Jurassic World: El reino caído

Por Rodrigo Martín Seijas

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Jurassic World – El reino caído (Jurassic World: Fallen Kingdom)
Estados Unidos, 2018, 128′
Dirigida por J. A. Bayona.
Con Chris Pratt, Bryce Dallas Howard, Rafe Spall, Toby Jones, BD Wong, Geraldine Chaplin, James Cromwell y Jeff Goldblum.

Una transición vacía

Por Rodrigo Martín Seijas

Tal como afirman unos cuantos, quizás solo bastaba con una sola entrega de Jurassic Park, donde Steven Spielberg en buena medida actualizaba elementos que ya habían aparecido en su filmografía previa, como Tiburón y la saga de Indiana Jones. Allí el realizador releía desde los noventa al propio cine mainstream que había ayudado a crear en los setenta, renovando el modelo de blockbuster pero también en un punto clausurándolo, como también lo hizo ahora con Ready Player One. Sin embargo, ese molde de aventuras familiar particularmente oscuro, que ya se mostraba cerrado y completo en el primer film, va camino a completar dos trilogías. De hecho, su carácter de franquicia ya empezaba a asumirse en Jurassic World–con esa voluntad explícita de ser un parque de diversiones cinematográfico, por más que le prestara atención a los lazos personales- y termina de consolidarse en Jurassic World: el reino caído, que es una típica película de transición que sirve de puente para lo que será el final de la nueva trilogía.

Jurassic World Fallen Kingdom Chris Pratt

En esa transición fallan varias cosas. La primera corre por el lado del ritmo, porque toda la película parece buscar desesperadamente esa historia que sea medianamente atractiva, y durante los primeros minutos predomina un estatismo que amenaza durante buen rato con transformarse en aburrimiento. Recién cuando queda planteado el retorno a la Isla Nublar, donde está por ocurrir un evento volcánico que amenaza con extinguir a todos los dinosaurios -con Owen (Chris Pratt) y Claire (Bryce Dallas Howard) integrando una supuesta expedición de rescate- es que el film empieza a cobrar cierto vigor. Sin embargo, a partir de ahí, entra en una dinámica frenética innecesaria, que no administra la ansiedad, yendo de un lugar a otro, de una secuencia a la siguiente, sin pausa ni freno. Claro, esa decisión tiene un precio alto: en la película de Juan Antonio Bayona no hay personajes, no hay desarrollo de ninguna clase de empatía (algo que era vital en la película que inicia la saga), sino gente corriendo de un lado a otro, pasando por diversas situaciones de vida o muerte, escapando de dinosaurios o siendo devorada por dinosaurios. Es necesariamente malo esto? No, pero supone consecuencias que afectan al mismo ritmo, porque si la adrenalina no se utiliza productivamente termina por naturalizarse. Y ahí es donde los personajes tienen una función de colchón: en ellos una película puede descansar entre acciones desesperadas. Aqui, en cambio, no.

 

Esa carrera casi permanente que es la película -podría ser una oda al movimiento o un ejemplo más de la fisicidad que transita a buena parte del cine mainstream, pero no, es simplemente mucha gente corriendo- Jurassic World: el reino caído trae de vuelta a Owen y Claire, y pretende –fallidamente- reeditar su conflicto romántico, y agrega unos cuantos personajes nuevos, pero nada de esto importa, por más que su director se esfuerce en desplegar de manera mínimamente ordenada las piezas con las que juega:  está el villano inicialmente encantador (pero que rápidamente se revela como alguien solo interesado en el dinero), el freak tecnológico, la médica contestataria, el anciano hombre de negocios en busca de redención, la niña frágil, el cazador malvado y varios más, pero todos son seres bidimensionales, meras réplicas de otros personajes vistos anteriormente en la saga. Incluso, casi como un manotazo de ahogado que pide ayuda a las películas de la trilogía inicial, vuelve Jeff Goldblum como el infumable Ian Malcom, pero solo para repetir (otra vez) cuán peligroso es para el hombre jugar a ser Dios y manipular a la Naturaleza, porque irremediablemente se le va a volver a contra. Como nunca antes, los humanos tienen la misma relevancia que los dinosaurios, y hasta podría decirse que menos, porque si las criaturas prehistóricas al menos siguen portando virtudes relacionadas con lo icónico, lo fascinante, lo horroroso, las personas acá simplemente corren, huyen, gritan, pero jamás llegan a ser seres históricos, que integren e impulsen de manera cabal la narración hacia algún lado. Entonces: un cine con personas que corren sin ser personajes a la vez que un cine de acciones que se vacían a si mismas por efecto de agotamiento.

Jurassic Park

Quizás esto se deba a que la película termine siendo menos una articulación cinematográfica que una especulación de guión,  acumulando giros de todo tipo por doquier, especialmente preocupada por llegar a la vuelta de tuerca del final, que es totalmente arbitraria e inverosímil, por más que sea funcional a la futura secuela. Bayona quiere compensar la arbitrariedad a pura velocidad y algo de autoconsciencia desde la puesta en escena, sin terminar de darse cuenta que a veces no viene mal tomarse un respiro para la contemplación y la construcción de imágenes verdaderamente cinematográficas, aún desde el más puro artificio: de hecho, la escena más hermosa del film (cuando culmina la destrucción de la Isla Nublar) involucra la mirada y el tiempo, que son componentes imprescindibles del cine.

Jurassic World: el reino caído casi nunca se toma un tiempo o un respiro, preocupada como está por instalar conflictos y subconflictos donde vuelven a aparecer los mismos temas que la saga no puede resolver desde la película inicial, de 1993: ansias empresariales destinadas irrevocablemente a salir mal y dinosaurios manipulados genéticamente que obviamente se salen de control, es decir, el viejo y querido orden de naturaleza vs cultura. Pero lo mas grave es que estamos frente a una película sin tiempo pasado. Ni siquiera es una película del presente, sino del futuro, pero de un futuro inmediato, urgente, que vendrá con la tercera entrega, en un loop de facturación y especulaciones, alejada por completo de cualquier personaje. Por eso no confía mucho en lo que relata, ni en las imágenes que construye y menos aún en sus personajes, pero sí en su público, que tiene objetivos y demandas simples: más velocidad con menos ideas.

 

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