Jumanji: El siguiente nivel

Por Federico Karstulovich

Jumanji: The Next Level
EE.UU., 2019, 123′
Dirigida por Jake Kasdan.
Con Dwayne Johnson, Karen Gillan, Jack Black, Kevin Hart, Awkwafina, Danny DeVito, Alex Wolff, Nick Jonas, Danny Glover y Colin Hanks.

La regla del juego

No se me ocurre cine más renoiriano que el de los juegos y los mundos imaginarios como desdoblamientos de la vida intolerable: desde Son of Rambow hasta Bridge to Terabithia, desde Donde viven los monstruos hasta Zathura. Y si bien el origen no estuvo en Jumanji (Joe Johnston, 1995) algo de el terreno del juego, de la lógica teatral del juego reconecta con el cine del director de French Can Can. Jugar al cine, jugar al teatro pero también jugar a los juegos como parte de una misma cosa hace que materiales que no pondríamos a conversar decidan entre ellos si forman parte o no de la misma fiesta. Porque estar discutiendo hoy, en 2020, si la cultura puede hacer que ciertas cosas dialoguen parece hablar más de quienes pretenden legislar sobre los usos y costumbres que nos rodean que sobre la cultura en si, que es plástica, amoldable, viva y llena de recovecos. Pero como hablar de la alta y baja cultura ya es un tópico envejecido, entonces no le demos de comer. A ver: decir que Jumanji: El próximo nivel no legitima a The Rock y compañía por ponerlos al lado de uno de los directores más importantes de la historia del cine. Al mismo tiempo no reduce a Renoir al gesto pop de convertirlo en “baja cultura”. Arma, en todo caso, los puentes necesarios que el cine más inteligente debería armar. Porque si las mejores películas hacen algo en serio con la cultura que las parió es porque exceden su expectativa de origen. Por eso con las películas que juegan nosotros también deberíamos jugar, como en un pelotero. Subir, bajar, cambiar de eje, saltar, tiranos de una soga, caernos, darnos el culo contra el suelo, aparecer en lugares imprevisibles en donde no nos reconozcamos. Porque el juego (leer también es eso: un juego de relaciones) debería estimularnos a eso, a salirnos de los roles preconcebidos frente a los materiales que tenemos enfrente.

Jumanji The Next Level

Pero entonces el asunto sería preguntarse otra cosa.
Habría que preguntarse a qué juego juegan los juegos. Lo de Jumanji y Zathura (su continuación espiritual) siempre pareció otra cosa: un juego de roles para volver al rol propio (si esto existiera y fuera posible), el que los personajes asumieron vivir en sus vidas cotidianas. Esas identidades cuestionadas en esas dos primeras entregas de esta imprecisa saga otorgaban al tiempo un valor que las renovadas Jumanji: en la selva y Jumanji: el siguiente nivel no consideran. O para decirlo de otro modo: el tiempo en las dos primeras tenía un valor dramático que en las últimas dos entregas se sustituye por el espacio. Jumanji y Zathura eran aventuras cronológicas y expandidas en el tiempo. Las últimas dos son aventuras topológicas, con los pies puestos en el espacio. En las primeras los personajes no dejaban de ser los mismos, en las segundas – y en particular esta última y brillante entrega-  los personajes son una superficie de intercambios. Por eso el juego de estas dos nuevas entregas de Juamanji es también el juego de los roles sociales (por eso conecta mucho mejor con una contemporaneidad de redes sociales inexistente en la época de las dos primeras películas: 1995 y 2005). Es desde esa perspectiva (la de un cine que piensa en los roles sociales) que Renoir aparece de maneras misteriosas. Pero aclaremos: Jake Kasdan no es Baz Luhrman (que en Moulin Rouge! logró la mejor actualización doctrinaria de Renoir a la fecha en el cine mainstream; por otro lado por fuera del mainstream tenemos muchos otros casos: desde Jacques Rivette a Matías Piñeiro, sin alejarnos mucho del Rio de la Plata), sino que el juego de dobles que propugna J:ESN es literalmente un juego de roles intercambiables, como si en esa aventura delirante de simular un video juego de los 90s los personajes no hicieran otra cosa que probar roles imposibles para juntar energía y salir de una vez por todas a la la vida. Y es que la libertad de la película, la capacidad de disfrute, no está reñida con la inteligencia y menos que menos con el teatro. J:ESN es maravillosa no por lo que tiene de Renoir, no por lo que resuena de Moliere ni de lo que reverbera de la comedia dell’arte, sino porque ha encontrado, en la contemporaneidad, aquel humanismo que aquellos supieron encontrar en las formas del juego y la representación en sus respectivas épocas. Por eso también la película tiene dos caras: una que mira hacia afuera y no puede dejar de observar el presente pero otra que juega hacia adentro.

