In the earth

Por Amilcar Boetto

Reino Unido, 2021, 100′
Dirigida por Ben Wheatley
Con Joel Fry, Ellora Torchia, Hayley Squires, Reece Shearsmith, Mark Monero

Tierra y aire

Cosmovisiones. El terror pagano implica una serie de aproximaciones hacia un mundo que era y ya no es. Ojo, no se trata de un mundo desaparecido sino uno que no puede ser percibido. Si, claro: es, ante todo, un terror sobre lo desconocido, en el que el protagonista es una persona ajena a aquella idiosincracia proyectada desde el pasado hacia el presente, un mundo al que debe enfrentarse (pero también un mundo al que debe volver a integrar a un sistema posible de valores, incluso de valores a los cuales se pueda temer). Pero también sabemos que occidente dejó de ser un receptáculo de creencias paganas desde hace varios siglos. Por eso la adoración de ciertas deidades es una práctica que solo sucede en localidades específicas en las que el mundo todavía sostiene una cosmovisión ignorada por la mayor parte de las personas que son ajenas a ese microclima.

Volver a percibir.In The Earth comienza en ese punto: un hombre contemporáneo, preocupado por el Covid-19 (la gran preocupación metropolitana de nuestros días), después de un aislamiento de cuatro meses, se sumerge en un bosque -donde, según las creencias supersticiosas de los locales, habita una criatura mítica- para ir a buscar a una compañera suya que dejó de contestar sus cartas.
La película se introduce directamente en el bosque en cuestión y el terror emerge en ese espacio aislado. Si en el bosque viven esas supersticiones que hacen que se abandone un mundo, contemporáneo -donde el Covid 19 aparece representado como el mayor de los terrores- el retorno de lo reprimido (o Mircea Eliade) vuelve para invertir las jerarquías, pero también para que modifiquemos nuestra percepción (no solo de lo desconocido, sino de lo cotidiano).

Decir y mostrar. Cuando los dos protagonistas, caminan por el bosque, descalzos, luego de que unos atacantes desconocidos les robaran los zapatos, uno de los dos enuncia: “siento que alguien nos está mirando”, y a los pocos segundos vemos a un anciano que les ofrece ayuda. Más adelante en la película, luego de que una neblina comenzara a acercarse hacia el campamento donde los personajes están aislados de un supuesto mal amenazante, se nos explica mediante una serie de diálogos que aquella neblina es aquel mal que se está acercando, que buscó corporalidad de esa manera (con ecos de Carpenter girando entre los planos). Pero el problema no está en que el diálogo nos diga lo que deberíamos sentir, sino en que no se sienta lo que deberíamos sentir.

Física y metafísica. El bosque no desprende misterio alguno. Sospecho que uno de los problemas principales radica en la tensión que genera cada uno de los conflictos parece contradecirse entre sí. Cuando hay un plano general uno tiende a observar en él la lucha del personaje contra el medio por poder desplazarse (por una lastimadura que sufrió en el pie), y no puede ver una mirada ajena que los observa (porque, además, la cámara no presenta subjetividad alguna en su enunciación). En ese sentido, la película se siente mucho más horrorosa cuando el horror es físico que cuando es metafísico. Porque esta lastimadura en el pie, que luego se va re-figurando en una costura, en un corte de dedos, en una quemadura, logra generar la mayor de las incomodidades, porque la película se concentra especialmente en mostrarte el detalle de la lastimadura y mantener el plano en ella cuando se le aplican proocedimientos quirúrgicos. Estos efectos físicos los sentimos en aquel momento y luego los cargamos con el protagonista en los planos más abiertos en donde lo vemos caminando.

Mito sin cuerpo. Pero para el terror metafísico, para que la deidad del bosque aparezca como tal, el bosque debe pesar, debe respirarse. Y la película se esfuerza para que el bosque esté constantemente desmitificado, con los personajes explicando qué clase de cosas deberíamos ver en el bosque, con los protagonistas atravesando sufrimientos que podemos ver de una forma más tangible. En ese punto, al final, para que está superstición -que en los primeros actos de la película se siente como una alucinación de un viejo- tenga alguna presencia visual en la película, aparece un momento en el que una de las protagonistas ve una suerte de Aleph que, en última instancia, termina siendo una especie de caleidoscopio digital que no hace más que demostrar la poca fuerza que la deidad tiene en el film. Paradoja entonces la del film de Wheatley, que perturba cuanto más se acerca a los males materiales, pero resulta incapaz de alejarnos de una existencia en la que el encierro y la economía destrozada sigue causando más temores que formas abstractas derivadas de miedos olvidados.

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