellen Burstyn) es la matriarca de la familia, una mujer de carácter fuerte, invasiva, a quien no le agrada su yerno, y al que desautoriza permanentemente con el poder de su dinero; como complemento, busca controlar a su hija, imponiéndole su manera de hacer las cosas en la vida.

Desde el comienzo, la omnipresencia de Elizabeth marcando territorio sobre su hija al comprarle un auto familiar a la joven pareja ya señala lo que cojea bajo la apariencia de las buenas formas de la familia unida. Por otra parte, tanto el hecho de que Martha descienda por el ascensor en su última jornada laboral previo a su licencia por maternidad, como el cuadro con ecografías que Sean le regala -que está al revés- son indicios que ponen en cuestión el idilio de la dulce espera y que preanuncian la tragedia que viene después.

Uno de los momentos más destacables de la película a nivel formal y actoral es la escena del trabajo de parto domiciliario. Al filmarla en plano secuencia, el director le imprime un crudo realismo (pocas veces visto en la experiencia cinematográfica), pero a la vez equilibrado. De forma contundente y sin golpes bajos consigue transmitirnos la experiencia del parto como lo que es: una experiencia del cuerpo. A Martha le duelen las intensas contracciones, siente nauseas, se retuerce del dolor y saca fuerzas de donde puede para poder pujar y dar a luz a su bebé. Y entonces vivimos junto a los protagonistas los nervios frente a una experiencia nueva, la angustia del imprevisto de que la partera original sea reemplazada por una desconocida, la emoción de sentir los latidos del bebe, la tensión ante un parto que se va demorando y complicando, la alegría de abrazarla y al poco tiempo, el desconsuelo de verla partir. De esta manera, somos partícipes de la montaña rusa de emociones y efectos de cuerpo que atraviesa esta pareja durante el parto y podemos empatizar con el dolor desgarrador e inenarrable que significa para ellos la muerte perinatal de su hija. 

Avanzando en la película se desprende que al director no le interesa entrar en el debate entre el parto hospitalario y el domiciliario, algo que parecía una tentación al alcance de la mano, sino situarnos en un lugar en el que ambos exhiban sus pro y sus contra, y que en todo caso, en cualquiera de las opciones que una madre elija atravesar para dar a luz, siempre hay algo inherente al milagro de la vida y al misterio de la muerte, algo que los sitúa en el terreno de la pura contingencia. 

Lo que sigue en la película es el recorrido sobre el modo elegido para atravesar el duelo por la pérdida de Yvette. Y se hace evidente que no hay duelo común. Si todo proceso de duelo es singular, en FDUM el mismo está ligado tanto al lugar que esa hija ocupó para cada uno de los miembros de la familia como a los recursos subjetivos con que cada uno cuente para elaborarla. 

La ausencia de una explicación causal por parte de la ciencia médica, por tanto, redobla el vacío de la muerte. Martha se encierra en el silencio. No la vemos hablar con Sean de Yvette ni de lo que siente por lo ocurrido. Incluso dona el cadáver de su hija para la investigación científica, como una manera de que su muerte no sea en vano, de que tenga un significado trascendente. De pocos recursos simbólicos, en cambio, Sean no consigue comprender sus intenciones y no encuentra la manera de lidiar con ese silencio ensordecedor de Martha, que evoca una y otra vez la ausencia de la hija. Sean se enoja y llora de impotencia, recae en sus vicios y se alía a Elizabeth en la cruzada por culpar y demandar legalmente a la partera. Tanto para Sean como para Elizabeth hallar a un culpable negligente es un modo de encarnar y taponar lo imposible de explicar, de decir y de evitar de la muerte de Yvette. 

Martha y Sean dan cuenta de dos modos de hacer con la pérdida, que condicen con dos modos diferentes: de un lado silencio contenido; del otro la querella colérica. Incluso la relación al tiempo es diferente. Martha transita su duelo sin prisa ni exigencias temporales, Sean en cambio, ante la angustia que le provoca verse confrontado a lo insoportable del silencio que redobla la ausencia. Incluso quiere “terminar” cuanto antes con todas las resonancias implícitas en este terminar que se hacen evidentes en su brusco apuro en la escena en que intentan tener sexo.   

Un abismo insalvable se abre entre la pareja y asistimos entonces, ya si, a su disolución. Si padre y madre era el lazo discursivo que los unía, la muerte de Yvette pone de manifiesto algo de lo imposible de la relación entre hombre y mujer, vínculo que el amor ya no suple.