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Uno de los mayores logros de J:ESN no es su velocidad endiablada (avanza enérgicamente pero cambia de ritmos cuando se le canta, entre otras cosas debido a que cuenta con actores en estado de gracia, capaces de entregarse a la fiesta de disfraces), sino su capacidad para alternar ritmos, para moverse de la comedia física a cierto humor deadpan, para pasar del juego de la velocidad de respuesta frente a la lentitud como sistema de alternancias. Pero centralmente para hacer de ese ping pong de velocidades un tema central para la película, que es el paso del tiempo y la percepción del rol social a lo largo de ese tiempo en juego. Se me ocurre que la gan decisión de la película en este sentido es uno de los costados que más le han criticado: sumar a los personajes de Danny Glover y Danny De Vito. Y creo que ahí se equivocan quienes indican que esa inclusión le quita ritmo a la película. Por el contrario, en ingreso de los dos viejos logra que la película salga de la encerrona de ser considerada “una película acerca de la inseguridad millenial frente a las expectativas sociales”. Y es que si bien hay algo de eso, cosa innegable, la película excede ese comentario. Sencillamente esto lo vemos en la práctica: en la entrega anterior, Jumanji: En la selva los roles en el juego en alguna medida invertían y/o representaban los sueños de las personas en el mundo real y las reconciliaban con su propia autopercepción. En esta segunda entrega la autopercepción insegura de los millenials es ampliada por una percepción desfasada de los jóvenes pero también de los adultos. Y contrario a simplemente subvertir e invertir las expectativas de representación (que el inseguro y flacucho encarne en el juego a The Rock es un chiste fácil, pero que lo haga Danny De Vito y esto le permita entender que su ciclo vital no es un desperdicio sino un aprendizaje con el cual hay que lidiar cambia las cosas), lo que propone la película es un redoblar la apuesta.

Danny Devito Danny Glover

En J:ESN todos pueden ocupar todos los roles (gracias a una bendita baya mágica) y esa capacidad de intercambiarse cuantas veces sea necesario en alguna medida libera también a los personajes del rol simple, banal y algo estructurado de la entrega anterior. De esta forma la película también gana en anarquismo: el proceso de intercambios se vuelve más salvaje, las representaciones de géneros y sexos pero también de edades y etnias se vuelven más inestables. Y en esa licuadora de intensidades lo que hace avanzar a la narración no es la empatía declarada en torno a uno o a otro personaje sino el juego delirante de permutaciones que no se olvida que siempre habrá identidades a las cuales volver, pero que el juego esencialmente no hace otra cosa que liberar las ataduras de los preconceptos. Quizás sea por eso que hacia el final el tono del juego no riñe con una inevitable y cierta melancolía, que es la del paso del tiempo jugando en el territorio opuesto al del juego de permutaciones en el espacio. Como si la misma película entendiera que ese tiempo de peligro, aventura y juego, es en el fondo, también la perfecta preparación para salir a la (otra) vida, que es la del tiempo que diluye el juego, la aventura y por el contrario, consolida los roles sociales, los cristaliza. Desde su humanismo pequeño y conmovedor, sin necesidad de mayores estridencias, confiando en el poder catártico de la aventura, J:ESN nunca se olvida de sus personajes, pero también nos recuerda que los roles tienen un precio que puede pagarse caro. Ese costado es el que convoca a Renoir: el juego puede jugarse, pero alguna vez se termina. Y cuando finaliza la danza macabra solo quedan los restos de lo que alguna vez fue: juntar las piezas y asumir que estamos viejos y la vida se nos va.


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