La Llegada

Por Raúl Ortiz Mory

La Llegada (Arrival)
Estados Unidos, 2016, 116′.
Dirección: Denis Villeneuve
Con Amy Adams, Jeremy Renner, Forest Whitaker, Michael Stuhlbarg y Mark O’Brien

Hablando nos entendemos

Por Raúl Ortiz Mory

En 1962, Jean Piaget postuló que en el principio no fue la palabra, sino la acción. El constructivista suizo fue determinante y rompió con algunos preceptos al afirmar que la palabra es el fin del desarrollo coronando los hechos. Es decir, todo el proceso de comunicación alcanza su forma más avanzada cuando las expresiones humanas instauran un lenguaje que puede ser entendido desde los dos extremos del circuito, a partir de un mensaje decodificable. Es evidente que este lenguaje conlleva una experiencia en el desarrollo del ser humano. Este proceso -derivado de la acumulación de conocimientos- responde al modo más elemental de estimular la evolución intelectual y lingüística de la persona. ¿Pero qué pasa cuando nuestro interlocutor no alcanza la experiencia porque sus códigos de comunicación son distintos a los signos convencionales más allá del idioma o el lenguaje no verbal? ¿Qué sucede si en lugar de estructurar la comunicación con un sentido de mediación social entre el pensamiento y las características verbales nos trasladamos a códigos que encierren ideas que solo funcionan sin estructuras temporales? Podríamos decir que Dennis Villeneuve plantea en La Llegada este tipo de interrogantes arropándose en el encuentro del ser humano y extraterrestres a fin de establecer una cercanía colaborativa que ponga en jaque el orden mundial. La encargada de tender el puente de comunicación con los visitantes -inmensos heptópodos capaces de romper el sentido lineal del tiempo y que viajan en naves de 450 metros de alto- es Louise Banks (Amy Adams), una lingüista con un pasado doloroso que asume la llegada de los extraterrestres con el natural asombro de cualquier ser humano pero que encuentra una opción para resarcir sus demonios interiores. Villeneuve convierte la sorpresa del arribo y el contacto con los extraterrestres en alternativas para expiar la esencia del hombre, de todos los tiempos, cuando se siente inseguro: miserable, egoísta, egocéntrico y poco solidario. Pero el director canadiense no reprende, mucho menos lapida. Abre una línea de arrepentimiento para minimizar al hombre y luego redimirlo.

La Llegada tiene varios mecanismos que fortalecen el lazo “comunicativo” a interpretación de su realizador. El principal se sostiene en la tensión generada por el sentido de la pérdida familiar y su descarga en un nuevo tipo/oportunidad de alcanzar acercamientos heterodoxos. Esa salida del trauma psicológico -sin oportunidad para la cháchara de diván o el maniqueísmo facilista- funciona cuando la protagonista busca nuevos caminos hasta entender y mimetizarse con los seres espaciales. No hay una motivación clara. Es el asombro y sus espacios oscuros los que llevan a seguir a Banks. Las manos rozando las naves espaciales en el primer contacto, el sonido que profieren los heptápodos, el lúgubre ambiente del encuentro entre las dos especies, la gravedad que se pierde y hace ver tan inofensivo al ser humano, reflejan lo mejor de la propuesta de Villeneuve, a nivel narrativo, visual y metafórico, a pesar de la sombra de Kubrick. Pero no todo es tan provocador y audaz. Villeneuve descarga fuego artificial cuando presenta las conspiraciones y los celos de los líderes mundiales que se unen y separan y vuelven a unirse para salvar el planeta. Y lo vuelve a realizar cuando entrega una no tan nueva lectura acerca de los saltos cronológicos y el visionado del futuro. Había que resolver de una manera “digerible”, quizá. La Llegada no solo es ciencia ficción. Se trata de una de las mejores películas respecto a nuestra capacidad para comunicarnos a todo nivel y sentirnos distintos en un universo desconocido. Es un relato con carga visceral que sucumbe a una tremenda belleza.

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