El invierno llega después del otoño

Por Federico Karstulovich

El invierno llega después del otoño
Argentina, 2016, 93′
Dirigida por Nicolás Zukerfeld y Malena Solarz.
Con Guillermo Massé, Marina Califano, Matías Aisenberg, Lucas Granero, Valeria Correa

Smells like teen spirit

Por Lucía Ferreyra

Huele al año 2006. Cine y ciudad, chicos intelectuales… A propósito de Buenos Aires se estrena en BAFICI y desde ese día presenciamos una enredadera de tramas, terrible cantidad de libros, y estas caras que hoy conocemos, perfectamente, recorriendo nuestras calles. Ahí debuta gran parte de lo que luego formaría la troupe actoral de Matías Piñeiro, Alejo Moguillanksy y compañía: Romina Paula, María Villar, Elisa Carricajo, Julia Martínez Rubio, Esteban Bigliardi. Un universo que aparece como un respiro de aire diferente, un cine casi colectivo creado a partir de pequeños elementos, en grupo y desde una institución (Universidad del Cine); un semillero de cineastas, actores, técnicos. Imposible olvidarse de un joven Ignacio Rogers en Cómo estar muerto / Como estar muerto, dando vueltas por Av. Corrientes luego de decidir faltar a la escuela y – gran idea- autosecuestrarse.

Pero tanto en El invierno llega después del otoño como en muchas otras películas salidas de este nido, lo más interesante no suele ser de carácter argumental sino aquello que se mantiene en el margen, al costado de la narración más clásica. Nicolás Zukerfeld y Malena Solarz (dos de los varios co-directores de A propósito…) arman una historia a partir de las particularidades que hacen avanzar el tiempo a lo largo de los meses. Pablo (Guillermo Massé) y Mariana (Marina Califano), fueron pareja varios años y transitan el otoño y el duelo de la separación en 93 minutos.
Sin costura entre escenas, la película avanza al paso del transporte público en el que se mueven los personajes por Buenos Aires. Los encuentros azarosos en colectivos, en la calle o en eventos culturales no son meramente decorativos sino que terminan delineando el recorrido central de la trama. Pablo conoce a otra chica con la que pasa la noche gracias a ir a una fiesta con Esteban, luego de conocerlo en una presentación literaria. Los sucesos domésticos se van convirtiendo en centrales y el paso de los días se aprecia en sutiles acciones (se anuncia la llegada del invierno porque Mariana saca una estufa eléctrica de su caja y manda a coser un tapado viejo, p.ej.). Este cine minúsculo vive en los detalles y en la circulación de los mismos como un modo de hacer que el mundo le pase por encima a los personajes.

Quizás estamos ante una comedia de rematrimonio que no fue. La historia arranca con un plano secuencia en el que se establece que Pablo y Mariana fueron pareja, que trabajan de la escritura y que ambos transitan caminos dispares para lo que resta del año. Está todo dicho pero en lugar de plantear el mapa de estos dos protagonistas hacia una posible resolución, da la sensación de que el ejercicio consiste en depositarlos en situaciones que desencadenen otras nuevas que vayan asombrando, incomodando y generando comicidad desde lo cotidiano. Y si eso provoca desvíos narrativos (al menos en relación a cualquier tentativa de causalidad clásica), bienvenidos sean.

Un cine cinéfilo e inspirado en la literatura pero que a partir de la escasez como principio y de la sustracción como estrategia. Como si el azar y tiempo fueran lo único que une las piezas. ¿Cómo pasar de una fiesta en Belgrano a un examen en Puán o una librería en la calle Corrientes? Manteniendo un estilo visual bastante austero, manejando básicamente planos medios y usando el movimiento (el paneo es el gran conductor visual) como motor narrativo. Como si los vínculos plásticos reconectarán lo que las acciones no hacen. Una película sobre lo urbano pero con muy pocos planos espaciales y/o generales, donde -por suerte – no hay lugar para la frase “la ciudad como un personaje” y lo interesante reside en el modo de transitarla como una manera de habitar la ausencia. Así, Mariana tiene un nuevo novio pero eso nunca toma demasiada importancia dramática: la vemos cocinando, ayudando de extra en una filmación, visitando amigos, ocupándose de asuntos pendientes menores.

“¿El 39 para el centro?” es la primera línea de diálogo que aparece, marcando claramente la movilidad espacial cotidiana como el eje principal de los acontecimientos a seguir. La catarata de casualidades y arbitrariedades casi inverosímiles en la que se sumergen los personajes resulta de un atractivo particular, aunque nos suene demasiado familiar. ¿Quién no disfruta de ese aroma a primeras semanas de primavera, una y otra vez, cada año?

 

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