Kingsman: El origen

Por Gabriel Santiago Suede

The King’s Man
Reino Unido, 2021, 131′
Dirigida por Matthew Vaughn
Con Ralph Fiennes, Harris Dickinson, Djimon Hounsou, Gemma Arterton, Rhys Ifans, Charles Dance, Tom Hollander, Matthew Goode, Daniel Brühl, Aaron Taylor-Johnson, Stanley Tucci, David Kross, Alison Steadman, Alexandra Maria Lara, Ross Anderson, Neil Jackson, Olivier Richters, Branka Katic, Robert Aramayo, Gabriel Constantin, Valerie Pachner, Joel Basman, Todd Boyce, Cassidy Little, Russell Balogh, Constantine Gregory, Kya Garwood, Hal Fowler, Maja Simonsen, Ian Porter, Jack Cunningham-Nuttall, Katarina Martin, Paul Philip Clark, Connor Calland

La patrulla perdida

Los inicios son una marca de la casa. Cada una de las secuencias previas a los títulos iniciales de las primeras dos entregas de la saga Kingsman son un verdadero placer lleno de alegría y movimiento. Por eso el inicio de esta tercera entrega no podía sino sospecharse en la misma dirección. Entonces Kingsman: El origen comienza, pero algo falta. El contexto nos sitúa en Sudáfrica, con dos personajes pacifistas y salidos de su época, pero no nos importa mucho: decidimos creerles. El problema es que luego de ese inicio nos preguntamos: y dónde está la promesa que siempre hizo de estas películas una diversión asegurada? Bueno, seguro que aquí no está. Quizás Kingsman: El origen está muy ocupada estableciendo sus sentencias, como si se tratara de un film antibélico de época del estilo que Hollywood supo hacer durante finales de los 70s y principios de los 80s. Con carrozas y sin fuego, sin épica y sin diversión comienza la precuela de las dos entregas anteriores. Y presumimos que lo que seguirá va a retornar al lenguaje folletinesco, a las formas del cómic que estaban siempre marcando el rumbo.

Nada.

Kingsman: El origen juega a un juego prometedor: convierte a la historia grande del siglo XX en una experiencia delirante, con múltiples asesinos, con una conjura de villanos antiliberales y con un grupo paraestatal en proceso de formación. Pero ojalá Kingsman: El origen fuese sólo eso. Porque de haber sido asi se hubiera acercado a sus predecesoras. Pero para su director, aparentemente, no es un tiempo de juegos. De Kingsman: El círculo dorado (2017) ya pasaron cinco años. Y si bien en aquella podíamos estimar algún peligro, lo que prevalecía era la diversión y el disfrute. Aquí no, excepto por algún par de momentos, el sentido del humor ha desaparecido. Qué es esta precuela, entonces? Varias cosas a la vez: un film bélico antibelicista, una película de aventuras frustrada, un melodrama paternofilial a media cocción, una película basada en un cómic pero que reniega del mismo. Lo de Kingsman: El origen es autorepresión pira y dura, como si la incorrección política que alguna vez la caracterizó, como si la confianza en el videoclip y en el código de los videojuegos y la publicidad le generaran a esta precuela alguna clase de prurito. Como si necesitara validarse ideológicamente.

Asimismo Kingsman: El origen también tiene sus propios anticuerpos: personajes delirantes como el Rasputin de Rhys Ifans justifican quedarse sentado en la sala. Sus apariciones y peleas bien valen la pena. Pero son apenas ramalazos, manotazos de algo que alguna vez fue pero que el director no ha cultivado ni cuidado en el tiempo. Por eso, cuando observamos que le película se pone especialmente verbocéntrica, cuando vemos que no confía en la imagen ni en los cuerpos golpeándose, estirándose, haciendo todas y cada una de las barbaridades posibles a las que la primer entrega de la saga sometía a sus personajes, nos preguntamos qué es lo que estamos haciendo, qué es lo que estamos esperando. Y la respuesta no puede ser otra: volver al origen.

Pero Kingsman: El origen desconoce el camino de retorno a las formas del cine de acción. Por eso prueba con todo lo que tiene a mano: el film bélico antibelicista no funciona ni como película de época ni como comentario al presente; la película de aventuras sobre la formación de un grupo paraestatal prometía una hipérbole de lecturas imposibles sobre la historia política del siglo XX, pero ni siquiera ahí la película pone el acelerador a fondo (todos presuponíamos una League of extraordinary Gentlemen pero ni por asomo nos acercamos a un nivel de delirio semejante); a su vez el melodrama paternofilial se sospecha mas largo pero seguramente fue amputado en la isla de montaje, motivo que vuelve a la película un monstruo con dos cabezas y dos protagonistas sin resolver, un padre pacifista y antibelicista que debe aceptar la violencia y un hijo probelicista que se arrepiente, pero incluso asi tampoco funciona porque la empatía con ninguno de los dos es posible. La película, de esa forma, gira sobre si misma sin encontrar una salida posible más que patear la pelota hacia adelante.

Al terminar Kingsman: El origen no podemos decir que la pasamos mal o que nos aburrimos. Apenas si podemos pensar en que lo que vimos alguna vez fue otra cosa, con otra identidad bien distinta. Y que en todo caso, en el proceso de mutación, se convirtió en un artefacto frio, sin vida, sin otra cosa para ofrecer que su pasado. Y un imprevisible futuro. Como una patrulla perdida, en pleno conflicto bélico, Kingsman: El origen busca un lugar al cual poder volver, una tierra a la que poder considerar propia. Mientras tanto va perdiendo todo lo que alguna vez fue.

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