Godzilla vs. Kong

Por Rodrigo Martín Seijas

EE.UU., 2021, 113′
Dirigida por Adam Wingard
Con Alexander Skarsgård, Millie Bobby Brown, Rebecca Hall, Kyle Chandler, Eiza González, Shun Oguri, Demian Bichir, Julian Dennison, Zhang Ziyi, Van Marten, Jessica Henwick, Lance Reddick, Brian Tyree Henry, Ronny Chieng, Hakeem Kae-Kazim, John Pirruccello, Chris Chalk

Humanos, demasiados humanos

El Monsterverse diseñado por Legendary y Warner Bros. entregó cuatro películas, armó toda una mitología, llegó a una supuesta clausura y casi no nos dimos cuenta. Godzilla vs. Kong es el cierre de una franquicia que nunca llegó a importar realmente, por más que haya acumulado criaturas, personajes y diversas vías narrativas interrelacionadas. Y a pesar de algunas virtudes o hallazgos aislados, esta película no consigue remontar el lastre dejado por las anteriores. Hay iconicidad, guiños a los fanáticos tanto de Godzilla como de King Kong, pero nunca un relato con verdadera alma y sentido vital de la aventura. 

Quizás ya todo fue irremontable desde la primera entrega, Godzilla, donde el personaje de Bryan Cranston pintaba para ser clave y sin embargo quedaba fuera rápidamente, para luego concentrarse en el de su hijo, encarnado por un Aaron Taylor-Johnson con cara de piedra. Los trailers de esa película eran estupendos, con un hábil manejo de la información e insinuando un tono entre catastrófico y siniestro que en el largometraje no terminaba de aparecer. En Kong: la Isla Calavera, teníamos a un estupendo John C. Reilly, aunque su historia terminaba ahogada por la sucesión de referencias genéricas, que iban desde las películas anteriores de King Kong hasta el cine bélico, pasando por Jurassic Park. En cuanto a Godzilla II: el rey de los monstruos, se procuraba construir una especie de drama familiar, el cual era finalmente avasallado por el imaginario enhebrado en pos de sustentar la franquicia. En cuanto a Godzilla vs. Kong, parece un resumen de las dificultades de sus predecesoras.

El planteo de la película de Adam Wingard es esencialmente simple: un escenario de enfrentamientos entre los dos legendarios monstruos, básicamente porque hay una especie de mandato entre ancestral y genético que indica que no puede haber dos Alfa en el mundo y que uno debe prevalecer. La humanidad queda atrapada en el medio de esa colisión, pero es esa misma humanidad la que termina atrapando y encorsetando al film. En Godzilla vs. Kong pasan muchísimas cosas y desfilan una multitud de personajes: hay una corporación con planes supuestamente salvadores y que obviamente son en realidad malévolos; un grupo de nerds tratando de dilucidar esa conspiración corporativa para exponerla y desarmarla; unos científicos que buscan la fórmula de equilibrio para que las criaturas no sufran, pero tampoco la humanidad; y agentes gubernamentales intentando controlar la situación. Y claro, el marco genérico del cine catástrofe y de monstruos como telón de fondo.

Con toda esta ensalada narrativa, estética y genérica, Wingard apenas si puede por momentos armar un relato consistente y que capture la atención. Hay una batalla naval con relativas dosis de tensión y un pasaje que capta el espíritu de Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne, que es claramente lo mejor del film, una instancia donde la película se deja llevar por la aventura y el descubrimiento sin estar tan condicionado por las necesidades de la franquicia. A cambio, hay que sobrellevar a los personajes: el dúo de Brian Tyree Henry y Millie Bobby Brown que roza la insoportable; Demián Bichir como un villano que no puede más de esquemático; Kyle Chandler que pasa por ahí y no mucho más; Eiza González que es, casi literalmente, desperdiciada; y varios más que no vale la pena mencionar. Solo se salvan por un pelo Alexander Skarsgård y Rebecca Hall porque sus personajes consiguen desarrollar arcos dramáticos lo suficientemente sólidos.

A Wingard se le puede reconocer que consolida el mérito principal de la franquicia, que es el de entregar secuencias de acción coherentes, perfectamente entendibles y que explotan a fondo la iconicidad de las criaturas. ¿Alcanza eso para configurar un entretenimiento realmente atractivo? No, porque el género necesita de una contraparte humana que genere empatía y permita conectar al espectador con lo que está viendo y lo que está en juego en la trama. No todo se trata de la espectacularidad, también se necesita de la tensión que deberían aportar los protagonistas de carne y hueso. Eso nunca pudo ser resuelto del todo por el Monsterverse, que siempre pareció pensar que la humanidad se conseguía desde lo cuantitativo y no lo cualitativo. Eso explica también el final de Godzilla vs. Kong, un film que llega al cierre agotado por sus propias decisiones.

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