La película transcurre en una temporalidad lineal que avanza a lo largo de 8 meses, donde la imagen reiterada del plano general del puente en el cual trabaja Sean sirve para marcar no sólo el paso del tiempo sino también tanto la discontinuidad traumática que significa la pérdida imprevista de la hija para cada uno de ellos, el quiebre de la pareja y al mismo tiempo, la reconstrucción y transformación implícitas en el trabajo del duelo. 

Otra escena digna de destacar es aquella de la reunión familiar donde ocurre la confrontación madre-hija. Rodada también en plano secuencia, asistimos al típico encuentro familiar donde se conversa de tema banales pero donde todo el tiempo sobrevuela un clima tenso a punto de estallar en cualquier momento. Elizabeth se sitúa desde un lugar de saber. La matriarca sabe qué es lo correcto para la vida de su hija. No sólo sabe cuál es el hombre que le conviene o no (como Sean), sino también cuál es la manera correcta de transitar y superar un duelo. En este punto, se constituye como una madre estrago que acapara a su hija, que la marca con el estigma de la insuficiencia y que usurpa su lugar en tanto madre de Yvette al tomar decisiones atinentes al entierro y a la demanda contra la partera, contrarias a sus deseos. Es la confrontación sobre dos modos de respuesta ante la falta y dos modos de hacer con el duelo, lo que acontece en esta escena, ligadas también a posiciones diferentes respecto de Yvette. Mientras Martha la encarnó en su vientre desde el deseo, Elizabeth se relaciona con su nieta, desde la exterioridad de una transmisión simbólica, de una inscripción en el linaje de mujeres de la familia. De ahí que Elizabeth apele a la sensible historia de la lucha de su propia madre por su supervivencia como hija en tiempos de persecución nazi, para convencer a Martha de testimoniar en el juicio contra la partera. 

Cuando Martha declara en el juicio todo parece indicar que sigue bajo el yugo de los designios maternos. Pero el detalle de encontrar las fotos que Sean le sacó sosteniendo a su beba en brazos produce un cambio en su posición. Desde luego no se trata de enfrentarse a la mujer supuesta culpable, sino de enfrentar el dolor por el vacío irremediable de la pérdida e inventar algo para lidiar con eso y continuar viviendo. La sentencia o el dinero como resarcimientos posibles que puedan venir de un juicio, por tanto, no suturan lo imposible de sustituir de la presencia singular de Yvette. Si el juicio, tiene algún efecto es en tanto le permite a Martha afirmar su posición, ya no por pura oposición al discurso materno. Al tomar por primera vez la palabra, Martha puede recortar en su decir el rasgo que representa a su hija: “olía a manzana”. Cuaja entonces una invención que venía  construyéndose enigmáticamente a lo largo de la película cuando veíamos a Martha comer manzanas, descarozarlas y germinar sus semillas en almácigos. Como la foto, el árbol de manzano del final es un producto del arte que al mismo tiempo que da cuenta de la falta de Yvette, la presentifica en la trascendencia de la metáfora. 

Por último, es interesante detenernos en el titulo: Fragmentos de una mujer. Pero en lo evidente  parece que se trata del vinculo madre-hija: de una Martha en posición de hija que intenta recuperar su lugar de madre en relación a Yvette por separación de su propia madre. ¿Dónde localizar entonces algún trazo de una mujer? En primer lugar, que se diga fragmentos es un acierto, ya que no hay tal cosa como “La mujer toda”. Por otra parte, la pérdida misma de Yvette viene a deconsistir la posibilidad de una madre absoluta y completa. En tercer lugar, algo de lo femenino se juega en el silencio de Martha. El silencio de Martha da cuenta tanto de lo imposible de decir de la muerte, como así también de lo propio femenino en tanto irrepresentables. Pero decir indecible, no quiere decir que sea intransmisible. Algo de lo indecible del vacío puede transmitirse por la invención de una licencia poética que se acerque a ella. La manzana se presta a simbolizar tanto la ausencia de Yvette, la procreación materna y lo femenino en tanto fruto prohibido y seductor. Entonces es aquella invención con la que Martha hacer resonar su posición femenina. 

Más allá de ciertos estereotipos y obviedades en los simbolismos, en Fragmentos de una mujer, Mundruczó consigue visibilizar un tema tabú como es la muerte perinatal y además logra capturar algo esencial: no hay palabra posible ante el vacío de la muerte (y de lo femenino), pero se puede hacer poesía como modo de saber hacer con lo imposible de decir. 

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