Guasón (II)

Por Ariel Esteban Ramos

Joker 
EE.UU., 2019, 122′
Dirigida por Todd Phillips. 
Con Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Frances Conroy, Zazie Beetz, Brett Cullen, Brian Tyree Henry, Marc Maron, Dante Pereira-Olson, Douglas Hodge y Sharon Washington.

El cristo invertido (Goza tu síntoma!)

El Guasón de Todd Phillips es, entre muchas otras cosas, una película impactante en lo sonoro, opresiva en su iluminación y notable en su recreación de época (¿neoyorquina?) de nuestra querida y distópica Ciudad Gótica. Pero esta nueva relectura del mundo del comic merece un párrafo previo, por cuya extensión y pesadez adelanto una disculpa. Si aburre, por favor ignórenlo. 
En los años 60, la filosofía norteamericana vivió lo que se conoce como el giro lingüístico, donde comenzaba a procesar y aprovechar la obra de Ludwig Wittgenstein: los problemas tradicionales de la filosofía podían ser abordados (o descartados) por un renovado análisis del lenguaje. Pero no fue el único giro que se benefició con un reduccionismo metodológico: la sociología explicaba tradicionalmente la acción, la psique, todas nuestras concepciones históricas del hombre y del saber por medio de determinantes exteriores, como la economía o la religión.

Simplificando en exceso: “es la sociedad, estúpido”. El pensamiento francés respondería a esta tendencia objetivista con el existencialismo y la fenomenología, que a su vez tendría una réplica en el construccionismo social radical y algunas corrientes de la teoría del discurso. El exponente teórico más conocido de este construccionismo podría ser Foucault, y su encarnación institucional más renombrada, la cosmovisión dogmática de algunas democracias nórdicas. El cuadro es por supuesto más complejo, pero para el Guasón alcanza.

Lo primero que lamentamos es que esta historia de origen se queda pronto con muy poco misterio entre manos. Le recorta al Guasón una porción muy importante de su proverbial oscuridad caótica porque maneja una tesis maestra: hay que explicar al personaje. Así, corre el riesgo de comerse todo el relato a fuerza de sociología barata y zapatos de payaso. El Guasón es, además -oh signo de los tiempos-, una víctima paradigmática. La salida del closet de su psicología tortuosa se explicaría como la resultante calculable, el fruto podrido de determinantes que se pueden analizar y descomponer: abuso infantil, enfermedad familiar, ausencia de figura paterna, pobreza, crueldad generalizada, burocracia, violencia y explotación. El sujeto es entonces, (a)penas, un síntoma. Por tanto, si el Guasón tiene alguna identidad, esta es igual a su sufrimiento, como un cristo-mesías invertido: el Guasón nació por nuestros pecados. Compárese con el sentido de la ausencia de padre en el caso de Anakin Skywalker, “hijo de la fuerza”. 

Mención aparte merece el discurso casi embanderado de achicamiento del Estado, que no le permite a Gotham darle a Arthur cobertura para su tratamiento psiquiátrico. El planteo es bastante esquemático, casi digno de Argentina en época electoral: a los ricos no les importamos; que el ajuste se lo banque Wayne gato. Dos ejemplos: los comentarios de Wayne en la televisión son una caricatura perfecta del discurso de la meritocracia que trataría de deslegitimar toda crítica al sistema. Segunda, el Arkham asylum toma en el filme las dimensiones de un elefante blanco decadente, digno del mejor peronismo monumental, recuperando el nombre de State Hospital…por si hacía falta recalcar la idea. 

La actuación de Joaquin Phoenix es sin dudas un logro. Difícil y esforzado, porque ¿qué se podía hacer después de la bestia que le valió el Oscar póstumo a Heath Ledger? El adelgazamiento notable de Phoenix para el rol no toca ni por asomo el de Christian Bale (ex Batman, je) en El Maquinista, aunque impresiona, exagerando además lo que pareciera ser una deformación natural de su homóplato izquierdo. La voz, la nueva risa y los primeros planos de una sonrisa indefinible y fluctuante digna de Mona Lisa son extraordinarios, pero lo mejor aparece con el baile: la manera en que el personaje procesa el reencuentro con su propia identidad es a través de un baile sui generis, autogoce a medio camino entre el tai chi y el contact. Es el modo en que, en sus palabras, transforma su vida de tragedia en comedia.

A pesar de que el contexto del personaje está fundamentado de manera muy lineal, podría enfocarse de dos maneras complementarias. Primero, lo ya dicho: el personaje es el producto de las malas prácticas y las negligencias de su sociedad sofocante, saturada y excluyente. Pero también hay una reflexión solapada de ciertos discursos y prácticas sociales cada vez más comunes. Los portadores de los carteles de “maten a los ricos”, por ejemplo, no parecen en general descastados, cortados por un perfil de clase que los impulse a tomar la Bastilla. Parecen evocar por momentos los saqueos en Los Angeles, corriendo con electrodomésticos en mano, o a imágenes que nos han llegado de las protestas en Francia. Todas deslegitimaciones más o menos violentas acompañadas de un discurso antisistema fragmentario. En este sentido, la apoteosis final del Guasón parece hablar más de la sociedad que del personaje, porque ¿qué discurso podría erigir como la encarnación de sus reivindicaciones, como su mesías, a un disociado manifiesto, a un alucinado? Por supuesto, no faltará el foucaultiano que apunte que la locura es un fenómeno social y que el sistema reprime conjuntamente a locos, pobres y delincuentes con un mismo gesto disciplinario, a través de la represión y el encierro. 

En el límite, siendo generosos, nos queda la duda de si Guasón construye un discurso cinematográfico impregnado de esta sociología palurda de la víctima, o ensaya un comentario sobre el lugar y el funcionamiento de estos discursos, cada vez más comunes. En el límite, nuevamente, la locura está en el ojo del espectador. 

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter