Hermanas de los árboles

Por Carla Leonardi

Hermanas de los árboles 
Argentina-India, 2019, 86′
Dirigida por Camila Menéndez y Lucas Peñafort

La deconstrucción como experiencia

Al inicio el plano general de un paisaje árido, con apenas escasos árboles y algo de hierba para que pasten las cabras. Se nos informa que se trata de la región de Rajastán, en India. Seguidamente vemos a un hombre talar un árbol a golpes secos de hacha y terminar de rematar su caída a fuerza de empujarlo. Y luego tenemos el plano general de una cantera de mármol, acompañado por el sonido estridente de las máquinas. Este simple prólogo ya plantea el avance del hombre sobre la naturaleza, su afán de domeñarla y reinar sobre ella. Se sitúa así una lógica de apoderamiento, que se alinea al modo de goce del macho patriarcal. Y el documental Hermanas de los árboles da cuenta de los perjuicios que la soberbia humana y los intereses económicos han significado para el pueblo de Piplantri: deforestación, sequía, merma de posibilidades de subsistencia en las actividades artesanales agrícolo-ganaderas, inmigración de la población hacia los centros urbanos en busca de oportunidades laborales. Capitalismo despiadado que arrasa con las tradiciones que fundan la identidad de una aldea.

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Pero en este caso, no toda tradición es digna de permanecer. Dadas las condiciones de dificultad económica desde hace años en Piplantri, traer al mundo a una hija mujer tiene la connotación de ser una carga económica, ya que para casarse la mujer tiene que aportar una dote. Esta es la razón por la cual muchas mujeres se ven forzadas por esta creencia y por la presión familiar a abortar a sus hijas o cometer infanticidio de niñas de muy corta edad. 

La tradicional disparidad entre los géneros queda situada por una cámara observacional que captura los testimonios de las mujeres -en voz en off- y que las contextualiza en la cotidianeidad de su vida y de su entorno, evitando la artificialidad del relato a cámara en plano fijo. Mientras dan cuenta de sus obstáculos para desarrollarse en plenitud, se las ve en sus casas relegadas a la cocina y al cuidado de los niños y los animales. La vida pública, la posibilidad de estudiar y trabajar es tarea de los hombres. Tal desigualdad se acentúa en el aporte de una dote para casarse del lado de la familia de la mujer. Por otro lado, la familia del varón simplemente la recibe. Ni siquiera la tradicional lógica del intercambio y la alianza entre familias, beneficia de alguna manera a la mujer, simplemente queda condenada a quedar tutelada y en dependencia económica de su esposo. 

Este estado de situación, comienza a modificarse en el año 2005, cuando asume como alcalde Syam Paliwal, quien habiendo perdido a una hija por deshidratación no podía entender que otras familias -teniendo la bendición de traer a la vida a una hija- se vieran empujadas por el prejuicio social hacia las mujeres a tales oscuras acciones. Así surge su iniciativa de cuidar de las hijas, del agua y de los árboles. Kala y Bhawari Paliwal como referentes comienzan a hablar con las mujeres embarazadas y sus familias, alentándolas a continuar el embarazo de las niñas y ofreciéndoles una salida económica, a cambio de comprometerse a plantar 111 árboles en su nombre, a no casarla antes de los 18 años y a permitirle estudiar tanto como quiera. De a poco esta pequeña iniciativa se va expandiendo progresivamente a otras mujeres y al resto de la comunidad, como el eco de un canto.

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Con la construcción de estanques para conservar el agua, se irriga el suelo, se foresta la tierra y retorna la fauna, ofreciendo posibilidades de subsistencia a las familias. Al menos posibilidades más interesantes que el negocio de la tala de árboles, como bien le hace saber el Sr. Paliwal al hombre que vimos hachando el árbol en el comienzo. El vivero de Piplantri comienza a ser fuente de trabajo para las mujeres de la aldea, como así también la fábrica autogestiva de productos cosméticos y medicinales derivados del aloe vera. 

Lo que resulta sumamente interesante es la lucidez de Paliwal de aunar en un mismo proyecto mujeres, agua y árboles. Estos tres elementos conceptuales poseen una lógica común: tanto las mujeres, como el agua y los arboles, participan de lo femenino, siempre presto a escabullirse, a poner resistencia al afán del dominio totalitario del machismo. La potencia de la alteridad -en este caso de lo femenino- por su naturaleza incognoscible, ilocalizable, no responde totalmente a la norma, algo siempre permanece como un resto fecundo y pasible de multiplicarse como una ola que va alcanzando poco a poco a cada una en su singularidad.

La lógica de lo colectivo se visualiza en las reuniones de mujeres ayudando a otras mujeres, ya sea en la circunstancia de un velorio, ante el nacimiento de una niña y en las asambleas de tomar de decisiones de los proyectos laborales. Las mujeres y las niñas de Piplantri se sientan en disposición circular para comunicarse, para trabajar, para pintar o jugar. Es una contraposición a la lógica piramidal de patriarcal sostenida en el líder y sus subordinados seguidores. Esta disposición corporal circular no implica que no haya cierto liderazgo, pero en todo caso no permanece fijo, sino que es rotativo. Si el patriarcado se sostiene en un centro fálico, la alteridad de lo femenino que plantea la película carece de centro y funciona como un conjunto abierto en expansión, sin borde fronterizo que pueda ser precisado, como esas flores de mandala que dibujan las niñas en el suelo donde se van sumando capa de pétalos tras capa, como el misterioso misticismo poético de la onda de sus cantos. 

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Interesa detenerse en el título del documental: Hermanas de los árboles, que no refiere solamente a que las niñas toman a los árboles que se han plantado en su nombre como hermanos. Se plantea así la lógica común entre las mujeres y la naturaleza (que ya mencioné más arriba) pero se destaca también la sororidad, que no se agota en la mera solidaridad entre mujeres. La sororidad conlleva una modificación de las relaciones entre las mujeres, dispuestas a sostener la hermandad y la amistad como modo de lazo, en diferencia a la enemistad entre ellas o al odio a lo femenino, con que también las marca el patriarcado, como bien dejar ver el documental en el rechazo de las madres hacia las niñas por nacer. 

Así el documental se asienta sobre el problema de la transmisión de la experiencia Piplantri, de cómo una iniciativa puede colectivizarse en un proyecto de cuidado que empodera tanto a mujeres como a hombres, porque los libera del mandato de dominio que impone el patriarcado y que los afecta a ambos por igual. Se trata de una experiencia por la cual dejarse enseñar, donde deconstrucción, no implica destitución de la masculinidad. Los hombres participan del proyecto, acompañando a las mujeres, apoyándolas en sus proyectos y se permiten dejarse tocar por lo femenino, salir de los margenes estrechos y fijos de los semblantes tradicionales de lo masculino. No en vano la última escena contrasta con la primera: ya no se trata de superioridad ni de dominio. Los hombres dispuestos en círculo disfrutan del goce de un canto que los arrebata en éxtasis, que los excede en sus intenciones de control y que como el árbol bajo el que están sentados y que los cobija con su sombra, se propaga en su eco hacia otras partes del globo.  

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