Jumanji: En la selva

Por Hernán Schell

Jumanji: En la selva (Jumanji: Welcome to the Jungle) 
EE.UU., 2017, 119′
Dirigida por Jake Kasdan.
Con Dwayne “The Rock” Johnson, Jack Black, Kevin Hart, Karen Gillan, Alex Wolff, Madison Iseman y Nick Jonas.

Cuestión de inteligencia

Por Hernán Schell

Hace unos años el colega Diego Brodersen ironizaba sobre la frase “esta es la más oscura” para referirse a aquellas secuelas de cine familiar o de superhéroes que querían hacer versiones más trágicas o solemnes que sus antecesoras. Como pasaba por ejemplo con las Harry Potter o con la franquicia de las Batman de Nolan, creyendo en algunos de estos casos que con sumarle a algo negrura se estaba inmediatamente generando mayor interés. Pienso que esa tentación pudo haber pasado con Jumanji: En la selva (de aquí en más JELS para evitarles la repetición del título completo). No hasta hace mucho volví a ver la original, la “primera” (acaso porque no tiene continuaciones sino reboots, como con Zathura) estrenada en 1995. No sólo era mejor de lo que pensaba (tenía el recuerdo de una película menor, pero contrariamente resultó ser una muy buena película) sino que también tenía mucha mayor melancolía y oscuridad de lo que mi memoria había retenido (sobre su oscuridad incluso, terminaron reflexionando hace poco  los no pocas veces lúcidos señores de Honest Trailers, como pueden ver aquí).
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La primera Jumanji, de hecho, es una película sobre miedos y soledades infantiles, lleno de infancias traumáticas, culpa y remordimiento. También es (y esto si que no lo recordaba) una de las mejores actuaciones de Robin Williams -actor que en general nunca me gustó demasiado-de esas en donde dejaba entrever el costado depresivo que escondía su forma de actuar. JELS pudo haber caído en el intento por explotar esa melancolía de la película de 1995. Pero no. Más bien por el contrario, se trata de una película de una alegría exorbitante y un optimismo puro, apenas matizado por un momento melancólico en el que una de las chicas se da cuenta que su historia de amor con el hombre que ama va a ser imposible. Pero esto dura apenas unos minutos y se expresa en dos planos de miradas tristes, síntesis de lenguaje clásico y economía de recursos de por medio. Ahí se termina la melancolía. El resto es comedia, aventura, sacrificio y crecimiento personal. Si, pero también The Rock en una actuación excelente, dos cómicos que usualmente desbordan en su gesticulación como Kevin Hart y Jack Black sabiamente contenidos y Karen Gilliam que además de ser infinitamente hermosa es una muy buena comediante (relacionado con esto último es un hallazgo formal la musicalización de escenas de pelea en donde Gilliam brilla coreográficamente al ritmo novedoso de Baby I love your way).

Pero vamos mejor por partes. Si sacamos un breve prólogo que transcurre en los 90 (a los que la película no deja de aludir, quizás en otro gesto de melancolía pero en tono menor y lateral), JELS transcurre mayormente en pleno siglo XXI, dato no menor si tenemos en cuenta que una de las cuestiones que tiene que justificar la película es el motivo por el cual el juego mismo que la da título a la película tuvo que mutar de un juego de mesa a uno de video: por su necesidad de llamar la atención y que uno pueda entrar en ese mundo, que para adolescentes de hoy sería virtualmente imposible si se tratara de un juego de mesa old fashioned.

