La razón de estar contigo

Por Federico Karstulovich

La razón de estar contigo (A Dog’s Purpose)
Estados Unidos, 2017
Dirección: Lasse Hallström
Con Dennis Quaid, Britt Robertson, K.J. Apa, John Ortiz, Juilet Rylance, Luke Kirby y Peggy Lipton

El golpe bajo como una de las bellas artes

Por Federico Karstulovich

Cuando veía la sucesión de golpes debajo del cinturón que proporcionaba una película como Siempre a su lado (Lasse Hallström, 2009) no se me dejaba de venir a la cabeza una idea que Quintín había expresado en su crítica sobre Bailarina en la oscuridad (Lars von Trier, 2000) al momento del estreno en su crítica en El Amante.

En aquella película, Q veía que el ejercicio del sadismo de un tipo como Lars Von Trier podía tener un correlato afortunado y que no necesariamente tenía que tomarse al pie de la letra a todos y cada uno de sus postulados glorificadores del sufrimiento (algo que ya había manifestado en sus películas previas pero que intensificó post 2001). En ese sadismo exagerado (codificado por los principios del melodrama más banal) Von Trier mostraba un conocimiento por el género pero a su vez una transparencia notable en el acto de enunciación: Bailarina en la oscuridad era una película denodada y abiertamente hija de puta pero no traicionaba al espectador, porque le proveía de todos y cada uno de los medios necesarios para comprender ese mundo de desgracias en forma de catarata.

El cine de los golpes bajos debe diferenciarse, cuando se establece como código, del mero sadismo o de la misantropía cínica. ¿Por qué? Porque el golpe bajo como código, como estrategia, remite a un formato narrativo, a una formulación que en el fondo es previsible. Esa formulación es la lógica lacrimógena del folletín, que en pleno siglo XX -con el advenimiento del cine- encontró su lugar en el melodrama como género cinematográfico y posteriormente en el culebrón o telenovela, pero como género televisivo. Y posteriormente, en su version farsesca, en el telefilm lacrimógeno como formato degradado de las formas que ni el cine ni la TV de prestigio podían permitirse (la operación notable y autoconciente de A deadly adoption (Rachel Goldenberg, 2015) es un ejemplo perfecto de la conciencia de esa degradación desde la misma TV). El sadismo y la misantropía cínica suponen en cambio un sistema imprevisible de volantazos en donde los personajes estén sometidos al arbitrio de una serie de decisiones ajenas a la lógica de lo narrado.

Al segundo grupo pertenece el animal de Alejandro Gonzalez Inñarritu, lamentablemente parte de un club de admirados, confundidos por profundos cuando en realidad son puramente banales. El sadismo y la misantropía hoy por hoy tienen buena prensa y la honestidad no. Al primer grupo, en cambio, pertenece Lasse Hallström, director que supo encontrar un hueco en el mainstream hollywoodense a fuerza de dramas familiares o melodramas aggiornados al presente. Hallström puede ser un director que se nutra de golpes bajos, pero lo que no podemos decir es que no los avisa. Por eso su transparencia con un código anacrónico no puede hacer otra cosa que expulsarlo del sistema de premios y beneficios que proporciona el prestigio. Muy por el contrario, el cine del golpe bajo arrastra el barro de lo impopular, del cine berreta, incluso de la más elemental clase B.

Así como Siempre a su lado era una berretada espantosamente folletinesca e inverosímil, La razón de estar contigo no le hace asco a los golpes bajos ni a las explicaciones sobredimensionadas y redundantes, casi hasta anticinematográficas. Y es que su posicionamiento es menos una pose que un gesto de resistencia de un modo degradado de narrar, que ya ha dejado de existir, pero que en virtud de los tiempos que corren, ha sido sustituido por un sistema perverso e imprevisible como el del sadismo.

Frente a un cine sádico el cine de golpes bajos que propone Hallstrom está lejos de ser un cine especialmente querible o reivindicable, pero tampoco es un cine de desecho. En todo caso hablamos de una experiencia de pérdida, como si frente al cine de los golpes bajos solo quedara bajar la guardia y rendirse a los cross de derecha o los directos al hígado, que tienen en todo sentido un solo correlato posible: las lágrimas.

El cine de golpes bajos de Hallström encuentra en la itinerancia casi bressoniana de la película del perrito un modo de atravesar unas cuatro décadas en la vida norteamericana, décadas que nunca describe en profundidad pero que en todo caso permite atravesar a vuelo de pájaro, como en alguna medida lo hacía Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), otra especialista en golpes al estómago.

Pero quizás lo mas interesante de todo esto no es la estructura irritante en loop ni los personajes delineados con trazos elementales, sino la condición de posibilidad de lanzarnos sobre una experiencia, que es la de la evidencia del engaño propia del folletín. Sobre esa experiencia (sobre la que dudo Hallstrom tenga alguna conciencia) se asienta el ojo del espectador. Quizás de eso se tratara siempre el engaño en el cine: de descubrir una falsedad grande como una casa pero seguir disfrutando que una parte de nosotros todavía precisa de pequeñas mentiras.

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