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Casualmente o no, imaginé a los mismos guionistas y al director Jake Kasdan pensando algo similar mientras hacían la película: que hay ciertos estereotipos que están demasiado gastados como para que uno pueda entrar en ellos, que en algún punto hay que saber buscarles la vuelta para que se vuelvan verosímiles al espectador actual. Seré más claro: una de las habilidades más interesantes de JELS está en saber correrse del estereotipo: allí tenemos cuatro adolescentes que en un principio parecen representar estereotipos puros y duros: el pibe grandote y aparentemente bobo que es excelente en los deportes (Fridge); el nerd de buen corazón que sufre el maltrato del mencionado grandote (Spencer, quien además había sido su amigo durante toda la primaria hasta quela secundaria volvió a uno cool y al otro un looser); la chica marginada (Martha) y la chica bonita y ególatra (Bethany). La presentación de estos personajes es tan ridículamente estereotipada que pareciera ser toda una señal de alerta de una película que amenaza ser una serie de cosas mil veces vista. Esta sensación se exacerba cuando los cuatro entran al juego de Jumanji y tienen que juntarse a resolver cómo ganar y salir de ese mundo. Ahí es cuando uno espera la purga personal obvia, el aprendizaje previsible. El chico grandote que le pide al nerd disculpas, la nena cheta que de pronto se da cuenta que hay algo más que aparienciafísica, el nerd looser y la chica marginal que terminarán salvando el día. Y acá está lo curioso: todo esto está y no está en JELS. O mejor dicho: está pero de manera matizada y a veces hasta lateral, como si la película lo tuviera que poner porque son en alguna medida las reglas de ese tipo de narraciones, pero que su interés pasa por otro lado. Podremos ver en algún momento por ejemplo a Bethany reflexionando sobre como su obsesión por su apariencia física la hizo desentenderse de los problemas ajenos, si, pero esto dura apenas unos segundos. En todo a la película le interesa más ver que, por ejemplo, hay una inteligencia oculta en la forma en la que Bethany aprendió a seducir y a histeriquear, una técnica que denota al fin y al cabo también inteligencia. Lo mismo sucede con el personaje de Fridge. Hubiera sido un cliché hacer que Fridge en la película fuera un bobo incapaz de entender el juego y que al final debierá de pedirle perdón a Spencer. Y sin embargo no es eso lo que pasa. Hacia el final, la propia película mostrará como en el fondo las características deportivas de Fridge pueden mostrar una inteligencia estratégica capaz de definir el juego.

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En JELS hay también una fascinación muy grande por la figura del autoreconocimiento del cuerpo y sus posibilidades. Eso sucede cuando los cuatro protagonistas mutan en el juego en su nuevo avatar y empiezan a convivir con físicos nuevos. Así es como Spencer y Martha empiezan a acostumbrarse (y a disfrutar) de su fortaleza, Fridge tiene que arreglárselas como pueda con su nuevo cuerpo débil y Bethany, convertida en un hombre, empieza a ver por ejemplo las ventajas de mear de parado (un gran chiste de la película no tanto por su gracia sino porque pudiendo hacer algo escatológico termina siendo un momento hasta tierno).  A esto se le suma el gag genial del primer beso entre Martha y Spencer, verdadero hallazgo en el cual se ve lo cómico que puede resultar ver dos estrellas adultas besándose como dos principiantes. Si uno piensa todo esto y lo relaciona con la primera Jumanji, es posible ver en las dos una relación directa entre el tratamiento de los temas y la edad de sus personajes. Si aquella era una película sobre nenes, incluso sus dos protagonistas adultos se habían quedado -a su modo y traumáticamente- en el tiempo de su niñez. De ahí que mucho de esta película giraba en torno a miedos infantiles y al gusto por el juego como forma de superar obstáculos psicológicos. JELS, consciente de que trata con personajes adolescentes, habla constantemente de cuerpos nuevos que no saben todavía cómo manejarse.

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Y acá es donde el lector puede empezar a reclamarme que estoy viendo demasiada sutileza, demasiada sofisticación en una comedia de aventuras protagonizada por The Rock. Si, puedo verla. Y es porque en alguna medida JELS es de esas películas que no declaman ni subrayan nunca, que expresa la evolución o el estado de ánimo en sus personajes no mediante  subrayados sino mediante acciones concretas. No es sino mediante un sacrificio que Bethany muestra su nueva personalidad, no es sino el gusto por su nueva fuerza física que se evidencia que si Spencer despreciaba la actividad deportiva era más por una frustración personal que por una suerte de reivindicación genuina de lo intelectual. Incluso la película se permite más de una ironía. Como el hecho de que Spencer se vea obligado en un momento a tirar por un precipicio al mismo personaje al que anteriormente había salvado de que se caiga por uno. Es un tipo de cine que se opone por completo, por ejemplo, a La Rueda de la Maravilla de Woody Allen. No porque mientras una es una comedia la otra es una tragedia, sino porque ahí donde una confía en las imágenes y las acciones; la otra se ve en la necesidad de poner metáforas berretas (¡el nene piromaníaco!) para mostrar la furia interna de los personajes, o citar a Eugene O´Neill para mostrar la fuente supuestamente sofisticada en la que se inspira su drama. JELS no necesita exclamar nada, no necesita que sus personajes pidan perdón por lo que hicieron sino que hace que corrijan sus errores con gestos que pasan velozmente pero con la contundencia suficiente como para darle a la película conclusiones felices sin forzarlas. El destino de una película así no será ni el Oscar y mucho menos el festival de Cannes, pero así y todo es esa clase de cine que puede que respire más amor por la inteligencia que varias películas premiadas e infladas de autoimportancia. A su raro y feliz modo, JELS es lo que se dice un cine genuinamente intelectual.

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